EVANGELIO DÍA 30 DE DICIEMBRE



Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según manda la Ley de Moisés, llevaron al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al Templo, y cuando los padres del Niño Jesús entraban para cumplir con lo dispuesto por la Ley, Simeón lo tomó en brazos y alabó al Señor diciendo: “Ahora, Señor, Tu promesa está cumplida, ya puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque he visto la salvación que has comenzado a realizar ante los ojos de todas las naciones, la Luz que alumbrará a los paganos y que será la honra de tu pueblo Israel”. El padre y la madre de Jesús, estaban admirados de lo que Simeón decía acerca del Niño. Simeón les dio su bendición y dijo a María, la madre de Jesús: “Mira, este Niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan y muchos se levanten. Será un signo de contradicción que pondrá al descubierto las intenciones de muchos corazones. Pero todo esto va a ser para Ti como una espada que te atraviese el alma”. También estaba allí una profetisa llamada Ana. Nunca salía del Templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del Niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Israel.
(Lucas 2, 22-40)

MEDITACIÓN

Miro a Simeón y a Ana y pienso que nadie queda sin encontrarte aunque sea después de muchos años. Miro mi corazón cansado y gastado de esperar y no sé si es que tardas o yo espero en el lugar equivocado, a la persona equivocada. Tal vez he crecido demasiado para entenderte o no he crecido lo suficiente para alcanzarte.

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