LA PASIÓN DEL SEÑOR. DE JERUSALÉN A SEVILLA.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mi


Le seguía una gran muchedumbre del pueblo y de mujeres, que se herían y lamentaban por Él. Vuelto a ellas, Jesús les dijo:

Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mi; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque días vendrán en que se dirá: Dichosas las estériles y los vientres que no engendraron, y los pechos que no amamantaron. Entonces dirán los montes: Caed sobre nosotros , y a los collados: Ocultadnos, porque si esto se hace con el leño verde, en el seco ¿qué será?”.

Algunas damas pertenecientes a familias nobles o acaudaladas, se agrupaban con las cofradías de misericordia, con la finalidad de aliviar a los condenados con actitudes de dolor y piedad. Es precisamente a esta cofradía piadosa, las “Thygatéres Jerusalén”, a quienes se dirige Jesús. El término “hijas” empleado en vez del de “mujeres”, que hubiera sido más apropiado, parece hacer referencia al nombre con que se conocía a aquellas “consoladoras”. Formaban por tanto, la asociación “Hijas de Jerusalém”. Eran solamente este tipo de mujeres las protagonistas de estas escenas de piedad luctuosa. Cuando se trataba de una condena a muerte, el pueblo reaccionaba con un amargo silencio o con frases amenazadoras contra los romanos si los condenados eran personajes populares, como fue probablemente el caso de Barrabás, una especie de héroe de la resistencia contra los dominadores romanos. En otras ocasiones, el pueblo reaccionaba con escarnios, mofas e insultos contra los condenados, y eso es lo que hicieron precisamente, ante aquel pretendiente al título de Mesías, que después de haber resucitado tantas esperanzas, se había dejado prender sin ofrecer resistencia y había sido condenado a la pena más ignominiosa. Las lamentaciones de aquellas plañideras institucionalizadas, al margen de la práctica del silencio o de los insultos, se confirmas por referencias históricas contrastadas. Así, “cuando un hombre tiene que ser ejecutado, se le permite tomar un grano de incienso en una copa de vino, para que pierda el conocimiento. Las mujeres nobles de Jerusalén, se encargan de ese cometido”.

Las mujeres que se lamentaban, daban un valiente testimonio de que Jesús no era un criminal, aunque Él permitió ser contado entre ellos; en otras palabras, que era inocente.  Conmovido  ante la idea de los sufrimientos que las esperan, Jesús , el misericordioso y compasivo Mesías, incluso cuando va camino de Su ejecución, no piensa en sí mismo, sino en las mujeres judías, para quienes la esterilidad era una desgracia, pero en los desastres que se avecinan se la mirará como una bendición.

Las imágenes que Jesús usa, se refieren claramente al juicio escatológico. La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén fue el anuncio de la destrucción de la ciudad santa, y por eso Jesús lloró al verla. Por tanto, Jesús, aunque no le quedaban fuerzas para pronunciar un discurso seguido, a pesar de que sus frases eran interrumpidas por jadeos de dolor, conservaba la enorme elocuencia del visionario y una vez más, miraba con ojos sanguinolentos, hacia el futuro.
                                         
Hablaba de la ruina de Jerusalén que, ciertamente, ocurriría cuarenta años más tarde, cuando Tito devastó la ciudad y su templo y degolló o vendió como esclavos a sus habitantes.

Nuestro Padre Jesús con la Cruz al hombro, es el “Árbol de la Vida”, la buena planta que aún da frutos y sombra. Representa la imagen del Justo que a todos reparte sus bienes sin pedir nada a cambio y tiene dentro de la corteza un alma viva.

Con la Cruz al hombro,
por la calle de la Amargura,
camina Jesús con dolida hermosura.
La Santa Mujer, Verónica,
secó Su sudor, lienzo de dolor,
huella indeleble de la Pasión
de Nuestro Señor .
No lloréis por Mi ,
Hijas de Jerusalén,
decía el Salvador,
leño verde al fuego arrojado
y devuelto a la Vida por el Padre
¡gloriosamente resucitado!”.

Simón de Cirene

Cirineo es todo aquel que sume una tarea o encargo particularmente gravoso que correspondería a otros. Así, Simón de Cirene fue obligado por los soldados para que ayudara a llevar la Cruz de Jesús hasta el Calvario. Las leyes romanas establecían el derecho de los funcionarios romanos, de obligar a cualquier persona, en caso de necesidad, al trabajo forzoso. Entre las prácticas más difundidas por las fuerzas de ocupación romana, estaba la de exigir a los viandantes servicios humillantes en los días de las grandes fiestas judías. Esos servicios se imponían cuando era posible, a las personas de rango en Israel más que a los judíos corrientes.

Por consiguiente, cuando lo llevaban, encontraron a un hombre de Cirene, de nombre Simón, que venía del campo, el padre de Alejandro y Rufo, al cual requirieron para que llevase la Cruz.
  
Simón, era natural de Cirene, capital de la región norteafricana de Cirenaica donde vivían muchos judíos. Algunos de ellos, habían venido a establecerse en Jerusalén, tenían en ella una Sinagoga. Simón, más que un peregrino para la fiesta, era alguien que pertenecía a esta comunidad, puesto que se trataba de personas conocidas familiarmente por los cristianos en Jerusalén. Esta familia, debió formar parte del grupo belenista de la comunidad cristiana de Jerusalén. Así, San Pablo, al finalizar su Carta a los Romanos, escribe lo siguiente: “Salud a Rufo, el elegido del Señor, y a su madre, que también es la mía”. Estas expresiones atestiguan la consideración que gozaban en la primitiva comunidad, los familiares más próximos del hombre que había ayudado a Jesús y que proporcionó un poco de alivio al Varón de Dolores.

En suma, Simón no tenía deseo alguno de tomar la Cruz sobre sus hombros y seguir detrás de Jesús, con quien por otra parte, no tenía ningún tipo de relación o simpatía. Pero por causa de Jesús, Simón tuvo que modificar sus planes para la víspera de una fiesta que no podría celebrar, porque se había convertido en impuro por su contacto con el madero del patíbulo, así que tomó la Cruz a regañadientes, más su ira se esfumó ante los ojos mansos y serenos de Jesús. Probablemente, al principio sintió solo, luego piedaddad y por fin amor. Sin saberlo, el Cirinero estaba cumpliendo literalmente, las palabras que un año antes, había dicho este condenado al que ayudaba: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su Cruz y sígame”.

Y en efecto, Simón de Cirene tomaba la Cruz del Maestro a la misma hora en que todos sus discípulos le habían abandonado.



(continuará)

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