REGLAS COMUNALES. SAN BENITO XI (I)




Capítulo VII

La Humildad


La Divina Escritura, hermanos, nos grita: “Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Al decir esto, nos muestra que toda exaltación de sí mismo es una forma de soberbia, de la que indica el Profeta que se guardaba cuando dice: “Señor, mi corazón no se ha exaltado, ni mis ojos son altaneros; ni he caminado en medio de grandezas ni de fantasías demasiado altas para mi”. ¿Pues, qué?, “Si mis pensamientos no eran humildes, sino que he exaltado mi alma, la tratarás como a un niño que arrancan del pecho de su madre”.

Por tanto, hermanos, si deseamos alcanzar la cumbre de la más alta humildad y queremos llegar velozmente a aquella exaltación celeste a la que se sube por la humildad de la vida presente, es preciso que levantemos por el movimiento ascendente de nuestros actos aquella escala que apareció en sueños a Jacob, por la que vio bajar y subir a los ángeles. Sin duda a nuestro entender, no significa otra cosa ese bajar y subir, sino que por la altivez se baja y por la humildad se sube. Aquella escala erigida es nuestra vida en este mundo, que el Señor levantará hasta el cielo cuando el corazón se haya humillado. Los largueros de esta escala, decimos que son nuestro cuerpo y nuestra alma, en los cuales la vocación Divina ha dispuesto, para que los subamos, diversos peldaños de humildad y observancia.

Así pues, el primer grado de humildad, consiste en mantener siempre ante los ojos el temor de Dios y evitar a toda costa echarlo en el olvido; recordar siempre todo lo que Dios ha mandado y considerar constantemente en el espíritu cómo arden por sus pecados en el infierno los que despreciaron a Dios y que la vida eterna está ta preparada para los que le temen. Y, evitando en todo momento los pecados y vicios, a saber, de los pensamientos, de la lengua, de las manos, de los pies y la voluntad propia, como también los deseos de la carne, piense el hombre que Dios le está mirando siempre, a todas horas, desde el cielo, y que en todo lugar sus acciones están presentes a la mirada de la Divinidad y que los ángeles le dan cuenta de ellas a cada instante.

Esto es lo que el profeta nos enseña, cuando muestra que Dios siempre está presente a nuestros pensamientos, al decir: “Dios sondea los corazones y los riñones”, y también “El Señor conoce los pensamientos de los hombres”; y así mismo dice: “De lejos conoces mis pensamientos”, y “El pensamiento del hombre se te hará manifiesto”. Así pues, para vigilar sus pensamientos perversos, diga siempre el hermano fiel en su corazón: “Entonces seré puro en Su presencia, si me guardo de mi iniquidad”.

En cuanto a la propia voluntad, se nos prohíbe hacerla cuando nos dice la Escritura: “Apártate de tus deseos “. También pedimos a Dios en la oración que se haga en nosotros Su voluntad. Con razón, pues, se nos enseña a no hacer nuestra voluntad, para que evitemos lo que dice la Santa Escritura: “Hay caminos que parecen rectos a los hombres, el término de los cuales se hunde en lo profundo del infierno y también cuando tememos lo que se ha dicho de los negligentes: “Se han corrompido y se han hecho abominables en sus apetitos”.

Por lo que atañe a los deseos de la carne, creemos que Dios está siempre presente, ya que el Profeta dice al Señor: “Todas mis ansias están en Tu presencia”. Por tanto, hay que guardarse del mal deseo, porque la muerte está apostada al umbral del deleite. De ahí que la Escritura ordene diciendo: “No vayas tras tus concupiscencias”.

Luego, si “los ojos del Señor observan buenos y malos” y “el Señor mira incesantemente desde el cielo a los hijos de los hombres para ver si hay alguno sensato y que busque a Dios, y si los ángeles que se nos han asignado, siempre, día y noche, anuncian al Señor las obras que hacemos, es preciso vigilar en todo momento, hermanos, como dijo el Profeta en el salmo, no sea que Dios nos vea en algún momento “inclinándonos al mal y convertidos en unos inútiles”, y perdonándonos al presente, porque es bueno y espera que nos convirtamos a una vida mejor, nos diga en el futuro: “Esto hiciste y callé”.



(continuará)




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