EVANGELIO DÍA 6 DE AGOSTO



En aquel tiempo, Jesús tomó a Pedro y a los hermanos Santiago y Juan y los llevó aparte a un monte alto. Allí, en presencia de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su rostro brillaba como el Sol y sus ropas se volvieron blancas como la luz. En esto vieron a Moisés y Elías conversando con Él. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡que bien que estemos aquí!. Si quieres, haré tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Mientras Pedro hablaba, los envolvió una nube luminosa y de la nube, salió una voz que dijo: “Este es Mi Hijo muy amado, a quien he elegido. Escuchadle.” Al oír esto, los discípulos se inclinaron hasta el suelo llenos de miedo. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “No tengáis miedo”. Entonces alzaron los ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No contéis a nadie esta visión, hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado”.
(Mateo 17, 1-9)

MEDITACIÓN

La vida de la fe, tiene momentos de gozo grandes y de comunión entrañables. Son experiencias de un poco de cielo en la Tierra, que a la vez, pueden hacete bajar muy hondamente a la realidad de dolor y el sufrimiento. Necesitamos de ambos par crecer en el Conocimiento e identidad de Jesús, que ha compartido todo con nosotros. Él esconde Su Divinidad, pero nos consuela con instantes de eternidad y nos fortalece para soportar la cruz y el dolor.

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