EL PEREGRINO MEDIEVAL (II). Historia (X)



El peregrino que hacía el viaje como una expiación, llevaba a veces una cadena que sólo abandonaba al llegar a su destino, que era el templo, como una ofrenda. También solía dejar la vestimenta que atestiguaba su condición de peregrino, al pasar por las ciudades y aldeas de la ruta, ya que ella, le había servido también como una especie de salvoconducto que todos respetaban. Solía llevar una capa hasta la rodilla, con un capuchón, que en Francia le daban el nombre de “pelerine” (peregrina), que tenía una esclavina con las insignias. En la cabeza llevaba un sombrero de cuero o fieltro con el ala levantada; calzaba sandalias o botas de cuero. En las manos llevaba el típico bordón, que era una especie de bastón alto, como de su estatura, con una punta de hierro que le servía como defensa. Llevaba también un zurrón y a veces una cruz de tela cosida en la espalda o el pecho, que luego adoptarían los guerreros de las Cruzadas. Se ponían una insignias de palmas si iban a Palestina, de llaves si iban a Roma o una concha si su meta era Santiago de Compostela.



El peregrino encontraba en los caminos y rutas habituales, con hospederías atendidas por religiosos, ante los que acreditaba su autenticidad de peregrino, con un certificado de la autoridad eclesiástica desde el lugar de su procedencia; sobre todo cuando empezaron a hacerse las peregrinaciones impuestas por penitencia, por lo que el peregrino tenía que certificar por donde pasaba, como si fuese un pasaporte, y gracias a ello, le atendían en monasterios, hospederías e iglesias.



En los hospitales de las rutas, el peregrino encontraba hospitales para cuidarle de sus dolencias o enfermedades, a veces también de las heridas producidas por asalto de bandidos. Allí les daban de comer, los curaban y daban alojamiento. Con todo esto, los peregrinos eran unos elementos en la sociedad medieval, que cuenta con simpatía en todos los lugares por donde pasaba.



Los poderes políticos y eclesiásticos, reparaban los pésimos caminos sobre antiguas calzadas romanas y daban impulso a la creación de casas de peregrinos, que contaban con dormitorios, comedores y enfermería. Los ricos, pagaban su hospedaje y los pobres eran recibidos por caridad. Esta preocupación de los reyes medievales por ayudar a los peregrinos, no sólo se realiza en sus reinos sino hasta fuera de ellos, para atender a sus compatriotas. En España, el rey aragonés Alfonso I el Batallador, llega al extremo de legar sus reinos a los que velan por los peregrinos en tierras de Palestina, según se lee en su testamento del año 1.131, cuando se vio morir sin sucesión. Pero con respecto a esta decisión, los aragoneses con un criterio certero, expresaron lo que un rey no podía regalar y nombraron a su hermano, el monje D. Ramiro, hombre aparentemente apocado, pero que dio la sorpresa escarmentando a los nobles con su famosa “campana de Huesca”, aunque acabó por declararse feudatario del rey castellano Alfonso VII, quien entonces empezaba a titularse Emperador de España.

(continuará)

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