LA SOLEDAD (III)



Círculos de incomprensión de Jesús

Pueden resaltarse tres círculos de personas, que empezando por las más próximas, se van ensanchando a tal extremo que abarca la totalidad, en una creciente incomprensión de la persona, las enseñanzas y las actitudes de Jesús.

        1.        Un primer círculo se refiere a sus familiares, a sus parientes, a la gente más próxima unidas por lazos de sangre. Los Evangelios no hablan mucho sobre la familia de Jesús, si se exceptúan los Evangelios de la Infancia de Mateo y Lucas, que nos ofrecen ya durante Su vida pública, la incomprensión y la falta de fe, cuando no rechazo, incluso se menciona en el Evangelio de Marcos que “sus parientes fueron a hacerse cargo de Él porque decían que estaba loco”.
Juan comenta el cinismo de sus parientes, que vienen a incitarlo a que vaya a Jerusalén (que encerraba grandes peligros para  Su vida) y allí se exhiba con sus milagros. Juan nos relata que sus hermanos hablaban así porque ni siquiera ellos creían en Él.
En la misión de Jesús, los lazos de sangre no eran lo más importante, ya que Él venía a inaugurar una nueva familia que brota de la fe: La familia de los Hijos de Dios. Por eso, cuando estaba en una reunión y le dicen que Su madre y sus hermanos le buscaban Él contesta”¿Quién es mi madre y quines mis hermanos?, y mirando a los que estaban junto a Él dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos, todo aquel que hace la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Con todo esto y otras frases más, Jesús resalta que era más importante la fe que la biología y que en Su madre era más relevante esa fe en la Palabra porque creyó y lo engendró.
Nosotros, nos encontramos la mayoría de la veces, con la incomprensión, cuando no el rechazo y el insulto por parte de nuestros familiares más cercanos, al decirles que vamos a seguir a Jesús, que venimos a la Orden, etc. Ponen toda clase de inconvenientes, descalificaciones a priori, y prefieren mil veces que ese “tiempo” que dicen les quitamos para acudir  a las reuniones, fuera dedicado a cualquier actividad lúdica, aunque sean más horas de separación, gasto o traslados, porque lo que son capaces de aceptar para lo profano, lo rechazan de plano para lo sagrado, provocando muchas veces una disarmonía familiar y unos enfrentamientos, que acaban por vencer nuestra resistencia. También nosotros podemos decir: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, y añadir “danos fuerza para resistir las presiones, las malas palabras y actitudes y ayúdanos a que no nos quedemos en el camino”.
La desazón de Jesús con sus parientes es tan grande como la nuestra, dada la incomprensión y la falta de fe, a pesar de que muchos de nuestros familiares se declaren “cristianos de pura cepa”. Más recordemos que no desprecian a un Profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa, y que allí Jesús no pudo hacer ningún milagro por la falta de fe. Tampoco nos olvidemos hermanos, que nosotros tenemos la última palabra y somos responsables de nuestras decisiones, aunque nos cuesten, y nunca va a ser el alumno más que su Maestro.
         2.        El segundo círculo, comprende a sus discípulos, que eran la gente amiga, leal, seguidores y acompañantes de Jesús, que Él mismo había invitado y elegido para sus tareas de anuncio y afirmación de la Buena Nueva. Entre sus discípulos, destacaba el grupo de “los doce” (apóstoles), cuyos nombres se citaban expresamente y estuvieron permanentemente rodeando a Jesús y acompañándole en Su recorrido por aldeas y poblados.
Es difícil dar una cifra sobre el número de discípulos, Jesús sólo menciona en un momento dado a “setenta y dos”, pero sin duda el conjunto debió ser más numeroso, habiendo otros discípulos ocultos por la condición de su pertenencia al Sanedrín, como eran José de Arimatea y Nicodemo, fariseo y magistrado judío que iba a ver a Jesús de noche, y el primero se mantenía en la distancia por miedo a sus jefes. Sin embargo, ambos se llevaron el cuerpo de Jesús bajado de la cruz y cumplieron con los ritos del entierro.
Hubo muchas llamadas que fueron rechazadas, ya que la invitación se hacía dentro de la más estricta libertad de decisión y la respuesta suponen encuentro y compromiso. Ante una llamada de Jesús, otros dos invitados con su “sígueme”, antepusieron una necesidad propia, olvidándose de que el seguimiento de Jesús es exigente y requiere un compromiso incondicional.
Exactamente igual nos ocurre a nosotros. Jesús debe ser nuestra prioridad o al menos estar entre ellas. No se puede dejar el trabajo que hemos de hacer para Él, cuando ya no tengamos nada mejor que hacer en el mundo profano. Una manera muy curiosa de vivir el cristianismo.
Recordemos a un candidato muy entusiasta, lanzado y seguro de sí mismo que se ofreció a Jesús diciéndole: “Te seguiré a donde quiera que vayas”, y el mismo Señor le desanima en sus impulsos y promesas excesivas, que son olvidadas cuando argumentan “tengo que atender a mi familia”...., “he de llevarlos de excursión”...., “han de disfrutar de las fiestas locales”.... ¿Cuántas veces hemos hecho esto nosotros, hermanos y hermanas?. Recordémoslo y seamos sinceros de cuantas veces nos dejamos convencer y dejamos al Maestro para “cumplir”con festejos o compromisos familiares o vecinales que no son en absoluto urgentes o vitales. Al estar en estas situaciones, tengamos presente las palabras del Maestro al respecto: “Las zorras tienen su madriguera y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
Aunque las realidades de la gente eran comprensibles, tales como “Deja que vaya a enterrar a mi padre” o “despedirse de la familia”, las exigencias de Jesús son contundentes: A uno le recuerda “deja que los muertos entierren a sus muertos” porque aquí se les llamaba a una nueva vida, y al otro le advierte: “Quien pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de los Cielos”, porque se trata de mirar hacia delante y desatarse de viejas ligaduras.
