VIERNES SANTO 2.010 (I)

JESÚS ANTE ANÁS







Hanán, vertido al griego por Anás, fue el único Sumo Sacerdote al que el Cristo nombra, legado de Siria, tras la destitución de Arquelao en el año 6 d.C. Su pontificado duró hasta el año 15, pero fue prolongado, ya que cinco de sus hijos y uno de sus nietos, fueron Sumos Sacerdotes. Dado que Caifás, yerno de Anás era el Sumo Sacerdote en ejercicio cuando Jesús fue prendido, él es quien carga con la responsabilidad del acto. Mas no es extraño que condujeran a Jesús ante Anás pues éste continuaba ejerciendo una influencia sobre el conjunto de la hierocracia.

La familia de Anás, era la más rica del país y los romanos siempre vendían el cargo de Sumo Sacerdote al mejor postor. Cuando la familia de Anás ocupó siete veces seguidas el puesto, es evidente que desembolsaron buenas cantidades para ello. El área del templo, se había convertido en un centro bancario y lugar de mercado y el Sumo Sacerdote controlaba ambas actividades.



La comparecencia de Jesús ante Anás, se justifica por ser el suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Al serle enviado en primer lugar a su suegro, Caifás quería manifestarle su respeto y por otro, que conociéndole, sabía le daría un punto de partida para el posterior proceso en el Sanedrín. A media noche, Jesús fue conducido al palacio de Anás y lo llevaron hasta una gran sala, donde estaba sentado Anás rodeado de veintiocho consejeros. Anás, estaba lleno de odio hacia Jesús, por el hecho de expulsar a los mercaderes del templo, así que estaba contento de que al fin hubiera sido apresado.



Jesús, permanecía de pie delante de Anás, pálido, desfigurado, en silencio, con la cabeza baja. Anás le preguntó: “¿No eres tú Jesús de Nazaret?, ¿dónde están tus discípulos y seguidores?, ¿dónde está tu Reino?. ¿es que quieres crear una nueva doctrina?, ¿quién te ha dado permiso para predicar’. Habla, ¿cuál es tu doctrina?. Jesús que no era un Rabí oficial, no se había formado con ninguno de ellos ni con sus escuelas y a pesar de ello, hablaba con autoridad propia y una seguridad semejante a la de un Profeta en contacto directo con Dios. Jesús le respondió: “Yo públicamente he hablado al mundo, siempre enseñé en las Sinagogas y en el templo, adonde concurren todos los judíos. Nada hablé en secreto. ¿Qué me preguntas?. Pregunta a los que me han oído que es lo que Yo les he hablado, ellos deben saber lo que les he dicho”.



El imputado contestaba según el Derecho de Gentes (Ius Gentium). En todos los pueblos, incluido el hebreo, un acusado no daba testimonio de sí mismo. Sólo eran válidos los testimonios ajenos, por tanto Jesús, remite con Su respuesta a tales testimonios. Esto contraría a Anás qu esperaba que diese motivos con Su respuestas a una acusación oficial, ya que él esperaba establecer que Jesús había fundado una escuela de enseñanza, que en realidad no era más que una sociedad secreta abierta únicamente para los Iniciados. Pero Jesucristo, se aparta serenamente del peligro ya que no había secretos por parte de Él.







Habiendo dicho esto Jesús, uno de los alguaciles que estaba a Su lado, le dio una bofetada diciendo: “¿Así respondes al Pontífice?”. Jesús le responde: “Si hablé mal, muéstrame en qué y si bien ¿por qué me pegas?. Jesús descalifica así a Anás por salirse de los procedimientos legales, y su respuesta tranquila y sin temor, era inaudito en los Tribunales judíos. Anás se pregunta quien sería ese hombre, que ante una violencia tan cobarde e injusta, respondía con esa mansedumbre.



Exasperado Anás por la serenidad de Jesús, mandó a los presentes que prestaran testimonio, estallando un sin fin de clamores e imprecaciones. “Ha dicho que era rey, que Dios era Su Padre, que los fariseos eran una generación adúltera; subleva al pueblo, cura en sábado, se deja llamar Hijo de Dios, no observa los ayunos, come con los impuros, los paganos, con publicanos y pecadores, se junta con mujeres de mala vida y engaña al pueblo con palabras de doble sentido...”.



Todas estas acusaciones, eran vociferadas a la vez, y algunos acusadores le insultaban y le hacían gestos amenazantes. Los guardias le pegaban e injuriaban mientras le decían: “Habla, ¿por qué no contestas a las acusaciones?. Anás añadió: “¿Quién eres tú, tan sólo el hijo de un oscuro carpintero?. A continuación, Anás pidió material de escritura y escribió una serie de acusaciones contra el Señor. Enrolló la hoja y la metió dentro de una calabacita vacía que tapó y ató a una caña. Se la presentó a Jesús y le dijo: “Toma, este es el cetro de tu Reino, aquí constan todos tus títulos, tus dignidades y derechos. Llévaselos al Sumo Sacerdote para que reconozca tu misión y te trate según tu dignidad.” Que le aten las manos a este rey y lo lleven ante el Sumo Sacerdote. Maniataron de nuevo a Jesús y lo condujeron a casa de Caifás, en medio de las burlas, injurias y malos tratos de la multitud.



