EVANGELIO DÍA 31 DE AGOSTO



Jesús salió de la Sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma con mucha fiebre y rogaron a Jesús que la sanase. Jesús se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre y la fiebre la dejó. Al momento, ella se levantó y se puso a atenderlos. Al ponerse el Sol, todos los que tenían enfermedades los llevaron a Jesús; Él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. De muchos enfermos, también salieron demonios que gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero Jesús reprendía a los demonios y no les dejaba hablar, porque sabían que Él era el Mesías. Al amanecer, Jesús salió de la ciudad y se dirigió a un lugar apartado. Pero la gente lo buscó hasta encontrarle. Querían retenerlo para que no se marchase, pero Jesús les dijo: “También tengo que anunciar las buenas noticias del Reino de Dios a los otros pueblos, porque para esto  he sido enviado”. Así iba Jesús anunciando el mensaje en las Sinagogas de Judea.
(Lucas 4, 38-44)

MEDITACIÓN

Hay una gran diferencia entre conocer a Jesús intelectualmente, con la sola fuerza de la razón y conocerlo también con la parte afectiva, con los sentimientos, las emociones, las experiencias de fraternidad, a través de los Sacramentos. Cuando Jesús forma parte de estos aspectos de la vida, repite los milagros de hace más de dos mil años. Él tiene un espacio para sanarte y anunciarte una Palabra que ilumina y pone en pie tu vida.

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