LA HUMILDAD (I)



I. Condición de la Humildad



El primer paso para la búsqueda de la Verdad, es la Humildad. El segundo, la Humildad. El tercero, la Humildad. Eso no significa que ésta sea la única virtud necesaria, porque todas las virtudes comunican su fuerzas, ya que son sinérgicas. En el humano, la fuerza se expresa de dos modos que se complementan: Como fuerza fuerte (fortaleza y asociados), y como debilidad fuerte (humildad y asociados). Ambas, fortaleza y humildad, pueden estar equilibradas en la misma persona y eso sería el estado ideal, pero lo usual es que predomine una de las dos.

Hombre (homo), tierra (humus) y humilde (humilis), tienen un mismo origen semántica y vital, porque el hombre viene de la tierra humildemente. De ahí que la Humildad se torne en verdadero Conocimiento y voluntario reconocimiento de nuestra miseria. Resulta necesario soportar nuestra imperfección para lograr la perfección, y digo soportar con paciencia, no amarla ni acariciarla, porque la Humildad se alimenta de este sufrimiento.

La Humildad es una virtud que consiste en el conocimiento de nuestras limitaciones y debilidades, y obrar de acuerdo con ese conocimiento, es decir, hay que reconocer que hay muchas cosas que nos superan y que si no tengo un coche debo caminar a pie. Algo tan sencillo, sin embargo, es sumamente complejo, por lo que vamos a asomarnos por unos momentos a las caras de ese poliedro.

I. 1. Sencillez, modestia.

Decía Confucio, que las virtudes del hombre superior son como el viento y las del hombre vulgar como la hierba: Cuando el viento pasa por encima, se inclina. Esa apreciación se cumple con la virtud de la Humildad. Humilde no es la persona que se autodenigra absurdamente (humildad y humillación se repelen), sino la que conoce exactamente cuales son sus propios límites y los acepta. Eso es la lúcida sinceridad sin ilusiones falsas.

La modestia, lejos de mover al desagrado y la conmiseración propia, pide una discreta estima por uno mismo, es la intención desinteresada de la verdad. La Humildad es “en sí” no “para sí” ni para la galería, ni siquiera para lo que es, sea mencionado si no es necesario. Esta Humildad requiere el coraje de cada minuto para perseverar, la lucidez para no ofuscarse y el deseo de permanecer honestamente en la verdad. La Humildad es sinceridad con uno mismo y por ende, la virtud del hombre que sabe que no puede ser Dios. Se trata de reconocer la pobreza, cuando ésta se sitúa ante la máxima riqueza de lo Absoluto. Sólo así es pobreza enriquecida, humildad dignificada, antítesis de pobreza humillada y sin autoestima. El pobre, el alegre, el agradecido se concitan y tienen un rostro visible en la figura de Francisco de Asís.

Humildad es olvido de sí, del orgullo y del miedo; es sosiego contra inquietud, alegría contra angustia, ligereza contra gravedad, espontaneidad contra reflexión, amor contra amor propio, verdad contra pretensión. El yo subsiste, pero privado de su trono. El sencillo lo sabe y se burla de ello, en él, la misericordia hace las veces de inocencia y sigue su camino en paz, ligero el corazón, sin meta, sin nostalgia, sin impaciencia, porque el mundo es su reino, el presente su eternidad y lo colma. No tiene nada que probar, pues no tiene nada que aparentar ni nada que buscar, porque todo está allí ¿Hay algo más sencillo que la sencillez?. Es la virtud de los sabios y la sabiduría de los santos.

Preocuparse en exceso de sí mismo, aún por buenos motivos, es lo opuesto a la sencillez, porque al querer sen sencillos, nos alejaríamos de la sencillez. Y así es el sencillo, individuo real reducido a su más simple expresión. Así cómo las aves de los bosques, ligero y silencioso siempre, aun cuando canta de vez en cuando, más a menudo, el silencio. El sencillo vive cual respira, sin más esfuerzos ni más gloria. La sencillez no es una virtud agregada a la existencia, sino la existencia misma, sin agregados. La generosidad es un afán, la sencillez es el reposo. La generosidad una victoria, la sencillez una paz. La generosidad una fuerza, la sencillez una gracia. Modestia sin sencillez es falsa modestia. Sinceridad sin sencillez es exhibicionismo o cálculo. El sencillo no aparenta, no presta atención a su imagen o reputación. No calcula, no posee artilugios ni secretos, ni segundas intenciones. La sencillez, enseña desprendimiento, es más bien el desapego de todo, hasta de uno mismo, recibir lo que viene sin guardar nada para uno mismo; es libertad, ligera, transparencia, el aire del pensamiento, ventana abierta a la respiración del mundo, a la presencia infinita y callada del Todo.

La sencillez, es el sello de la verdad: Hombre sencillo, alma grande. Una cosa no es vulgar, por el hecho de ser corriente. En las cosas grandes, hay ostentación, en loas pequeñas, realidad, así que ganaríamos más mostrándonos como somos sin intentar aparecer como distintos de lo que realmente somos. En realidad, lo bello, para serlo, no necesita de elogios, se basta a sí mismo.

(continuará)

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