REGLAS COMUNALES. SAN BENITO XI (II)





El segundo grado de humildad, consiste en que uno, al no amar la propia voluntad, no se complace en satisfacer sus deseos, sino que responde con hechos a aquellas palabras del Señor que dicen: “No he venido para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado”. También dice la Escritura: “La voluntad conduce a la pena y la obligación engendra la corona”.

El tercer grado de humildad consiste en someterse al superior con toda obediencia por amor a Dios, imitando al Señor, de quien dice el apóstol: “Se hizo obediente hasta la muerte”.

El cuarto grado de humildad consiste en que, en la práctica de la obediencia, en dificultades y en contradicciones e incluso en cualquier clase de injusticia a que uno se vea sometido, sin decir nada, se abrace a la paciencia en su interior y manteniéndose firme, no se canse ni se eche atrás, ya que dice la Escritura: “Quien persevere hasta el fin se salvará”, y también: “Ten coraje y aguanta al Señor”. Y mostrando como el que desea ser fiel, debe soportarlo todo por el Señor, incluso las adversidades, dice en la persona de los que sufren: “Por ti se nos entrega a la muerte todo el día, nos tienen por ovejas de matanza”. Y seguros con la esperanza de la recompensa Divina, prosiguen alegres: “Pero todo esto lo superamos gracias al que nos amó”.

Y en otra parte dice también la Escritura: “¡Oh Dios!, nos pusiste a prueba, nos refinaste en el fuego como refinan la plata, nos empujaste a la trampa, nos echaste a cuestas la tribulación”. Y para indicar que debemos estar bajo un superior, añade a renglón seguido: “Has puesto hombres sobre nuestras cabezas”. Y cumpliendo así mismo el precepto del Señor con la paciencia en las adversidades y en las injusticias, si les golpean una mejilla, presentan también la otra; al que le quita la túnica, le dejan también la capa; requeridos para andar una milla, andan dos; con el apóstol Pablo, soportan los malos hermanos y bendicen a los que les maldicen.

El quinto grado de humildad, consiste en no esconder, sino manifestar humildemente a su Abad, todos los malos pensamientos que vienen al corazón de uno y las faltas cometidas secretamente. La Escritura nos exhorta a ello cuando dice: “Revela al Señor tu camino y espera en Él”. Y también dice: “Confesaos al Señor, porque es bueno, porque es eterna Su misericordia”. Y también el profeta dice: “Te manifesté mi delito y no oculté mis iniquidades. Dije: Confesaré contra mi mismo mi iniquidad y Tú perdonaste la malicia de mi corazón”.

El sexto grado de humildad, consiste en que el monje se contente con las cosas más viles y abyectas y se considere como obrero inepto y indigno para cuanto se le mande, diciéndose a sí mismo con el Profeta: “He quedado reducido a la nada y no sé nada, me he convertido en una especie de jumento en Tu presencia, para siempre estoy contigo”.




(continuará)


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