EL MUNDO MUSULMÁN. PEREGRINACIONES A LA MECA (II)



El peregrino que se disponía a iniciar el camino hacia la Meca, debía cumplir antes ciertas normas. Lo primero, contar con los fondos necesarios para cubrir sus necesidades en el camino de ida y vuelta. Tanto el hombre como la mujer, rasurarse todo el vello corporal, y los hombres recortarse el bigote dejando la barba. La cabeza no debe afeitarse al estilo musulmán hasta terminar la peregrinación. Quien por enfermedad u otro accidente se vea obligado a afeitarse durante la ruta, tendrá como expiación el ayuno, la limosna o la ofrenda. Antes de salir, cortarse las uñas de manos y pies y respecto a la vestimenta, lo mandado es que desde el primer día se vista con ella, pero con los años, se ha aceptado no cambiarse de ropa hasta llegar cerca de la Meca. Asimismo, tener una abstinencia sexual durante la peregrinación y todo debe estar centrado, en conservar la pureza y alejarse de los problemas mundanos.



Es necesario que el peregrino cumpla dichas normas si quiere hacer meritorio su viaje y quizás por ese sentido de rendimiento de culpas, hay muchos peregrinos de avanzada edad, que crea no pocos problemas sanitarios. Al llegar a la Meca, el peregrino debe realizar la ceremonia ritual de dar siete vueltas alrededor de la Caaba, otras siete a las colinas Safa y Marwa, próximas a la Meca y consideradas como sagradas.



Siempre ha sido de rigor, escuchar un sermón en la mezquita de la Meca, donde las construcciones forman como una gran plaza rodeada de galerías, donde se instalan los copistas, lectores piadosos y cuantos viven de las necesidades de los peregrinos.



En el centro se halla la Caaba, y al entrar por la arcada de piedra situada ante la puerta del santuario, pues se supone que por allí lo hizo Mahoma, que cuando recorrió la Caaba y tocó con su bastón uno a uno, los 360 ídolos que allí había para ordenar su destrucción aboliendo el fetichismo politeísta e instituyendo la adoración única a Allah, adaptando los ritos antiguos a un nuevo significado de expiación piadosa, pronunciando entonces la famosa alocución en el monte Arafat. Por eso el peregrino recuerda todo aquello al permanecer en Arafat una jornada desde la oración del mediodía hasta el crepúsculo.



Desde la predicación de Mahoma, el templo de la Caaba ya no se llamó el templo de los ídolos, sino el lugar sagrado de la Meca, donde se afirma que Abraham descansó y le fue otorgado por Dios como templo, para que le sirviera de asilo, con la recomendación de que no tolerase los ídolos y lo hiciese purificar por los fieles de los alrededores que deseasen postrarse ante el Señor. (Corán XXII, 27). Por eso las vueltas del peregrino en torno a la “casa antigua” como la llama el Corán tiene un carácter ajeno a toda superstición fetichista, propiciatoria de lluvia y caza, como en los tiempos primitivos, sino una expresión piadosa de valor expiatorio.



(continuará)
 
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