LA PASIÓN DEL SEÑOR. DE JERUSALÉN A SEVILLA

Segunda Palabra: Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a Tu Reino

Uno de los malhechores le insultaba: “¿No eres Tú el Cristo?, ¡pues sálvate a ti y a nosotros!. Pero el otro le reprendió diciendo: “¿Es que no temes a Dios, tú, que sufres la misma condena?. Y nosotros con razón, porque nos la hemos merecido con nuestros hechos, en cambio, éste nada ha hecho”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mi cuando vayas a Tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Esta frase de Jesús dirigida al crucificado que sufre con Él, expresa comprensión, amor espiritual y proyectivo. Jesús comprende que el Buen Ladrón no quiere cambiar su situación a cualquier precio, que es la postura del otro ladrón, sino que aprecia el valor espiritual de Jesús y ha comprendido que es inocente, pero que le han condenado por haber afirmado que es el Hijo de Dios. El Buen Ladrón ha legado a la fe y Jesús le responde concediéndole ante todo el perdón, y permitiéndole así enfrentarse a la muerte de una manera positiva y con la esperanza de compartir el Paraíso.

Al confesar sus propios pecados y proclamar una firme creencia en la inocencia de Jesús, el Buen Ladrón, con la sencillez de los ignorantes, había encontrado la manera de mirar más allá de su propio destino inmediato. Quería que Jesús supiese que creía en Él y aceptaba que Su Reino no estaba lejos de sus últimos momentos de tortura en la tierra. Aquél hombre, sólo pedía permanecer en el recuerdo de Jesús. Dimas, fue testigo de dignidad, paciencia y la extraordinaria bondad de Jesús al pedirle a Dios que perdonase a sus verdugos.

Jesucristo le asegura un Paraíso en el Cielo, al que andaba robando para tener un paraíso en la Tierra. Sin embargo, nosotros, nos quedamos con la petición de Gestas, porque no nos convence la de Dimas, el Buen Ladón. Por favor Jesús, bájate de la Cruz y líbranos del dolor, la enfermedad, la angustia, la pasión de la cruz, de la muerte y creeremos en Ti. En el fondo, necesitamos un Cristo que nos hable del Cielo, del dolor, de la cruz, de la redención. De ese otro mundo desconocido y misterioso que Él nos anunció nos ganó con Su sangre. De ese Paraíso que Cristo promete a los hombres con la garantía de Su muerte y Su Resurrección, en Su Segunda Palabra desde la Santa Cruz.

Dimas y Gestas representan el misterio insondable del corazón humano: La Luz y las tinieblas, la fe y la incredulidad. Negado y abandonado por los suyos, contado entre los criminales, Jesús encuentra a un pequeño, uno de los suyos, un verdadero pobre del Reino de los Cielos, un pecador, a quien se le concede escuchar el Evangelio de la Gracia. Lo primero, es reconocer el propio pecado, aceptar su pobreza radical, su miseria. A éstos, Jesús regala el Reino, pues Dios no necesita de nuestras obras para salvarnos, Dios, solamente pide fe.

N existe en el Evangelio una frase comparable a esta: “Jesús, acuérdate de mi”. En efecto, hasta el Calvario, nadie se había dirigido a Él como lo haría un hermano o el mejor de los amigos, llamándole simplemente Jesús. Mirando a Dimas, un torrente de Luz inunda el alma de Cristo, mientras Su sangre salvadora se derrama sobre la Tierra. El Señor ve en aquel compañero de suplicio a tantos corazones humillados bajo el peso de sus culpas, recibir por Su sangre redentora el perdón de sus pecados y la liberación que anhelan. El Señor escuchó emocionado, entre tantos insultos, aquella voz que le reconocía como Dios y era ciertamente, la voz de un ladrón que le confesó en voz alta, le creyó, y en el suplicio de la cruz, le proclamó inocente y santo. Así, Jesús le perdonó como Sacerdote y le enriqueció como Rey.

Creemos en Cristo porque no baja, pudiendo, d e la Cruz,, porque aguanta en ella y muere en ella. Necesitábamos al Redentor para aguantar nosotros como Él, nuestra propia cruz y desde ella háblanos de nuestros pecados, dolores y sufrimientos. Gracias Señor, por Tu Cruz y Tu Paraíso.


                                        
La llamada a la conversión la encontramos desde el comienzo de la predicación de Jesús, como disposición básica para acoger y comprender Su “Buena Noticia” del Reino de Dios. Ante esta llamada a la conversión, se evidencia nuestra libre decisión, pues nosotros, como Dimas, como capaces de abrirnos e iniciar un camino nuevo o por el contrario, a imitación de Gestas , cerrarnos y rechazarla. El creyente va transformando su vida  hacia la persona del Señor Jesús, en armonía con Su Espíritu y Su mensaje evangélico, acogiendo con Él y en Él al Padre y dirigiendo Su vida a la construcción del Reino de Dios. Por tanto, si bien la conversión cristiana se orienta, principalmente al Reino de Dios, en absoluto supone alejarse de la historia real que vivimos a diario, sino más bien integrarse, profundizando en el significado del tiempo presente, como camino seguro hacia el reinado de Dios.

El anuncio del Reino de Dios, es una experiencia de salvación, pues la soberanía de Dios es una buena noticia, sobre todo, para los que sufren, los marginados, aplastados, pues supone consuelo, liberación, justicia, fraternidad y esperanza para todos. “Que no habiendo nadie que habiendo dejado casa o hermanos y hermanas, o madre, padre, hijos, campos, por amor a Mi y del Evangelio, no reciba el céntuplo ahora en este tiempo en casas, hermanos, hermanas, madre e hijos, campos, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero, y muchos primeros serán los últimos y los últimos los primeros”.

El reinado de Dios consiste precisamente en la transformación personal y social de todas las situaciones y estructuras radicalmente injustas e inhumanas que impiden la vida en plenitud, y será, como desde el principio, don de Dios y tarea que no excluye en absoluto, la responsabilidad personal del ser humano. El reinado de Dios, es una opción inequívoca de Jesús por los pobres, oprimidos y olvidados de este mundo; es el paradigma de la salvación universal para todos los seres humanos, merced al Espíritu Santo y aunque su consumación será realizada, exclusivamente por Dios, precisa, no obstante, la participación de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

(continuará)

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