CRISTO EN LA CRUZ, SUS ÚLTIMAS PALABRAS (I)







El último sermón que Cristo predicó, lo hizo desde la Cruz, como desde un elevado púlpito, a la raza humana. Y consistió en siete cortas pero profundas sentencias, y en estas siete palabras está contenido todo lo que Nuestro Señor manifestó cuando dijo: “Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los Profetas escribieron sobre el Hijo del Hombre”.


Todo lo que los Profetas predijeron sobre Cristo puede ser reducido a cuatro títulos: Sus sermones a la gente; Su oración al Padre; los grandes tormentos que soportó; y las sublimes y admirables obras que realizó. Todo esto fue verificado de manera admirable en la Vida de Cristo; pues Nuestro Señor no podía ser más diligente al predicar al pueblo. Predicaba en el Templo, en las sinagogas, en los campos, en los desiertos, en las casas, más aún, predicaba incluso desde una embarcación a la gente que estaba en la orilla.

Era su costumbre pasar noches en oración a Dios, pues así dice el Evangelista: “Y se pasó la noche en la oración de Dios”. Sus admirables obras al expulsar demonios, curar enfermos, multiplicar panes, calmar tormentas, han de ser leídas en cada página de los Evangelios. Aún así, fueron muchas las injurias que fueron acumuladas sobre Él, como respuesta al bien que había hecho. Consistían éstas no sólo en palabras insolentes, sino también en apedrearlo y despeñarlo. En una palabra, todas estas cosas verdaderamente se consumaron en la Cruz. Su prédica desde la Cruz fue tan poderosa que “toda la multitud se volvió golpeándose el pecho”, y no sólo los corazones de los hombres, sino incluso las rocas fueron quebrantadas en pedazos.

 Él oró en la Cruz, como dice el Apóstol, “con poderoso clamor y lágrimas”, siendo así “escuchado por su actitud reverente”. Sufrió tanto en la Cruz, en comparación con lo que había sufrido el resto de su vida, que el sufrimiento parece pertenecer sólo a su Pasión. Finalmente, nunca obró mayores signos y prodigios que cuando estando en la Cruz parecía reducido a la más grande debilidad y flaqueza. Entonces no sólo manifestó signos del cielo, los cuales los judíos habían pedido hasta el fastidio, sino que un poco después manifestó el más grande de todos los signos. Pues luego de estar muerto y enterrado, se levantó de entre los muertos por su propia fuerza, llamando a su Cuerpo a la vida, incluso a una vida inmortal. Verdaderamente entonces podremos decir que en la Cruz se consumó todo lo que estaba escrito por los Profetas en relación al Hijo del Hombre.

(continuará)

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