En definitiva, son responsables de la muerte de Jesús, tanto los judíos como los romanos, entendiendo por judíos a su casta sacerdotal, es decir, Caifás y los saduceos y por parte de los romanos a Pilatos.







LA NEGACIÓN DE PEDRO







Seguían a Jesús Pedro y otro discípulo, éste era conocido del Pontífice y entró al tiempo que Jesús mientras que Pedro quedó fuera. Este otro discípulo era Juan. En las afueras del palacio, de los amigos de Jesús no había ni rastro y los soldados estaban alrededor de las hogueras. Balilla, la porte del palacio preguntó a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”. Pedro respondió: “No soy”. Y así hasta tres veces. La historia de las negaciones de Pedro, arranca de sus propias afirmaciones demasiado rotundas y presuntuosas. Si el desamor no hubiera habitado en él, jamás habría dicho: “Yo no conozco a ese hombre”.







Después de las negaciones, cantó el gallo. Las negaciones acompañadas de maldiciones, agravaban su gravedad al haber sido hechas públicamente en presencia de testigos, y resultan mezquinas si consideramos que no le habían preguntado en el Sanedrín, sino por una sirvienta y otros criados. Pedro niega a Jesús por pura cobardía, y lo que le falló no fue su carácter, sino la fe.



Al instante, cuando cantó el gallo, Pedro se acordó de las palabras del Señor cuando le dijo: “Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. Pedro se alejó y lloró amargamente, y entre esas lágrimas vislumbró que Dios se revela en el Cristo abofeteado, insultado y negado por él y que va a morir también por él. A través de esta humillación vergonzosa, Pedro se arrepiente y entra en el conocimiento del misterio de Dios.



Cuando Jesús sale y le mira, no es una mirada de reproche, sino de infinita compasión, que dieron un vuelco al corazón de Pedro y el relámpago de aquellos ojos, le dijo más a Pedro que mil palabras, pues era la mirada dolorida de alguien que se siente infinitamente solo.





JESÚS ANTE EL SANEDRÍN







Sanedrín, significa reunión. La tradición rabínica, basándose en el consejo de los 70 ancianos, atribuye su fundación a Moisés. Son todos miembros de la clase sacerdotal. Era el Tribunal y Consejo Supremo en todos los órdenes, con competencia en todas las reuniones civiles o religiosas relacionadas con la Ley judía. Pero bajo la dominación romana, sus facultades fueron limitadas y las condenas a muerte pronunciadas por el Sanedrín, tenían que ser aprobadas por el Procurador romano. Había una serie de garantías, conforme a las cuales, el proceso criminal no se podía iniciar de noche y el juicio debía comenzar siempre con las declaraciones de dos testigos de descargo y con argumentos favorables para el acusado. Los testigos, tenían que ser advertidos de la gravedad y responsabilidad que implicaba un falso testimonio y la prueba testifical sólo se admitía, cuando existían al menos dos testigos concordes en sus declaraciones. Si la sentencia era absolutoria, se pronunciaba en el mismo día, si era condenatoria, se formulaba al día siguiente para que los jueces reflexionaran y pudieran obtener nuevas pruebas. Por tanto, el Derecho penal judío, prohibía acelerar o incohar un proceso en vísperas de sábado o de cualquier fiesta, si el fallo conllevaba la pena de muerte.



Así, se produjeron dos faltas de competencia. Cristo fue juzgado por el Gran Sanedrín en base a dos acusaciones fundamentales. La primera se basaba en la imputación de un delito de sedición, por la prueba testifical sobre la afirmación de Cristo de destruir y edificar el templo en tres días. La segunda acusación, se fundamentaba en la Ley del Levítico que castigaba con lapidación el delito de blasfemia. En relación al primero, se tenía que identificar como la “peruellio” romana, el comportamiento criminal hostil contra el orden romano.



El Sanedrín, buscaba una prueba coherente contra Jesús, pero la falsead de los testimonios determinaron que Caifás, conjurase por Dios vivo a Jesús a que dijese si Él era el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús le contestó: “Yo Soy. Y veréis al hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo. Entonces Caifás, rasgándose las vestiduras dijo: “¿Habéis oído?, ¡ha blasfemado!. A lo que los miembros del Sanedrín dijeron: “Es reo de muerte”.. Por tanto, las acusaciones contra Jesús ante Caifás fueron dos: Blasfemo y sedicioso. Blasfemo por sus pretensiones mesiánicas y engañar al pueblo. Y sedicioso porque sabían que Pilatos no juzgaría delitos que no fuesen de su competencia. Jesús por tanto, se enfrentó con las autoridades religiosas que dominaban al pueblo, interpretando las leyes falsamente, para perpetuar sus privilegios económicos y religiosos.



Caifás sabía que lo que hacía era ilegal, más el Sanedrín lo condenó por el delito de blasfemia y comenzaron a escupirle en el rostro y darle puñetazos, satirizando diciéndole. “Dinos, ¿quién te ha herido?. Jesús no abrió la boca, sólo rogaba por ellos interiormente y suspiraba, más tenía un halo de luz, que ni los ultrajes ni la ignominia alteraban su inexplicable majestad.



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