UNA DE LAS MISIONES DEL TEMPLE: RESTAURAR VALORES (II)



SABER

¿Qué es saber?. El saber va entreverado de ignorancia y a éste no se llega bien cenado. Es preciso tener un caos dentro para engendrar una estrella fugaz (porque sólo lo que enseña duele), y además, no siempre se sabe decir lo que se sabe ni se sabe del todo lo que se quiere decir. Con frecuencia tenemos algo que decir, pero no sabemos del todo qué, ni cómo. La Sabiduría es como las luciérnagas, necesita la oscuridad para brillar. En última instancia, el entendimiento alumbra como las velas, derramando lágrimas, ya que ver lo que se tiene enfrente de nosotros y en nosotros mismos, exige un esfuerzo constante. Infortunadamente, saber significa crujirse la espalda y dejarse la vista sobre el pupitre y envejecer. Sólo el viejo sabe, pero no todo viejo, sino el que ha envejecido sobre el banco de las pruebas.

Sepamos escuchar a los viejos sabios: “El maestro dijo a Tse-Lu: ¿Has oído hablar alguna vez sobre los seis absurdos y sus consecuencias?. El discípulo respondió: Nunca he oído hablar de esto. Entonces dijo el maestro: Ven acá, que te lo voy a explicar. El primer absurdo, consiste en pretender alcanzar el bien prescindiendo del estudio y su consecuencia es la decepción. El segundo, consiste en intentar alcanzar la ciencia sin entregarse al estudio, lo que lleva a la incertidumbre. El tercero consiste en el deseo de ser sincero prescindiendo del estudio, lo que provoca el engaño. El cuarto consiste en pretender obrar rectamente sin haber recibido la instrucción adecuada, lo que hace caer en la temeridad. El quinto consiste en querer compaginar el valor con la incultura, lo que da lugar a la insubordinación y finalmente, si se desea alcanzar la perseverancia prescindiendo del estudio, se cae en la testarudez y la obcecación”.

Mucho de lo que pasa por Sabiduría, no es sino pedantería academicista, ese tipo de ignorancia que distingue al universitario medio. Así ocurre en una sociedad que vive enfermizamente si el conocimiento abstracto que tiene de sí misma no se contrasta con el reconocimiento experiencial en cada una de sus particularidades. Es más fácil la erudición que acumula datos, que la Sabiduría que digiere y reduce a detritus lo esencial, por eso la Sabiduría podría definirse con todo aquello que queda cuando toda erudición se ha olvidado. La erudición consiste en meter la cabeza debajo de citas, renunciando a pensar la realidad en base a una experiencia de cara a cara con los problemas. La erudición es la piel del saber, aunque siempre haya quién, presumiendo mucho de profundidad, sólo evidencia la infértil oscuridad de no tener un fondo verdadero.

Frente a la erudición, el saber es como un edificio hermoso, que ha de tener su entorno libre para que podamos disfrutar de su verdadera forma y libre sobre todo de vanidad . Todas las cosas coo la belleza, la bondad y el saber, pierden su más íntimo encanto cuando la vanidad decide exhibirlas, pues la vanidad torna vano o vacío lo que estaba lleno, de ahí, la imposibilidad de que el vacío pueda estar lleno de vanidad, pues no se puede estar lleno de vacío. Al término de la jornada, hasta el más sabio se sabe siervo inútil, sabedor de su insipiencia, por eso a él nunca se le oye decir “no sé nada”. Pero ni siquiera esta modestia con respecto del yo, sería sapiencial sin el diseño de la correspondiente utopía civilizadota y personal, lo cual entraña una adhesión a una escala de valores que guíen la acción adecuando los medios a los fines, a fin de evitar eso tan habitual pero tan patético, de pensar para el Sur con categorías del Norte.

      Quiero añadir, que no hay saber que pueda ser considerado razonable, sino el diálogo pues éste viene y al diálogo va cuanto en verdad se ha aprendido. El fanático, para que no se le escape la Verdad, la agarra tan fuerte que la mata. Por tanto, quien no quiere dialogar, es un tonto y quien no se atreve a razonar, un esclavo. Sin el tú y el nosotros, el saber degenera el patologías de un ideal tiránico e impersonal.

(continuará)

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