CONCILIOS Y SÍNODOS DE LA IGLESIA ROMANA (X)


                                          
                                                                                       San Cipriano

IV. Concilios africanos de Cipriano.



Africa romana, estuvo dividida durante el Imperio en varias circunscripciones, pero las más conocidas fueron las provincias de África proconsular, Numidia y Mauritania, ésta última dividida en Tingitana y Caesariensis. De lo poco que se conoce, se puede afirmar que antes de finalizar el siglo II, la Iglesia cristiana estaba muy consolidada en el Norte de África. Abundaban los fieles, más bien de origen modesto, pero las Comunidades estaban sólidamente constituidas y se desarrollaban con rapidez. Un Obispo que gozaba de toda la autoridad, dirigía estas Comunidades, y la Iglesia de Cartago dominaba e influía a las demás.


De lo relatado por varios autores, se deduce que hasta el último decenio del siglo II, los cristianos no fueron inquietados por parte de los gobernantes, por lo que pudieron extenderse en paz y con cierta libertad. Por las epístolas de San Cipriano, se sabe que fuera de los tiempos de persecución, los Obispos se reunían al menos una vez al año, en primavera y alguna otra vez en el otoño, y esas grandes Asambleas, ayudaban poderosamente a la conservación y uniformidad de la disciplina. Eran famosos estos Concilios, incluso fuera de África, y la reputación de Cipriano, que fue el alma de siete de ellos, los hizo no sólo más respetables, sino sobre todo instrumento de unidad intereclesial.
El primer nombre conocido de un Obispo de Cartago es Agripino, quien sobre el 225, convocó un Sínodo con el fin de tomar decisiones sobre la penitencia que debía imponerse a los adúlteros y sobre la validez del Bautismo de los herejes. Setenta Obispos acudieron a su llamada y llegaron a la conclusión de que los bautizados por herejes, debían ser vueltos a bautizar, porque el practicado por los herejes, especialmente por los novacianos, se reducía a un baño profano y porque sólo la Iglesia administraba válidamente el Bautismo. En Asia Menor, varios Concilios celebrados por entonces, especialmente el de Iconium (230-235), habían llegado a la misma conclusión, y también estaban de acuerdo la Comunidad de Antioquia y las del Norte de Siria.





                                                                                  Mapa de situación de localidades



Entre diez o quince años más tarde, un Concilio de noventa Obispos, re reunió con el objeto de condenar al Obispo Privatus, de Lambese, la primera diócesis después de Cartago.

 
Lo consideraban responsable de una serie de faltas graves y prohibió también que los sacerdotes fueran constituidos tutores de asuntos temporales. El edicto de Decio del 249, por el que obligaba a todos los súbditos del Emperador a manifestar por medio de un acto formal, su fidelidad a los dioses, forzaba a los cristianos a renunciar a su fe o sufrir un severo castigo.

Los clérigos de las iglesias fueron los más concernidos, al verse obligados a entregar a las autoridades todos los libros y objetos sagrados. Este edicto, produjo en Cartago los efectos más desastrosos y muchos se presentaron espontáneamente ante los magistrados para cumplir el acto de idolatría, bien participando en los sacrificios o incendiando a las imágenes. Otros, compraron certificados falsos que les liberaban de realizar los actos prohibidos, pero no de su debilidad y culpabilidad.

 
Cesada la persecución, Cipriano reunió un Concilio para determinar la conducta de cuantos habían sucumbido pero eran conscientes de que debían adoptar una postura razonable, entre la intransigencia sin piedad y la condescendencia que no daba importancia a la gravedad de la infidelidad.





                                                                                      Anfiteatro de el Djem. Túnez








                                                                   Ruinas de la Basílica cristiana de Maktar. Túnez.


Los Obispos decidieron perdonar a los “libelatici”, es decir, a cuantos habían comprado los certificados, e impusieron una penitencia de tres años a quienes habían sacrificado, a menos que se encontraran en estado de muerte. Excomulgaron a Felicísimo y a otros cinco sacerdotes rebeldes que no conocían la autoridad de Cipriano y enviaron una comisión a Roma, para asegurarse de la situación que había en la capital del Imperio, tras la doble elección de Cornelio y Novaciano.

 
Tras conocer la relación de sus delegados, el Concilio reconoció a Cornelio y excomulgó a Novaciano y siguiendo la costumbre, dieron razón a los demás Obispos africanos de estas decisiones por medio de una circular.



Al año siguiente, a pesar de que el grupo de Felicísimo aumentaba sus efectivos a causa de una aproximación pérfida a los “lapsos” concediendo su admisión en la Iglesia de la exigida penitencia, los Obispos fueron obligados a mostrarse más indulgentes que lo que deseaban, movidos por las noticias de que se aproximaba una nueva persecución. Se reunieron cuarenta y dos Obispos el 15 de Mayo del 252, quienes tras proclamar los verdaderos principios de la penitencia, decidieron acoger en la Comunidad a cuantos habían mostrado su arrepentimiento, incluso sin haber cumplido del todo la penitencia, y que todo lo hacían por la imperiosa necesidad en que se encontraban, pero no liberaron la obligación de prohibir el sacerdocio a cuantos habían fallado. De tal clemencia, estaban excluidos Felicísimo y sus partidarios, que ya consideraban una secta cismática.



(continuará)
 
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