EVANGELIO DÍA 17 DE SEPTIEMBRE



Cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión romano tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: "Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construído la Sinagoga". Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos para decirle: "Señor,  no te molestes, no soy yo quién para que entres bajo mi techo, por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra y mi crfiado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes y le digo a uno "ve" y va; y al otro "ven" y viene; y a mi criado "haz esto" y lo hace. Al oír esto, Jesús se admiró de él y volviéndose a la gente que le seguía dijo: "Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe". Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
(Lucas 7, 1-10)

MEDITACIÓN

Señor, grande es la fe y el amor del centurión romano, que intercede por un siervo enfermo, y grande también su humildad ante tu grandeza. Yo tampoco soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme, y así tendré fortaleza para dedicar mi vida a tu servicio y al de mis hermanos.

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