CONCILIOS Y SÍNODOS DE LA IGLESIA ROMANA (XII)


                                         Mosaico de San Lorenzo Extramuros, con S. Pedro, S. Pablo y S. Loranzo.


V. Sínodos Romanos.




Roma, fue siempre una sede compleja, ya que la componían cristianos de diversos orígenes, culturas, lenguas y circunstancias. En algún momento pareció ser Iglesia de Iglesias, pues cada lengua se reunía por su cuenta y tenía sus sacerdotes. Pero al mismo tiempo, tuvo desde el principio una principalidad reconocida al ser la Iglesia de Pedro y Pablo. A Roma llegaban ciudadanos de todo el Imperio, era cruce de muchos caminos, y allí predicaban ortodoxos y heterodoxos.

En Roma los Concilios eran frecuentes, aunque de algunos no se cuenta con documentación acreditativa, por lo que no se puede afirmar con certeza cuales fueron celebrados y cuantos no. Los primeros, trataron de problemas o aspectos de la pastoral diocesaza y poco a poco, los Sínodos romanos fueron abarcando temas de otras Iglesias que llegaban a Roma, para que el Obispo romano diera su parecer o decidiera con autoridad. Por esta razón, desde el siglo IV, estos Sínodos fueron universales, no sólo por la procedencia de sus participantes, sino sobre todo por los problemas tratados y dirimidos.

En plena controversia sobre la actitud a tener con los “lapsos”, es decir, con quienes habían sido infieles en la persecución, Cornelio, probablemente más humilde y comprensivo que los más exigentes y “puros” con respecto a la debilidad humana, reunió en Roma un Sínodo del 251 al 253, al que acudieron setenta Obispos de la región. Allí se decidió favorecer la readmisión en la Iglesia tras una penitencia pública decidida por los Obispos para cada caso, acorde con la gravedad de la culpa.

Emperador Constantino


Milciades, a petición de Constantino, convocó un Concilio en el 313, para juzgar la validez de la ordenación de Ceciliano, Obispo de Cartago, en presencia de Donato y algunos secuaces que le negaban y que tantas complicaciones le habían creado en las Iglesias de África. Se celebró en el palacio de Letrán, cedido poco antes por Constantino al Obispo romano, y fue el primer Concilio presidido por un Papa y celebrado a petición del poder civil. Este Concilio, pronunció la primera condena solemne de los donatistas.

                                                                       Participantes de los Sínodos de Roma


Ante los tumultuosos movimientos arrianos existentes en Oriente, tras la celebración del Concilio de Nicea en el 325, Julio I no tuvo dudas sobre su heterodoxia y defendió en su integridad la tradición nicena. Atanasio, Obispo de Alejandría, fue expulsado de su diócesis por su fidelidad al dogma defendido en Nicea, se trasladó a Roma, donde fue acogido con todos los honores y fue honrado en el Concilio romano del 341, en el que participaron, además de los italianos, Obispos de Egipto, Siria, Palestina y Tracia. Los Obispos examinaron detenidamente la situación, alabaron la fidelidad de Atanasio a la doctrina verdadera y condenaron a sus opositores.

 

Durante el pontificado de Dámaso, se celebraron Concilios casi cada año, aunque de algunos apenas tengamos noticias. Hacia el 371, Dámaso reunió un Concilio de Obispos con el fin de enfrentarse a los restos de arrianos presentes en el Illyricum, provincia Imperial bajo la jurisdicción romana. Seis años más tarde, convocó otro Concilio en el que participó Pedro de Alejandría, sucesor de Atanasio, donde se elaboró un documento teológico matizado que fue muy aceptado por las Iglesias orientales. En el 382, el mismo Papa reunió a los Obispos, para respaldar el Concilio constantinopolitano del año anterior en sus disposiciones estrictamente teológicas.

 

En los Concilios romanos y orientales de estos años, podemos descubrir la persistencia de los recelos mutuos y la existencia de aspectos eclesiológicos diferentes, que llegarán hasta nuestros días. Existía unidad doctrinal fundamental entre Oriente y Occidente, pero permanecían las tensiones y las dificultades propias de las dos culturas y psicologías distintas.


                                                      Mausoleo de la Empratriz Elena, madre de Constantino
 

En el 386, Siricio, cuya actividad administrativa y legislativa fue infatigable, reunió en Roma un Concilio con más de ochenta Obispos, con el fin de poner en vigor algunas leyes, que de hecho, habían sido descuidadas o que nunca habían sido puestas en práctica del todo. Se recordó que ninguna ordenación episcopal podía realizarse sin el permiso de la Santa Sede, que un solo Obispo no podía nunca ordenar a otro Obispo, que quien hubiese servido en el ejercicio tras su bautismo no podía entrar en el orden clerical y que los clérigos no debían convivir con sus mujeres.


(Continuará)

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