EVANGELIO DÍA 20 DE NOVIEMBRE



Después acudieron algunos caduceos a ver a Jesús y le plantearon este caso: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para darle hijos al hermano que murió. Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El segundo y luego el tercero se casaron con la viuda y lo mismo hicieron los demás, pero los siete murieron sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Así pues, en la resurrección ¿cual de ellos la tendrá por esposa si los siete estuvieron casados con ella?”. Jesús les contestó: “En este mundo, los hombres y las mujeres se casan, pero los que merezcan llegar a aquel otro mundo y resucitar, sean hombres o mujeres, ya no se casarán, puesto que ya tampoco podrán morir. Serán como los ángeles y serán Hijos de Dios por haber resucitado. Hasta el mismo Moisés en el pasaje de la zarza ardiendo, nos hace saber que los muertos resucitan. Allí dice que el Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. ¡Y Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, para Él todos están vivos”. Algunos maestros de la Ley le dijeron entonces: “Bien dicho, Maestro”. Y ya no se atrevieron a hacerle más preguntas.

(Lucas 20, 27-40)



MEDITACIÓN



A veces en vez de intentar ser como Dios, queremos más bien que Dios sea como nosotros. Nuestras leyes, por buenas que sean, no son la Ley de Dios. Sus caminos no son nuestros caminos. La Ley de Dios siempre es desconcertante y nos invita a ir más allá de nuestras mentes estrechas. Dios no nos pide otra cosa que amar aquí y ahora.



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