LA PASIÓN DEL SEÑOR. DE JERUSALÉN A SEVILLA.



La muerte de Jesús (II)

La tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos  y muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron y saliendo de los sepulcros, después de la Resurrección de Él, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos (San Mateo 27, 51-53). Esto es una señal inequívoca de la victoria de Jesús sobre la muerte y de la liberación de los que esperaban en el seno de Abraham. Estos hombres justos, bienhechores de los hombres antes de que viniera el Salvador,; para los que a lo largo de la historia anunciaron a Cristo y prepararon los caminos del Señor, era justo y necesario el descenso de Jesús al vasto reino de los muertos. Aquel, a quien habían prefigurado sin saber Su nombre, esperando sin poderlo ver; a cuantos durmieron en la esperanza del Señor, apenas muere el Salvador en la Cruz, se acuerda de ellos y libera a los durmientes para llevarlos consigo al Reino de Dios.

Hasta la Tierra reconocía que su Hacedor triunfaba del pecado, el infierno y la muerte, así como de sus enemigos. Hasta las rocas se quebraron llorando la muerte del Salvador, más el Infierno se estremeció y la muerte fue vencida y derrotada para siempre. “La muerte ha sido sorbida por la victoria. ¿Dónde esta muerte tu victoria?, ¿dónde está muerte tu aguijón?. Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.

Así pues, Jesucristo descendió a los Infiernos, no para combatir al demonio, puesto que ya había triunfado sobre él mediante la crucifixión, sini para abrir sus puertas a las almas liberadas por la Redención. Cristo libera del “sheól” a todos los que esperaban en la antigua economía de la salvación y les introduce con Él en el Paraíso. En consecuencia, los muertos del Antiguo Testamento resucitarán al final de los tiempos, pero ahora, asociados a la gloria del Resucitado, entran en la Ciudad Santa.

(CONTINUARÁ)

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