ARRAIGAR EN EL AMOR (IV)

 

 

 

Autora: Soror J.G.++

 

Quisiera llamar tu atención sobre los principales obstáculos que se oponen en ti al reino del amor y a su expresión. ¿Te has preguntado alguna vez como es que los hombres se hacen tanto sufrir mutuamente cuando, con toda seguridad, no les falta buena voluntad? Estas dificultades provienen, generalmente, de que muchas de tus reacciones y de tus juicios surgen espontáneamente de una parte de ti mismo de la que no tienes conciencia; todo lo que tu país, tu ambiente, tu educación, tu familia y educación han impreso en lo mas profundo de tu ser, hasta el punto de que llegas a no tener conciencia de ello, lo mismo que nadie ve su cara sino con un espejo. Al encontrarte frente a hombres totalmente diferentes a ti, los juicios, las reacciones de tu sensibilidad , el cambio de país, originan reflejos espontáneos de propia defensa. Sufres, evidentemente, en un país que no comprendes del todo, sufres y haces sufrir. No hay acorde de sensibilidad ni mutua comprensión. Tenderás espontáneamente a juzgar conforme a tu manera de sentir, que te parece la mejor, porque es la única que comprendes. Tus reacciones son de quien se cree superior a los otros y juzga todo con relación a él, es decir las de un orgulloso; y , sin embargo, seria injusto culparte de orgullo. No es el orgullo el origen de estos juicios rápidos y de estas reacciones tajantes; es, sencillamente, una consecuencia y la impronta casi indeleble de tu ambiente nativo y de todo lo que eres. Confesemos, no obstante, que sino son efecto del orgullo éste ocupa un buen lugar ahí y está bien atrincherado.

                                                                                                                                                                                                      stá atrincherado. Hace falta mucha humildad para salir de tal situación. Acepta el no comprenderlo todo y el no ser siempre comprendido.

Hay un obstáculo constante a nuestra caridad fraterna, obstáculo que se encuentra a cada momento en nosotros mismos y que conocéis bien: nuestra terquedad congénita y casi inexplicable a juzgarlo todo y a entenderlo desde nuestro punto de vista y en función de nuestro temperamento y prejuicios; la estrechez constantemente renovada de nuestros juicios, y la vista mezquina de las cosas, Todo esto tiene muchas causas sobre las que hay que actuar simultáneamente; estrechez de inteligencia, falta de amplitud de miras, prejuicios, inexperiencia de la vida y de los hombres, amor propio. Todo quedaría atenuado si viéramos la parte de presunción que hay en la raíz de nuestros juicios o las posiciones cortantes que rompen la unidad, hieren el amor, apagan la alegría y no conducen sino a hacernos menos disponibles a Cristo y a los hermanos.

No olvidéis el Evangelio; “ con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados” Mt 7. 2    Y esto debe tomarse al pie de la letra. Pero diréis; ¿no podemos juzgar el comportamiento de hombres adúlteros o malvados?, o tenemos que entregarnos a una especie de laxismo, liberándonos de todo moralismo que nos lleva a juzgar a los otros, puesto que, después de todo, nadie es verdaderamente culpable. Entonces, ¿ que hacer?.

Volved a leer en el evangelio de san Juan 8, 1-11, el episodio de la mujer adúltera. Parece que Jesús no tiene una palabra de reproche para esta mujer; le dice sencillamente; “no te condeno”, pero añade: “ vete y en adelante no peques más”.

Es la constante actitud del Señor; aquí interviene para hacer comprender que nadie tiene que “ condenar” a esta mujer, pero deja bien patente que no se puede romper a capricho la fidelidad conyugal. Aquí la caridad encuentra su más alta expresión; ve con toda claridad el mal, sin compromiso con el, pero sin juzgar las conciencias, juicio reservado a Dios. No quiere decir esto que no tengamos que intervenir nunca, pues hay que ayudarse mutuamente, y, por ejemplo, los padres tiene que educar a sus hijos. Quiere decir sencillamente que para intervenir necesitaríamos la verdadera caridad, para proceder siempre en la corrección como actuó el Señor. Para ello tenemos que deshacernos de muchas reacciones y juicios que nos son impuestos con cierta mentalidad de clase y de conveniencia social; no se habla a tal persona, vista su situación, no se hace. Los convencionalismos de nuestra sociedad son con frecuencia odiosos y pueden llevar a la desesperación a personas que han dado un mal paso, y a las que se destroza. Y esto no se parece en nada a la actitud de Jesús con la mujer adultera.


(conrinuará)

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