LA PASIÓN DEL SEÑOR. DE JERUSALÉN A SEVILLA

Tercera Palabra: Mujer, mira a tu hijo. Hijo, ésa es tu Madre

Jesús, viendo a Su madre y junto a Ella al discípulo a quien amaba, dice a Su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
  
Luego, dice al discípulo: “Ahí tienes a tu Madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa. Jesús comprende la situación  en la que vivirán las dos personas que más ama, después de Su desaparición del orden visible. Interviene con amor concreto confiando María a Juan y Juan a María, y así establece una relación entre ellos. Jesús podría haber dicho: “Mujer, ve a vivir con Juan” y a Juan “Juan ve a vivir con Mi Madre”. Pero diciendo “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “Ahí tienes a tu Madre” , precisa que la relación entre ellos debe vivirse como pertenencia recíproca de afecto.

Teniendo presente que al pie de la Cruz está la madre de los hijos de Zebedeo, o sea, la madre de Juan, las palabras de Jesús al mismo tiempo, establecen que Juan ya no debe considerar  como madre suya a su madre física y que María tampoco debe considerar a Juan como Su hijo físico, y a partir de ahora, se establece una nueva relación de amor entre María y Juan, que es una vocación espiritual.

María había compartido hasta la Cruz la vocación de Jesús, si bien, quedándose con sus hermanos. Ahora, pierde incluso sus relaciones de parentela. Jesús había podido confiarla a su tía, María la de Cleofás, que también estaba a los pies de la cruz. Sin embargo, el mensaje que Jesús comunica a Su Madre es: “Desde ahora en adelante, continuaréis vuestra vocación conjuntamente”. De esta forma les ofrece una futura tarea a desarrollar, que tiene un significado espiritual, y también psicológica, pues al realizar la vocación conjuntamente, sentirán menos el dolor de Su desaparición visible y afirmando el aspecto espiritual de Su mensaje no mortifica la afectividad sino que la valora.

Jesús le estaba pidiendo a Juan, el discípulo amado, que no sólo cuidase de ella, sino que recordarse siempre que, a través de María, Él siempre estaría presente. ¡Oh María!, has experimentado en qué medida Tu Hijo se abandonó en nuestras manos, escapándose de las tuyas, y has sentido Su infinito poder de amor por nosotros, por cada hombre y cada mujer de la Tierra.

En el Calvario, primer Templo de la cristiandad, Jesús declara a María madre de todos los hombres y surge en ese momento solemne, la maternidad espiritual de María.


                                                                                                   
Al pie del Redentor, colgado en la Cruz, abraza a los hombres y a Dios, estaba María, centro de fe y esperanza sobre el que cristaliza la primera Iglesia espiritual, nacida en el Calvario. El apelativo a la Madre,  no es María, sino “Mujer”, es universal, con ecos bíblicos del Génesis, de Caná de Galilea y del Apocalipsis. Misteriosamente, el hijo es el discípulo amado, y con ese calificativo universal se nos califica a todos los hombres y mujeres, pues por ser todos seguidores de Jesús, muy amados en Su Sagrado Corazón, por eso Jesucristo nos da, desde el árbol sacrosanto de la Cruz, el mayor tesoro que un hijo puede dar: Su Madre, esa mujer universal y bíblica. Arriba, Dios Padre, presidiendo la redención de la humanidad; la Nueva Alianza sellada con la sangre de Jesús. Abajo, la humanidad redimida, con el océano de sus pecados;  en medio, Cristo crucificado, el Redentor que abraza a Dios y a los hombres. Y al pie de la Cruz del Redentor, Su Madre, modelo de fe y esperanza, en torno a la cual cristaliza la primera Iglesia, nacida y presente en el Calvario.


He aquí , por tanto, el gran legado que Cristo concede desde la Cruz a la humanidad redimida con Su Sangre. María no pudo socorrer  a Jesús, porque el Señor se había comprometido a cumplir la voluntad de Dios, que era la de Su Hijo: Morir crucificado. Allí estaba la Madre, de pie, con maravillosa entereza, entre los verdugos que habían crucificado a Su Hijo y le custodiaban, entre los gritos del pueblo furioso que le ofendía. Y María, con Su fe y obediencia, vacía para ser el consuelo de todos los que sufrieran y llevarán la Cruz: “María, consuelo de los afligidos”.
  
Al mirar Jesús a Su Madre, repartió con Ella todos los bienes que estaba conquistando con Su muerte. La destrucción del pecado, la gracia, la vida eterna fueron para Nuestra Señora los tesoros que recibió antes, más y mejor que nadie. Fue por ello, “Sine Labe Concepta”, concebida sin pecado original desde el primer instante de Su ser natural, Gratia Plena y abogada nuestra. Jesucristo, aunque padecía intensamente, no se olvidó en medio de Su dolor, de que Su Madre se quedaba sola y quiso dejarle un hijo a cambio del que perdía.

La misión de María, no es un ministerio cómo será el de Pedro y los apóstoles, ya que Ella recibe algo más importante, que es ser Madre de toda la humanidad. Por sus dolores y súplicas al pie de la Cruz, Jesús concedió a Su Madre ser la primera Corredentora, y sale el deseo de Ella, de dar Su vida con la de Su Hijo, por la salvación del mundo. María, no es sólo la Madre del crucificado, sino también la Madre de todos los crucificados de mil maneras en el mundo y abre sus entrañas maternales a la miseria universal de la humanidad. Jesús, antes de morir, fundó una comunidad en la persona de Su Madre y en la de Juan, el discípulo amado, comunidad que nace de la sangre, las llagas, el dolor y los sufrimientos de Cristo en la  Cruz.

¿Qué pecho puede ser tan de hierro, que entrañas tan duras, que no se muevan a compasión, oh dulcísima Madre, considerando las lágrimas y dolores que padeciste al pie de la Cruz, donde viste a Tu Hijo sufrir tan grandes, largos y vergonzosos tormentos?. En aquella hora, María sintió el cumplimiento de la profecía que el anciano Simón, justo y piadoso, le pronosticó antes de que muriese: “Una espada atravesará tu corazón para que se descubran los pensamientos de muchos corazones”. Y dice María: “Oh vosotros, que pasáis por el camino, parad y mirad si hay dolor semejante a mi dolor”.

Verdaderamente, no hay dolor semejante a Tu dolor, Señora, porque no hay en todas las criaturas amor semejante al tuyo, pues las heridas y la Cruz de Tu Hijo, son también tuyas. Dos martirios y dos altares hallarás, alma mía , en este Viernes Santo. Uno en el cuerpo de Cristo y el segundo, en el alma de la Madre. Necesitamos por tanto, una Reina que sea fiel reflejo de la infinita misericordia de Dios. La Santísima Virgen María, es esa Reina y Madre de misericordia que se apiada de sus hijos en la vida y en la muerte.

(continuará)

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