EL JUICIO Y LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS (I)




Nos podemos preguntar por qué la Iglesia, considera tan significativa la muerte de Jesús. Son muchos los hombres que han dado su vida por sus prójimos, tan deliberadamente y hasta en circunstancias más dolorosas. La historia del hombre esta adornada de heróicos sacrificios, tales como los de los primeros cristianos que eran arrojados a los leones, y los muertos desconocidos de las guerras. Esas gentes no eran dioses, y sin embargo afrontaron la muerte sin pedir que “se apartara ese cáliz” de sus labios.

Todo esto queda aclarado cuando se interpreta la vida de Jesús como una alegoría del progreso de todo hombre hacia la plenitud de la vida espiritual.

Cuando el aspirante siente que se acerca el momento supremo de abandonar irrevocablemente la vida mundanal y material, requerirá de toda su fortaleza espiritual. Sus facultades más comunes quedan temporalmente en suspenso.

Pero Él vacila, pide que se aparte de Él el cáliz. Los discípulos despiertan.

A la siguiente vez que esto ocurra, se revestirá, de la armadura de acero para hacer el esfuerzo. Dirá ahora que tiene que beber el cáliz, y lo hará. Los discípulos vuelven a dormirse. Pero Él todavía titubea en su resolución, y los discípulos vuelven a despertar.

Al tercer intento, el candidato triunfa. Sabe sin la menor duda que su voluntad está ahora tan firmemente resuelta que podrá soportar cualquier prueba. Sigue acompañándole la vida del hombre bueno común pero mundano, y Él les dice a sus discípulos que pueden dormir. Desde este momento en adelante, el papel de los discípulos está casi terminado, en esta alegoría.

Es lamentable que en esta parte vital del relato aparezca un ejemplo particularmente chocante de las muchas traducciones falsas y otros errores que se han acumulado en el texto. En el capítulo 26 de Mateo (45-46) leemos: Viene entonces donde los discípulos y les dice: “Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de pecadores. Levantáos, vámonos. Ya está aquí el que me entrega.

Debe de haber algo falso aquí. Cabe suponer por un momento siquiera que en la vida real, un Judas que ya había renunciado a comodidades, seguridad y antiguas creencias para servir a su Señor, no sólo se debilitara repentina e incomprensiblemente en su fe, sino que traicionara a Jesús para que fuera muerto, por treinta monedas de plata.

El estado mental de un converso religioso, de cualquier secta o religión, es bien conocido. Y está visto que cuanto más novedosos y desacostumbrados sean los postulados de una secta, más fanáticos suelen ser sus adherentes. El súbito fracaso de Judas, con su arrolladora codicia por treinta monedas logradas en un modo como éste, es psicológicamente muy improbable.


(continuará)


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