EL TEMPLE Y SUS MISTERIOS ( III ). LOS PRINCIPIOS DE LA ORDEN




La fundación de la Orden del Temple se había consumado al finalizar el Concilio de Troyes; ya tenía su Regla y su indumentaria, consistente en hábito y manto blanco para los Caballeros y negro para los mandos inferiores y Escuderos. La cruz roja que figuraba en el hombro, la concedió el Papa Eugenio III mas allá de 1.145. La Milicia del Temple, se había constituido y Bernardo de Clairvaux había abocado en ella todo el peso de su palabra y autoridad, señalando algo de suma importancia: “Nadie es inferior entre ellos, sino que honran al mejor, no al más noble”.

Casi de inmediato, la Orden se volvió rica. En Oriente, a causa del botín de las armas y en Occidente por las donaciones que fluían por todas partes, las cuales se hacían a las Abadías por penitencia, para la salvación de las almas. Las donaciones eran en dinero, tierras e incluso personas. Se calcula que en 1.270, los Templarios poseían en Francia cerca de un millar de Encomiendas, así como innumerables granjas.

La Orden no se estableció poco a poco, sino con una pauta establecida. El reclutamiento fue primero de soldados, pero no de administradores. Todo se desarrolló según en plan previsto y en 1.128 el Temple permutó con la Abadía cirstenciense de Vanluisant unos terrenos por otros de su mayor conveniencia, que tenían por determinados lugares de Francia.

Es forzoso admitir, que la Orden existía antes de su fundación oficial y San Bernardo seguramente su primer Gran Maestre, y hay que pensar que existió una dirección superior que a lo largo de los siglos preparó y condujo todo el proceso y que dirigió las mentes pensantes de los Benedictinos, cirstencienses y Templarios.

EL MISTERIO DE LOS ORÍGENES

La Orden del Temple, está unida a tres clases de empresa humana: La cultura, el comercio y la arquitectura religiosa; y parece evidente que San Bernardo, proyectó su luz sobre los tres cometidos y fue por tanto una misión social: Alimentar a los hombres, protegerlos, desarrollar su comercio y sus relaciones, en suma, construir el instrumento de evolución espiritual, sin el cual el hombre corre el peligro de no ser otra cosa que un animal vertical. La arquitectura religiosa pedía, exigía, una Iniciación. Pedía a los picapedreros, albañiles y carpinteros, la posesión de la “mano de gloria”, que a su vez requería habilidad y conocimiento instintivo de la materia, es decir, una comunión entre la mano y la materia, una magia manual. Además, eran necesarios un mínimo de conocimientos, más allá de los cálculos de resistencia, sobre el comportamiento de la materia (piedra o madera), cuando se encuentra sometida a fuerzas diversas que la convierten en un elemento vivo en los antagonismos de pesos y tensiones.

La proporción de hombres, incluso del oficio, capaces de llegar a semejante nivel de Iniciación, era evidentemente reducido. Aunque como se sabe, la Orden del Temple pudo tomar bajo su protección a tales constructores de Catedrales y asegurarles la libertad en una época en que los villanos carecían de ella, y permitirles realizar una obra que colmaba su papel y llenaba su vida; sin embargo, no fue la Orden quien pudo formarlos.

Así, durante los dos siglos que perduró la Orden, solo en Francia, se levantaron más de 200 iglesias románicas o góticas, pero todas laicas, es decir, para el pueblo; algunas de las cuales son los inmensos templos que hoy conocemos, cosa asombrosa, si pensamos que para construir uno solo, Salomón necesitó mano de obra extranjera. Antes del año 1.000, no había constructores de talento o eran escasos. Fuera de algunos edificios bizantinos, lo que se ha conservado hasta nuestros días no es bueno. Después del año 1.000, el románico se expandió con una extraordinaria potencia: Se conocen 1.108 Abadías románicas, construidas después del 950 y restauradas después del año 1.000. En el siglo XI, se construirían 326 y en el XII, 720; y no se trata de pequeñas construcciones, ya que entre ellas encontramos a Cluny, Charite-sur-Loire, Caen y otras.

Pero lo sorprendente, es que se encontraran por doquier, no solo el número necesario de artistas y artesanos, sino también el número de arquitectos capacitados para pensar en un templo; pensarlo material y espiritualmente.

(continuará)




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