LA PASIÓN DEL SEÑOR. DE JERUSALÉN A SEVILLA. MARTES SANTO

La oración en el huerto de Getsemaní

La conducta de los discípulos

He aquí que llega la hora en que os dispersareis cada uno por un lado y a Mi me dejaréis solo; pero no estoy solo porque el Padre está conmigo. Esto os lo he dicho para que tengáis paz en Mi. En el mundo habéis de tener tribulación, pero confiad, Yo he vencido al mundo.

Y dichos los himnos, salieron camino del monte de los Olivos y entonces les dijo Jesús: “Todos vosotros, os escandalizaréis de Mi esta noche, porque escrito está,  “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas de la manada. Pero después de resucitado os precederé a Galilea. Simón, Satanás os busca para acecharos como trigo, pero Yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe y una vez convertido, confirma a tus hermanos. Díjole Pedro al Señor: “Señor, estoy preparado para ir contigo, no solo a la prisión, sino a la muerte”. Dijo Jesús: “Yo te aseguro Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme”.

Getsemaní, molino de aceite

Getsemaní, significa lagar del aceite, estaba al pie del monte de los Olivos.  Allí solía pasar la noche Jesús porque era un lugar idóneo para la oración. El huerto se encontraba en la aldea occidental del monte, todavía dentro del recinto del Gran Jerusalén, que comprendía el área que no se podía abandonar la noche de Pascua, para dar cumplimiento al mandato de celebrar la fiesta en Jerusalén, y justo al lado del camino que conducía a Betania. Jesús enseñaba durante el día en el Templo y por la noche solía pasarla en el monte llamado de los Olivos.

Getsemaní estaba a media legua del Cenáculo y desde éste a la gran puerta del valle de Josafat, había un cuarto de legua y otro tanto desde allí a Getsemaní. Era un gran huerto rodeado por un seto, aunque únicamente crecían algunos árboles frutales y flores. Los apóstoles tenían una llave de este huerto y era utilizado por ellos como lugar de recreo y oración. Eran poco más de las nueve cuando Jesús llegó a Getsemaní con sus discípulos. La Luna ya había salido e iluminaba el cielo. Con la salida de Jesús del Cenáculo y la llegada al Huerto de los Olivos, se inicia la noche de Pasión; la noche oscura del alma, el combate entre la luz y las tinieblas.
                                        
Se producirá el abandono de sus discípulos y el miedo a la angustia humana ante el sufrimiento. Jesús les dijo: “Sentaos aquí mientras Yo voy a orar”. Comenzó a entristecerse y angustiarse y le dijo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, Juan y Santiago: “Triste está mi alma hasta la muerte, quedaos y velad conmigo”. Adelantándose un poco, se postró sobre Su rostro, orando y diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de Mi este cáliz; sin embargo, no se haga mi voluntad sino la Tuya”. Se le apareció un ángel del cielo que le confortaba y lleno de angustia, oraba con más insistencia y sudó gruesas gotas de sangre que corrían hasta la tierra.
  

La tristeza de Cristo

Es tan grande la tristeza y la angustia que sufre Jesús, que no puede irse solo y se lleva a los tres discípulos que le vieron nimbado de gloria. Dios permitió que Jesucristo sufriera para que pudiésemos ser redimidos. Sufrió el dolor en Su cuerpo  y tristeza y angustia en el alma. Podía con solo quererlo dejar de sufrir, pero quiso hacerse igual a nosotros, excepto en el pecado, para que nosotros nos hiciésemos iguales a Él en fortaleza y obediencia  la voluntad de Dios. Jesucristo se ofrece como víctima propiciatoria, como cordero de Dios que quita los pecados del mundi y solo ante el Padre, Jesús, como hombre, tiembla ante el pavor de una muerte cruel, pero en la hora del poder de las tinieblas, Jesús acepta morir por el hombre de todos los tiempos y todos los lugares del mundo.

Postrado en tierra, sumergido en un mar de tristeza, todos los pecados  del mundo se le aparecieron bajo infinitas formas y en toda su auténtica deformidad. Él los tomó sobre sí y ofrecióse en oración a la justicia de Su Padre celestial, para pagar esa terrible deuda. Pero Satanás, entronizado en medio de todos esos horrores  con diabólica alegría, dirigía su furia contra Jesús y le gritaba: “¿También vas a tomar esto sobre ti?, ¿sufrirás Tú su castigo?”.

Jesús oró tres horas en el huerto de los Olivos y salió fortalecido y sereno. Ha estado con Su Padre y se ha puesto en Sus manos. Y viniendo a sus discípulos, los encontró dormidos y dijo a Pedro: “¿De modo que no habéis podido velar conmigo una hora?. Velad y  orad para que no accedáis a la tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es flaca.
  
