LOS PEREGRINOS Y LAS CRUZADAS







Cuando Bizancio hizo su angustiosa llamada a Occidente ante la amenaza de los turcos seldjúcidas. Una respuesta inesperada, no sólo por el peligro que pudiera correr Bizancio, sino por lo que ello suponía de amenaza para las rutas de peregrinación a Jerusalén, pues en esta época, las peregrinaciones a Tierra Santa eran una meta frecuentísima de purificación.



Mientras los turcos y los egipcios fatimitas se disputaban estas tierras en Palestina, los bizantinos se replegaron esperando ayuda de los países occidentales. A pesar de todas adversas circunstancias, los peregrinos, aunque menos numerosos, se arriesgaban al viaje y eran tantos los peligros, que el que conseguía regresar a su lugar de origen, era considerado poco menos que un héroe.



Los embajadores bizantinos, consiguieron que el Papa Urbano II, hiciera una llamada de reclutamiento a caballeros voluntarios para ir a los Santos Lugares. En realidad, el Papa se interesó porque así los señores feudales podían olvidar sus rivalidades y gastar sus ánimos guerreros en una actividad provechosa para la Iglesia y la cristiandad. Por eso, a continuación del Concilio de Clermont en el 1.095, el Papa celebró una sesión pública fuera de la Catedral, dirigiéndose a los señores feudales y a la multitud que habían ido a escucharle, Su discurso fue de gran elocuencia e hizo un llamamiento a todos los cristianos para organizar una expedición a Palestina con carácter de Guerra Santa, simbolizada en la cruz de tela roja que debía llevar todo expedicionario cosida al hombro sobre la túnica que cubría la armadura tanto de los caballeros como de los peones.



Al llamamiento respondieron pronto varios nobles con sus huestes, pero el Papa comenzó una serie de llamadas y entrevistas con los responsables en todos los países cristianos, con el objeto de unir Europa en un afán común e invadir así Tierra Santa. Para esta gran Cruzada, llegaron numerosas adhesiones de casi todos los países de Europa, y así se preparó un verdadero ejército de caballeros, mientras que las predicaciones del monje Pedro, el Ermitaño, reclutaba a su vez a una gran muchedumbre que inició su propia Cruzada sin las armas adecuadas ni la menor idea de las estrategias militares. Así hubo familias enteras que se iban con sus hijos y mujeres a través de Europa para ir a reunirse en Constantinopla al ejército de los caballeros.



La Cruzada particular de Pedro fue un verdadero desastre, a causa del hambre, las enfermedades y la falta total de disciplina, así que para los bizantinos fueron más un estorbo que otra cosa cuando llegaron los supervivientes con Pedro al frente montado en su asno. El emperador Constantino quiso conocerle, y aunque admirado, no pudo disimular lo defraudado que estaba antes aquellas cuadrillas sin control, y se apresuró a facilitarles el paso a Palestina, pero en realidad, muy pocos consiguieron llegar a Jerusalén.



Los caballeros que representaban el verdadero ejército, iban dirigidos por el obispo Aldemar del Puy, aunque luego tenían sus jefes militares, los que los habían conducido hasta llegar a Constantinopla, donde Constantino les esperaba, receloso, aunque ya había dejado claro que las tierras a conquistar por los cruzados, como antes habían pertenecido a Bizancio, se pondrían de nuevo bajo su soberanía, del cual serían feudatarios los señores feudales que se establecieran en ellas.



La primera conquista fue la de Nicea y avanzaron hasta llegar a Antioquia, que fue cercada, bajo la dirección táctica de Bohemundo de Tarento, secundado por otros jefes, entre ellos su sobrino Tancredo, Godofredo de Buillon con sus hermanos Balduíno y Eustaquio, el conde Raimundo de Tolosa y Roberto de Flandes. La ciudad de Antioquia, resistió el cerco de los 300.000 cruzados, que a su vez padecían con un calor sofocante y grandes dificultades para su abastecimiento, hasta que el 28 de Junio del 1.098 se lanzaron al asalto definitivo que les dio la posición de esta ciudad.

(continuará)

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