EL JUICIO Y CRUCIFIXIÓN DE JESÚS VIII




Para ese efecto, adaptaron ciertos detalles históricos convenientes a sus propósitos. Y no es de extrañar que cada uno lo hiciera de un modo algo diferente. En cambio, si los Evangelios se hubiesen escrito con la intención de dejar registros históricos, todos habrían coincidido en todos los detalles esenciales. Y no coinciden. Si, por otro lado, se leen los Evangelios como simbólicos y alegóricos, como puede hacerse en todos los idiomas, lugares y periodos, las cuatro versiones ganan en consistencia entre si y con las tradiciones de otras escrituras de su clase.

Desde este punto de vista, no necesita conturbarnos el problema del extraño comportamiento de los discípulos.

Cuando el Purificado sale de la tumba de la ignorancia, resplandeciente con la iluminación espiritual que ha conquistado, se encuentra con María, en cuyo seno maternal se formó, y no vuelve a separarse de ella. Esto es natural, pues María es su alma espiritual, y ahora sí el hombre permanece en plena y voluntaria armonía con el alma, a cuyos suaves mandatos trató de resistirse una vez en las bodas de Caná, cuando Su hora no había sonado aún.

Se nos dice que se encuentra con las tres Marías. Cada una representa una faceta o aspecto de la vida del alma, y ahora está fusionados todas en una dichosa unidad.

Los detalles de esta parte del relato tal como aparece en los Evangelios, varían de una manera que sería inadmisible en cualquier narración que pretendiera ser histórica. Si, por ejemplo, cuando las mujeres vinieron al sepulcro “se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajo del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra”, según Mateo, ¿cómo es posible que los otros evangelistas divinamente inspirados omitan toda mención a un acontecimiento tan extraordinario, y en vez de ello, den versiones muy diferentes?

En cambio, si la violencia del terremoto es una metáfora usada para enfatizar que al intelecto le es imposible restringir o impedir la acción del espíritu, no hay alguna para que todos los evangelistas emplearan la misma figura retórica, lo mismo sucede con los otros detalles de la Resurrección. Leídos literalmente, difieren tanto que no pueden conciliarse, pero si son versiones de un mito, entonces sus diferencias son explicables.

Menander, discípulo de Ennoia, habla de los “ángeles menores”, indicando con ello las pasiones de nuestra naturaleza inferior. De los pupilos de este sabio se decía que después de “recibir el bautismo” de sus manos “resucitaban de entre los muertos” y “no envejecimiento más” se hacían inmortales (Historia Eclesiástica por Eusebio).

Esta resurrección promedia por Menander significaba simplemente el paso de la oscuridad de la ignorancia a la luz de la verdad, el despertar del Espíritu inmortal del hombre a la vida interna y eternal. En los Evangelios está simbolizado por la Ascensión, el paso de Jesús más allá del alcance de seres inferiores.

Observemos el modo como se relata. Marcos dice: “Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios”. Eso es todo, ni Mateo ni Juan hacen mención alguna a la Ascensión.

¿Qué podemos deducir del silencio de estos dos evangelistas acerca de este acontecimiento que ha sido proclamado como la piedra angular de la ortodoxia Cristiana?. Ciertamente sería una idea increíble la de que estos dos evangelistas pudieran haber pasado por alto u olvidado semejante suceso. Sin embargo, todo este relato perdería muchísimo crédito a menos que pueda explicarse este extraño silencio y las pocas palabras de Marcos.

El Nuevo Testamento muestra la evolución de Jesús, hasta una etapa más allá de la cual no puede pasar nadie en esta vida, por mucho que esfuerce su imaginación.


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