CONCILIOS Y SÍNODOS DE LA IGLESIA ROMANA (XVII)

CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (II)


La Divinidad del Espíritu Santo, era plenamente confirmada cuando se le aplicaba el término Kyrios (Señor), y cuando basándose en las afirmaciones del Evangelio de San Juan, se afirmaba que procedía del Padre, rechazando así la doctrina de cuantos combatían Su Divinidad, con el argumento de que había sido creado y hecho sólo por el Hijo. Atanasio ya había confirmado estas teorías, al afirmar que “había que condenar a cuantos afirmasen que el Espíritu Santo era una criatura separada de la sustancia de Cristo”.

A continuación, describieron las obras propias del Espíritu: Profetas, Iglesia, perdón de los pecados, resurrección de la carne y vida futura. El Símbolo de los 150 Padres, que fue probablemente aprobado en este Concilio y que nosotros llamamos “Credo Niceto-constantinopolitano” integrado progresivamente  en la liturgia eucarística a partir del siglo VI, es el Credo más conocido e importante del cristianismo.

En los dos primeros Concilios  ecuménicos, el magisterio de la Iglesia precisó con detalle la fe trinitaria del cristianismo como núcleo doctrinal, de forma que a partir de ese momento, el pensamiento teológico se concentró en el estudio del misterio de la persona de Cristo, objeto de los dos siguientes Concilios. El Concilio de Constantinopla I, promulgó cuatro cánones que condenaban a cuantos no aceptaban la fe de Nicea, entre los que incluyó a los pneoumatomacos (enemigos del Espíritu), sabelianos, marcelianos y a otros más que profesaban errores referentes a la humanidad y la Divinidad de Cristo o la Divinidad del Espíritu Santo.

En una carta dirigida a Teodosio, el Concilio solicitó la aprobación Imperial de lo acordado en la Asamblea, que fue inmediatamente acordada y una Ley del 30 de Julio, determinó que serían expulsados los Obispos que no confesaran la igual Divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Durante los pontificados de Liberio y Dámaso, reapareció con claridad la divergencia entre Oriente y Occidente, presente también en el ámbito político. A medida que Roma perdía relieve en la política y la estrategia imperial, su Obispo era visto cada vez más como parte de Occidente y su primacía universal se diluía en los pliegues del protocolo y en los rangos de honor.

¿Cómo ha llegado a ser ecuménico en la conciencia eclesial un Sínodo que no había sido, ni concebido ni convocado como tal?.
                                         
Fue en el Concilio de Calcedonia (451), cuando se canonizó el símbolo de Constantinopla. Desde entonces, la Iglesia universal aceptó este símbolo con la autoridad de un Concilio ecuménico. En Roma, el Decreto de Gelaxio a finales del siglo V, enumera como un todo los Concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia. Más tarde, San Gregorio Magno, compara estos cuatro Sínodos a los cuatro Evangelios, parangón que será repetido con asiduidad durante los siglos siguientes. De esta manera, un Concilio nacido con vocación regional, se convertirá en ecuménico por la aceptación de la Iglesia universal.


  
La Santa Trinidad. Galería Tretyakov. Moscú


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