EL REINO DE DAVID (IX)





La principal posesión de los judíos era la Torá, que se convirtió en la más importante posesión desde ese día, cuando Ezrá la leyó en Jerusalén. Hasta entonces, habían tenido parte de la Torá, pero ese día la tuvieron entera y desde los 2.500 años que han pasado desde entonces, ha sido la fuerza que ha gobernado a los judíos. Toda ella, sus leyes, sus principios, todos ellos provienen de esos momentos de la historia.



Después de la ceremonia en que Ezrá leyó la Torá, la gente de Judea tuvo que firmar un contrato aceptando vivir según las leyes de la Biblia. El documento que firmaron, era revolucionario, una prueba de que el Dios de los israelitas, no se preocupaba sólo de los reyes y los sacerdotes, sino de los granjeros y los tejedores, las madres y los padres. Es una revolución religiosa, profundamente democrática. Lo que Ezrá declaró ese día no es ningún secreto en Israel. En las tradiciones de todo el mundo, siempre ha habido sacerdotes misteriosos, ritos y Conocimientos que otras personas no podían saber, pero la Torá, está llena de los ritos exactos que los sacerdotes siguen en el Templo y eso significaba que los israelitas podían saber lo que sabían los sacerdotes, lo que sabían los maestros.



La revolución de Dios, es para cualquiera que quiera entenderla. No hay una para los profetas, otra para los sacerdotes y otra de segunda categoría para la gente del pueblo. Todo el mundo puede buscar a Dios y todos pueden entender sus enseñanzas. La llamada de Ezrá a todos los judíos que firmaran el contrato, revitalizó Jerusalén.. El Templo fue lo que más se transformó, porque la Torá exigía que el templo tenía un papel central en la vida judía: No debes poner a trabajar al primogénito de tu rebaño, ni esquilar al primogénito de tus corderos. Debes comerlo tú y los de tu casa una vez al año, en presencia de Yahvé tu Dios.



Durante la época del segundo Templo, sólo había un lugar donde el tiempo sagrado y el espacio sagrado se unían. El espectáculo, ritual y sacrificios, eran el vehículo para que la gente se acercaran a Dios. Así pues, si vivías en el Norte de Israel y llegaba el tiempo de la Pascua y querías traer un animal al Templo, vendías el animal y con el dinero obtenido, ibas en peregrinación a Jerusalén, comprabas otro animal y pasabas al Templo. Hay que imaginarse con toda esa preparación, lo que significaba ese momento para el penitente, que recorría tanta distancia y se tomaba tantas molestias, hasta que ponía las manos sobre el animal y declaraba: “Es mi regalo para Dios, voy a comer junto a Él, en Su presencia”.



Se puede imaginar la fuerza que tenía algo así. Además de las Leyes de cómo debían tratar los humanos a Dios, la Biblia tenía mucho que decir, de cómo debían tratarse los seres humanos los unos a los otros, lo que se convirtió en uno de los libros de Leyes más sofisticados del mundo antiguo.

(continuará)

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