PEREGRINACIONES. EL CAMINO INICIÁTICO DE SANTIAGO (XVII)




Como visitar un Templo (II)

Liberados de imágenes, de conceptos, el espíritu debe liberarse de toda imagen relativa al mundo creado. Estamos lejos de rezar, de pedir a Dios mercedes u ofrecerle nuestro corazón, porque la oración es un estado. La experiencia espiritual es una experiencia de vacío, de olvido total. El alma ha salido de sí misma al encuentro de Dios.

De ello se deduce ante todo, la falsa posición de toda representación, aunque siempre sea simbólica y constituye una trampa para el que es incapaz de descubrir una enseñanza simbólica, o al menos, que distrae. El capitel historiado, nacido como materialización de palmetas estilizadas al amparo de un símbolo fundamental, es como una necesidad de sacudir la broza del mundo para iniciarse. De todos modos, la visita del peregrino, rara vez llegaba a esta dimensión mística y se limitaba a meditar símbolos.

El centro, cruce de naves en el que el hombre toma su justa proporción en la gran obra. La oquedad, la clave de la bóveda, es símbolo de ojo celeste, que evoca a la vez la putrefacción alquímica y el conocimiento reconstruido. El Altar, al que se asciende por unos peldaños, indica las resurrecciones del Bautismo; el ara, la piedra fundamental, comunica con la cripta y con el centro del Universo.

El coro, en el que evolucionaban las danzas sagradas evocadoras de la marcha eterna del mundo, corona sobre la cabeza de Cristo, inscrita en este lugar del edificio, y signo de realeza del hombre realizado. Es el Santuario por excelencia y por aquí era empezada la Catedral, requiriendo el máximo cuidado del maestro de obra, para engendrar en este lugar supremo, a la vez receptáculo y emisor, comparable con el atanor alquímico, donde se reproduce el milagro de la primera mañana, donde se revelan la unidad ilimitada de Dios. Estamos en el despertar de la Vida, de lo Sagrado.

Vueltos ya hacia Occidente, admiramos la nace central, el suelo, que a veces lleva marcado el laberinto Iniciático, cuyos meandros simbolizan los avatares de la vida humana, la muerte y el renacimiento a la vez que el camino de los constructores. Perdido, el peregrino de la Edad Media, tiende a la fraternidad de los constructores que sirven a Dios. Entre el coro y la nave, debe existir alguna señal del sesgo : Los fieles buscan lo sagrado con la razón, los Iniciados, en el coro, están en la fase de intuición o visión directa e inefable.
          
        Desde la punta del arbotante o el contrafuerte hasta la clave de la bóveda, el edificio sagrado vibra. Y siempre los capiteles, los eternos, inmutables, divinamente inspirados en la perennidad del símbolo, esta virtualidad material de la materia, la fuerza con que asoma el espíritu de la tradición contestando al deseo oscuro de la trascendencia humana.

Saldremos de nuevo al exterior, a la intemperie, y nos volvemos para contemplar el portal real de Occidente, que nos habla del Juicio Final, de la concepción cristológica del mundo. El Pantocrator envuelto en la mandarla o almendra alquímica, y rodeado de los cuatro elementos, dominando el futuro, el hombre nuevo. Si la conciencia no se ha separado todavía de lo material, ha de seguir su ascesis errante hasta la próxima experiencia.

 (continuará)

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