SENDERO DEL GRIAL. FEBRERO 2.011 (I)




EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD. EL CRISTO DE DIOS. EL VERBO ENCARNADO

Hermanos y Hermanas nuestros:

El conocimiento del Cristo es imprescindible para llegar a ser Hijos de Dios, pues nadie puede llegar al Padre si no es por Él, el único que ha venido del Padre y que le conoce; y conocer al Hijo es conocer al Padre, recalca el Evangelio. Uno no puede ser discípulo del Cristo, y menos aún Su Soldado, si no tiene un conocimiento íntimo de Él, si no vive Su vida, si no tiene parte de Su Espíritu. Estar bautizado, ser cristiano, es insuficiente para entrar en el Reino de Dios, pues es absolutamente indispensable nacer en el Espíritu Divino, nacer una segunda vez (Juan III), y sólo lo podemos hacer por Jesús el Cristo.

El es el principio y el final de toda búsqueda de la Luz y la Verdad, pues Él es la Luz y Él es la Verdad, fuera de Él, no hay más que tinieblas y error. Hermanos, si no estáis plenamente conscientes de ello, no sois discípulos Suyo y menos aún Su Soldado.

Pero, ¿quién es verdaderamente el Cristo?.

Muy poca gente en el mundo lo sabe: “Sólo aquellos a quienes el Padre lo ha querido revelar”, dice la Biblia, es decir, sólo aquellos que hacen el esfuerzo suficiente para conquistar este Conocimiento. Y sin embargo, la contestación a la anterior pregunta, reviste para nosotros una importancia crucial, pues ella decide nuestro destino en esta vida y en la otra.

Por ello, sería imprudente por nuestra parte, contentarnos con teorías o doctrinas de unos o de otros, tenemos que averiguar por nosotros mismos quien es Él. No nos sirve de nada que alguien, por importante y eminente que sea, pretenda hacerlo en nuestro lugar, pues Dios ha dado a cada hombre el libre albedrío, que es inalienable, con la responsabilidad correspondiente que es intransferible. Por eso, en este texto, nos limitamos a poner de relieve unos simples datos a fin de haceros reflexionar, meditar y trabajar para que podáis adquirir este Conocimiento.

El primer dato es la Encarnación del Verbo, acontecimiento cósmico anunciado y esperado desde tiempos inmemoriables. Jesucristo es el nombre que Dios toma al encarnarse en la humanidad. Nos dice el Evangelio de Juan que el Hijo Unigénito: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Viene directamente de Dios, del Cristo Absoluto de la Unidad y encarna, no sólo en María, no sólo en Jesús, sino también en la humanidad, en sus díscípulos, en fin, en todos los hombres y mujeres del mundo. Como comprenderéis, la Encarnación de la Divinidad en nosotros, cuando uno se da cuenta de ello, cambia radicalmente la condición humana, pues para los que no son conscientes de este hecho grandioso, no cambia nada de inmediato.

Esta Encarnación, responde evidentemente a una necesidad cósmica, pues Dios no hace las cosas por capricho, todo lo que hace es absolutamente sabio y perfecto. Tampoco se repite nunca,  pues sería contrario a Su perfección, y por eso podemos afirmar, que este acontecimiento es único, que no ha ocurrido antes ni ocurrirá jamás, lo que corta toda especulación sobre la Divinidad de los llamados “Avatares” o encarnaciones previas del Verbo de Dios. El Cristo no es un Avatar, un hombre en el cual, en un momento dado viene a habitar la Divinidad, como pueden ser Buda, Krishna o el anunciado Maitreya.

También se equivocan los que creen que Jesús se convierte en el Cristo en el momento de Su bautismo en el Jordán por Juan el Bautista,  pues ya estaban latentes en Él, desde Su concepción, los cuerpos superiores del Cristo. Por tanto, Él es Dios y hombre desde el primer momento y tiene por tanto una doble naturaleza: Divina y humana. Dice el Prólogo del Evangelio de Juan: “El Verbo se hizo carne”, y esto nos indica claramente que el Verbo de Dios, el Hijo Unigénito del Padre, se encarna en la humanidad, eligiendo el nombre de Jesús, el Cristo.

         Dios ama tanto a los hombres, dice Juan el evangelista, que les entrega Su Hijo Único, que es Él mismo, puesto que el Padre y el Hijo son Uno. El Cristo es perfectamente hombre y perfectamente Dios, tal como lo afirma tan acertadamente Agustín de Hipona, y  Su doble naturaleza, establece entre la Divinidad y la humanidad un puente metafísico que no existía antes. De esta manera comprendemos, como la Encarnación del Verbo en la humanidad, transforma la condición de los hombres, concediéndoles la posibilidad de su divinización, y por eso el Cristo es el único que puede conceder a sus discípulos “el poder de llegar a ser Hijos de Dios, a los que le reciben, creen en Su nombre y nacen de Dios (Prólogo)”. Así vemos con claridad que la Encarnación del Verbo de Dios, abre el camino de la Redención a los que le siguen, a los que pasan por Su  Camino.

(continuará)

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