También hubo deserciones y abandonos en el seguimiento emprendido, por el escándalo de las propuestas de Jesús o por desilusiones en sus expectativas.
Lo anota Juan ante la propuesta de la Eucaristía. Su carne como comida y Su sangre como bebida. Una doctrina inadmisible imposible de aceptar sin fianza y fe, y subraya como dato “desde entonces, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no iban con Él”.
A los apóstoles les ofreció oportunidades mejores, ya que les explicaba las parábolas, les manifestaba sus inquietudes, asistieron a sus múltiples curaciones y fueron testigos oculares privilegiados de superación de sufrimientos y postraciones y más aún, les hizo partícipes de Su poder de sanación y expulsión de demonios. Por todo esto, sus llamadas de atención, sus reproches, fueron también más frecuentes, fuertes y duros para con ellos.
También estaba la desilusión de Jesús, un desencanto entristecido, porque queriendo volcar Su corazón a los que llamaba “amigos”, se encontraba en Soledad de incomprensión dadas sus reacciones obtusas, su torpe inteligencia, su ausencia de fe. Igual nos ocurre a nosotros. Cuantos no se nos acercan buscando sólo notoriedad, avidez de Conocimiento solo deseado para un alardeo espiritual, no para el servicio a la humanidad. Igual se apartan cuando ven que la cuestión no es “saber” sino “conocer” y para ello, es necesario entrega, sacrificio, perseverancia, trabajo dentro del Non Nobis y diciéndolo de la forma más vulgar, hay que comer muchas “aceitunas” para llegar al “jamón”. Es decir, hay que trabajarse desde abajo, modificar tu interior, empezar a realizar la casa sobre roca y sobre todo, entregarse sin reservas a cumplir con los planes del Cristo. Como Él decía, “busca el Reino de Dios, que lo demás se te dará por añadidura”..... y “Al que tiene mucho se le dará más, y al que tiene poco, hasta lo poco que tiene se le quitará”....
Una gran discusión se levantó inmediatamente después de la Última Cena tras la institución Eucarística, cuando entre los apóstoles discuten sobre quien debía ser considerado el más importante. Jesús, con infinita paciencia, tuvo que volver a reiterarles que Él “había venido a servir”. Y en esta, Jesús les propone el signo del lavatorio de pies, una de las señales de identidad cristiana: El servicio fraternal. 
Y como para que no se olvidaran nunca de este imperativo, Juan lo describe así: “Jesús se quitó el manto (signo de autoridad de la propia persona). El quitárselo expresa le entrega (muerte), el despojo, la renuncia a toda forma potestativa y volver a ponérselo al final, indica la recuperación o resurrección, que es igual a recobrar la vida. Esto indica el trabajo servicial, propia del servidor (lavar y secar) que lava los pies a los invitados al banquete en signo de acogida y para la participación entre los comensales conforme se comía. Les lavó los pies. Los pies representan el cuerpo humano, las extremidades, los órganos mas humildes y sufridos, expuestos a las lastimaduras de los caminos y que soportan nuestro peso.
Y por si quedan dudas de estos signos y ya con el manto puesto y sentado a la mesa, les pregunta: ¿Entendéis lo que he hecho?. Pues bien, si Yo, que soy el Maestro y Señor os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros. Os he dado ejemplo para que hagáis lo que Yo he hecho con vosotros.
Culminando esta larga lista de incomprensiones de su entorno más cercano, esa queja de Jesús a Felipe, válida para cada uno, puede resumir la pena acongojada, la profunda soledad en la incomprensión: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros ¿y no me conoces, Felipe?. El que me ha visto a Mi, ha visto a Mi Padre”.
La Soledad de Jesús se acrecienta en la hora más cruel y terrible de Su Pasión y de la cruz. En el huerto, comenzó a sentir pavor y angustia y les dijo: “Siento una tristeza mortal”. Mientras sus discípulos, dormían. Y Judas utiliza un beso de amistad como señal de venta. Pedro en la casa del Sumo Sacerdote lo niega tres veces y huye cobardemente.
La cruz, es uno de los instrumentos de tortura más crueles, indignos y vergonzosos que ha habido en la historia de la humanidad y expone al condenado como un objeto a contemplar, incluso desnudo, para el morbo y la curiosidad de las gentes. Quita toda la intimidad de la agonía del reo al ser un espectáculo público, e izado en el patíbulo, es exhibido como una piltrafa.
 La Soledad de Cristo en esta situación límite, es una vez más ante una multitud, y en ese instante supremo, parece que se oscurece el rostro del Padre que le hace exclamar: “¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Sin embargo, no era Dios quien quería la muerte del Hijo, sino que respetaba al máximo que culminara la última decisión y elección de Jesús, intransferible y propia: Fidelidad, lucidez y confiada entrega al Padre, que confirma con sus palabras “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Durante los años de Su vida pública y en Su estrecha compañía, los apóstoles no fueron capaces de descubrir la identidad de Jesús, porque estaban tan enfrascados en sus ambiciones y proyectos, repartos de puestos y cargos al modo humano, que no entendieron los proyectos al modo de Dios. No sorprende por tanto, que a la hora del prendimiento y comenzar Su calvario lo abandonaran al derrumbarse su ficticio imperio, miedosos y faltos de fe.
Pero tras la Pascua de Jesús, con la presencia del Espíritu resucitado, se les abrirán los ojos, se alumbrarán sus mentes y calentarán sus corazones para entender y proclamar, incluso de entregar sus vidas por la causa del Señor y Su Evangelio.

(continuará)

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