LAS VIRTUDES (VIII)



La Justicia. ¿Quién es justo?.


Justo es aquel que pone su fuerza al servicio del derecho y decretando en sí mismo la igualdad de todo hombre, pese a las innumerables desigualdades de hecho o de talento, instaura un orden sin el cual nada podría satisfacernos. Para ello, hay que resistir la injusticia que cada uno lleva en sí mismo, un combate que no tendrá fin: Bienaventurados los sedientos de justicia, que nunca serán colmados. He aquí los rasgos del justo.

En primer lugar, ser justo significa reconocer al otro en cuanto otro, es decir, estar dispuesto a respetar cuando no se puede amar. La justicia enseña que hay otro que no se confunde conmigo, pero que tiene derecho a lo suyo. El individuo justo es tal en la medida en que confirma al otro en su alteridad y procura darle lo que le corresponde. Encuéntrese el otro o no en situación de necesidad o indigencia, siempre que de su derecho se trate, estoy obligado a darle satisfacción. En sentido contrario, sería reprobable torturar a prisioneros para arrancar de ellos confesiones que evitarían a su vez males y bajo otro punto de vista resultarían provechosas. El fin no justifica los medios.

En segundo lugar, ser justo significa tener una deuda y pagarla, algo común a toda obligación moral, a saber, la vinculación de otra persona de la que por algún concepto soy deudor. En tercer lugar, no es justo el que respeta la legalidad, si es ilegítima. Ahora bien, para poder decir no a la justicia cuando ésta sea ilegítima, tenemos que estar por encima de ella. La justicia no nos torna legítimos, son los legítimos los únicos que pueden construir una verdadera justicia.

¿Es eso todo?. Eso no sería poco, pero además, y dado que aquí tratamos la justicia como virtud, ésta pide no solamente hacer “lo justo”, sino también sentir que lo es. Quien ve lo justo y no lo practica, carece de valor. Además, con frecuencia nos avergonzamos de nosotros mismos, al comprobar que vemos lo mejor, pero terminamos haciendo lo peor. Por si fuera poco, quien pudiendo, no impide una falta, es igual que si ordenase cometerla. Y quien no es justo es su momento, puede llegar a no poder serlo después. Nada se parece tanto a la injusticia, como la justicia tardía.

La regla de oro: Ponerse en lugar del otro, descentrar el egocentrismo cuesta más de lo que parece. En realidad, hay dos clases de hombres, los justos que se creen pecadores y los pecadores que se creen justos. Con frecuencia, creemos estar en una de las dos categorías y estamos en la otra. Desde luego, la equidad, el equilibrio de los dos platillos de la balanza no es fácil. En nosotros, todo lo excusamos, en los demás casi nada; vender caro, comprar barato. ¡Que diferente es el corazón del justo, que ya no es suyo al colocarse en el lugar de la humanidad!. Ecuanimidad, neutralidad, honradez, justicia. Hermosas palabras que el justo no sólo pronuncia en sus labios, sino que las alberga en su corazón y con ellas gestiona su vida diaria. ¿Por qué nos costará tanto activar vitalmente las mejores palabras?.

La generosidad no sustituye a la justicia, pero la mejora. Debemos ser justos antes que generosos. La justicia corresponde a una ética de mínimos, es decir, debe aplicarse según la razón y la objetividad, sin diferencias; la generosidad es más singular, viene de un corazón más cálido. Los derechos del hombre, pueden ser una declaración, no así la generosidad, que brota del amor, de la compasión, de la alegría de poder hacer algo personal por alguien. La generosidad es una gracia radiante, sobreabundancia de existencia o de dicha, feliz efusión.

Tal vez, ni siquiera consista en dar, pues no perdemos nada, sólo necesitamos generosidad cuando nos falta amor, y por eso, casi siempre la necesitamos. Generosidad, es también tolerancia, hasta el límite de lo posible. Asimismo, generosidad conlleva solidaridad, siempre que recordemos que ser solidario es pertenecer a un conjunto in solido, “para el todo”. Los deudores son solidarios cuando cada uno responde por la totalidad de la suma adeudada en común, con independencia de intereses o destino. La forma común de referirse a la solidaridad la devalúa el reducirla a un mero sentimiento de simpatía, sin correr con los gastos que el ejercicio comporta. Hay tres formas de solidarizarse o implicarse:

· Con el kikirikí, pero sin poner nada, como tantos gallos en el corral.

· Como la modesta gallina, poniendo el huevo, pero sin perder nada de ella misma.

- Como el denostado cerdo, que a la hora de la verdad, pone su propio tocino. (Para que luego nos llamen cerdos).

(continuará)

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