LOS 72 GENIOS DE LA KABALAH




SU ORIGEN

Para hablar de su origen, o, mejor dicho, del inicio de sus trabajos con los seres humanos, debemos situarnos en los albores de la Creación. Hemos visto que, al consumir el fruto del Árbol del Bien y del Mal, es decir, al adquirir la facultad del discernimiento, el hombre recibe una gran cantidad de luz que se ve incapaz de asimilar. 

Lo que podemos considerar como la primera Creación finaliza con el Diluvio Universal,. Nos situamos, pues, en la segunda Creación, que arranca con el final del Diluvio, cuando las aguas volvieron a su cauce. Habiendo aprendido de lo sucedido, el Creador decide cambiar de táctica, y en vez de presentarle al ser humano el Conocimiento entero, lo trocea. O sea que divide todo el Conocimiento Divino y lo fracciona en setenta y dos partes para facilitar su comprensión. Cada una de estas partes constituiría una forma de entender la organización cósmica, constituiría una lengua y, por tanto, un grupo humano.

Setenta y dos es el potencial que conlleva el nombre de Jehová (la divinidad que presidió la construcción de nuestro universo), según la Kabalah, y si sumamos el valor numérico de las letras hebraicas que componen su nombre, que son Yod-He-Vav-He:

Yod = 10

Yod-He = 15

Yod-He-Vav = 21

Yod-He-Vav-He = 26

10+15+21+26= 72, el número de los atributos de Jehová. 72 es una cifra cargada de simbolismo: De 72 peldaños constaba la escalera del sueño de Jacob, la que unía el Cielo con la Tierra. El cuerpo humano consta de 72 partes. Jesucristo, además de los doce apóstoles, escogió a 72 discípulos y los mandó a recorrer el mundo, para hablar de la necesidad de establecer en la Tierra el reino del Amor.

Cada grupo humano, cada una de las 72 naciones creadas, debía aplicarse en aprender una parcela del Conocimiento cósmico y al frente de cada una de ellas, Jehová puso una entidad espiritual: Un Genio. Estas entidades pertenecen al linaje angélico, o sea que Jehová escogió, entre los miles de ángeles que pueblan las altas esferas, a un grupo de 72 para confiarles una delicada misión: Nuestro aprendizaje.

Seguramente el Creador tenía previsto que los seres humanos vivieran, a lo largo de numerosas encarnaciones, en los distintos pueblos, para así impregnarse de la esencia espiritual y experimental que cada uno podía proporcionarle. De esta forma, tenía que llegar un momento en que el hombre hubiera completado su aprendizaje en las setenta y dos asignaturas necesarias para alcanzar la perfección. Tras la perfección, su destino era volverse a fundir en la unidad Divina, prescindiendo de su cuerpo físico, aportando al Ego Superior, es decir, a Dios, un enorme bagaje formado con el cúmulo de sus experiencias y de la sabiduría adquirida.

(continuará)

Orden de Sión+++