EVANGELIO DÍA 17 DE ABRIL



“¿Por qué venís con espadas y palos a arrestarme como si fuera un bandido?. Todos los días he estado enseñando en el Templo y no me apresasteis. Pero todo esto sucede para que se cumpla lo que dijeron los profetas”. Entonces el Sumo Sacerdote se rasgó las ropas en señal de indignación y dijo: “¡Las palabras de este hombre son una ofensa contra Dios!. ¿Qué necesidad tenemos de más testigos¿, ¿qué os parece?”. Ellos contestaron: “Es culpable y debe morir”. Lo condujeron atado y lo entregaron al gobernador romano. “¿Y que hará con Jesús al que todos llaman el Mesías?”. “¡Crucifícalo!”, contestaron todos. Cuando Pilato vio que no conseguía nada, sino que el alboroto era cada vez  mayor, mandó traer agua y se lavó las manos diciendo: “Yo no soy el responsable de la muerte de este hombre”. Llegaron a un sitio llamado Gólgota y le dieron a beber vino mezclado con hiel. Cuando ya lo habían crucificado, los soldados echaron suertes para repartirse la ropa de Jesús. Jesús dio otra vez un fuerte grito y murió.
(Marcos 26, 14-27, 66)

MEDITACIÓN

¡Hosanna!, ¡Crucifícalo!. Dos gritos que nacen en mi corazón y laceran mi alma porque me doy cuenta de que soy capaz de ambos. Y aunque el tiempo pasa, la posibilidad de ser infiel no muere definitivamente, como las lágrimas con las que te digo una y mil veces, Señor, ¡Perdón!, ¡Misericordia!.

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