JESÚS Y LA MUJER (I)



En toda la historia de Israel, la mujer ocupó siempre un rango secundario y subordinado al varón, y esto, entra en clara contradicción con ese incomparable relato mítico de la creación de la mujer, que con dos símbolos muy expresivos, el sueño y la costilla, manifiesta el Plan de Dios con relación a la pareja complementaria. Escrito durante el reinado de Salomón (970-930 a.C.), resalta tanto más el contraste con su actuación.

 
RELATO DE LA CREACIÓN DE LA MUJER

Pensamos que es interesante desarrollar brevemente este relato, porque Jesús lo suscribirá y lo propondrá como modelo, tal como se verá.

El sueño

Dios hizo caer un sueño sobre el varón. El sueño, es el símbolo del misterio, de lo inefable. Las imágenes oníricas del sueño se asocian co singular libertad, que traducen inquietudes y deseos contenidos, hacen aflorar inhibiciones pretéritas o premoniciones venideras, que fueron siempre motivo de asombro y curiosidad, por traducir lo que diríamos un “lenguaje cifrado”, cuando además en el sueño, acontecen realidades que exceden a la lógica.

El lenguaje del sueño remite a un orden, llamativo, generoso, que necesita ser traducido porque guarda un mensaje arcano. De ahí que Dios se manifestara al modo de los sueños, con un lenguaje a descubrir. Por eso mismo en las religiones, tenía un prestigio muy especial el intérprete de sueños, como poseedor de dones Divinos. En el mundo bíblico, baste recordar la oiría de José, hijo de Jacob, al cual el Faraón lo nombra gobernador de Egipto por ser el intérprete de sus célebres sueños de las siete vacas gordas y las siete flacas, y de las siete espigas grandes y hermosas y las siete agostadas, que tanto le inquietaban y nadie supo interpretar.

En los relatos de la infancia del Evangelio de Mateo, por tres veces el ángel le hable “en sueños” a José, utilizando este lenguaje para expresar inspiraciones de Dios. Con este símbolo del sueño, se subrayan dos aspectos relevantes: El varón no tiene arte y ni parte en la creación de la mujer, obra exclusiva de Dios. El varón está sumido en un letargo y no podrá comprender lo sucedido, siendo la mujer un misterio para el varón. Ese misterio, consistirá en el imperativo de descubrirse mutuamente, y esa aspiración, hará que el encuentro no se repita, no se corroa por la rutina o la falta de novedad. Las personas son insondables y el amor hace creciente y renovada la presencia.

(continuará)

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