De nuevo se fue a orar por segunda vez diciendo: “Padre mío, si esto no puede pasar sin que Yo lo beba, hágase Tu voluntad”. Y volviendo otra vez, los encontró dormidos. De nuevo se fue a orar y luego volvió a los discípulos y les dijo: “Levantaos, ya llega el que va a entregarme”.

El cáliz de pasión no sería el propio mal, sino el mal que cometerán los demás. Jesús no pedía al Padre la conmutación de SU muerte, sino de que los hombres sean libres de los males que les amenazan, ahora y más tarde, de los que creen en Él. Jesús sabe cuan delebles son las palabras esculpidas en los corazones de los hombres y si Su doctrina debe quedar para siempre en la Tierra y que no se olvide nunca, debe escribirla con sangre, porque sólo así, con sangre de nuestras venas se pueden escribir las verdades sobre las páginas de la Tierra, para que las pisadas de los hombres y las lluvias de los siglos no las decoloren.

La detención de Jesús

Jesús fue detenido en las afueras de Jerusalén, en el valle del  Cedrón, al este del Templo, probablemente durante la noche del día 14 de Nisán del año 30. (7 de Abril). Le quedan quince días de vida. En efecto, llegó Judas Iscariote y con él una gran turba armada con espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. Ahora bien, ¿cuál fue la causa y quien ordenó la detención de Cristo?.

A pesar de que Jesús no fue un revolucionario motivado por ambiciones políticas de poder, sino el Mesías que anunció el Reino de Dios, sin embargo, fue detenido, acusado, condenado y ejecutado por el delito de rebelión, por orden de Poncio Pilato a instancias de la aristocracia sacerdotal judía. Ellos formaron un grupo operativo, formado por servidores y miembros de la  guardia judía del Templo y lo mandaron prender en el huerto con espadas y palos.



Pilato entró en escena, sorprendido horas después, cuando los judíos se lo entregan para ser crucificado. Y les pregunta: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?”. Ellos respondieron: “Si no fuera un malhechor no te lo traeríamos”. Dijo Pilato: “Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”
  
Conociendo Jesús todo cuanto iba a sucederle, salió y les dijo: “¿A quién buscáis?”. “A Jesús el Nazareno”. Él les dijo: “Yo Soy. Si me buscáis a Mi, dejad a estos”, para que se cumpliese la Palabra que había dicho: “De los que me diste, no se perdió ninguno”.

Jesús inspiró miedo en sus perseguidores, pues sabían que el Maestro enseñaba como el que tiene poder y no como sus doctores, por ello, cuando Jesús dijo Yo Soy, los soldados cayeron al suelo como atacados por una apoplejía. Luego se pusieron en pie y se acercaron a Jesús esperando el beso de Judas, que sería la señal convenida.



El que iba a entregarlo les había dado una señal: Aquel a quien yo besare, ese es, prendedle. Y al instante, acercándose a Jesús le dijo: “Salve Rabbí” y le besó. Jesús le dijo: “Amigo, ¿a qué vienes?. Entonces se adelantaron y echaron las manos sobre Jesús, apoderándose de Él.

Consumada la traición, aparece como muy extraño el beso con que Judas señala a Jesús, ya que en Judea a los parientes y amigos no se les besaba, salvo en circunstancias muy excepcionales. El Misterio de la Redención, pese al beso traidor de Judas, no es una historia de desamor, por el contrario en la Redención, se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y Su amor a los hombres, que se entregó para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo.
                                        
Viendo los que estaban en torno a Jesús lo que iba a suceder, le dijeron: “Señor ¿herimos con la espada?”. Simón Pedro sacó la espada e hirió a Malco, un siervo del Pontífice cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo a Pedro: “Vuelve tu espada a su lugar, porque quien toma la espada a espada morirá. ¿O crees que no puedo rogar a Mi Padre, quien pondría a mi disposición más de doce legiones de ángeles?. El cáliz que me dio Mi Padre ¿no he de beberlo?. Llegada Su hora, el Hijo del Hombre manifestó Su Soberano Poder, entregándose voluntariamente a sus enemigos para que las Escrituras se cumpliesen.

Jesús increpó a los que le detuvieron en la oscuridad de la noche, diciéndoles: “¿Cómo contra un ladrón habéis salido con espadas y garrotes para prenderme?. Todos los días estaba Yo en el Templo enseñando y no me prendísteis, más para que se cumplan las Escrituras de los profetas: “Ésta es vuestra hora y poder de las tinieblas”. De aquí se desprende el carácter público de la misión de Jesús de Nazaret, que no era un revolucionario motivado por ambiciones políticas de poderes terrenales, sino un Maestro religioso que predicó el Reino de Dios.


(CONTINUARÁ)

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