LA TRADICIÓN DE LOS MAYORES EN EL PUEBLO JUDÍO (III)



Relación con los pecadores

Otras acusaciones se centraban en particular en las actitudes de Jesús para con los pecadores. Rompía con su relación con ellos las leyes de la pureza ritual, ya que un pecador, por su situación de ruptura religiosa, debía ser evitado en las relaciones sociales.

Así sucedía, por ejemplo, con el publicano Mateo, tras su llamada al seguimiento: “Mientras Jesús estaba sentado a la mesa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se sentaron con Él y sus discípulos”. Pero la pregunta o la acusación en forma de pregunta, se la hicieron los fariseos a los discípulos: “¿Por qué come vuestro Maestro con publicanos y pecadores?”. Igual murmuración, realizaban los fariseos y los maestros de la Ley, cuando los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo: “Este anda con pecadores y come con ellos”. La murmuración, se extendía también a la muchedumbre, que contemplaba cómo Jesús entraba en casa del jefe de los publicanos. Zaqueo: “Se ha alojado en casa de un pecador”.

Pensaba lo mismo el fariseo que había invitado a comer a Jesús, cuando una mujer pecadora cumplía con Él los signos de acogida que el anfitrión no realizó y le besaba los pies y los ungía con perfume. “Si éste fuera profeta, sabría la clase de mujer es la que le está tocando, pues en realidad es una pecadora”. Las respuestas de Jesús, cuando estaba en juego el dolor de la gente marginada o relegada, sufrida siempre, manifestaban un sentido insondable de la hermosura de Su corazón, de Su entrañable misericordia. Por ejemplo: “Entended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. O esa conmovedora parábola del pastor, que deja las noventa y nueve ovejas y va en busca de la perdida, la carga en los hombros con alegría una vez hallada. “También en el Cielo, habrá más alegría por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. O bien: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa..., porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. O la mujer que lo ha tocado, con escándalo del fariseo: “Tiene que amar mucho porque mucho se le ha perdonado”.

Jesús se olvida de todo, acechanzas y animadversiones, de malquerencias, y se centraba en Su tarea promotora de bienestar y salvación, que le devoraba.
                                       
Para eso había venido. Por todo ello, el que pudiera quedar impuro por la ruptura de márgenes y separaciones rituales o legales, no le importaba, porque para Él, lo importante era el hombre, todo el hombre.

Esta Tradición de los Mayores, como se ha visto, se refería a casi toda las prescripciones de pureza, que debían practicar todos los integrantes del pueblo a imagen de los sacerdotes del Templo, pero los fariseos, lo tenían a gala en su práctica minuciosa, para poder obtener la salvación como pueblo digno de Dios. Siempre normas.

El sistema de pureza estricto que caracteriza al judaísmo del siglo I, es una forma peculiar de ordenar toda la realidad, los espacios o lugares, el tiempo, las personas, los demás seres vivos, las acciones. El principio fundamental, es que cada realidad debe ajustarse perfectamente a su categoría o naturaleza. Lo que rompe el orden, es lo impuro o lo manchado. Hay aversión a lo que se sale de los moldes establecidos, a lo que no encaja en una categoría determinada. Cuando un sistema de pureza es rígido, se multiplican en número y en precisión, las clasificaciones que regulan todas las actividades de la vida. Esto es lo que sucedía en tiempos de Jesús.

En el trato con el extraño es mayor el peligro de impureza. La circuncisión, el Sábado y las normas de alimentación, pretenden separar al pueblo de los demás pueblos: Las tres cosas, suponen un corte en el cuerpo, en el tiempo y en las relaciones con los demás y con la naturaleza, respectivamente.

(continuará)

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