LA PACIENCIA



Deberíamos ser humildes ante una virtud como la paciencia, una de las más difíciles de conseguir, porque la dejamos para cuando todo lo demás nos ha fallado y nos encontramos solos ante el peligro. Virtud difícil, porque hasta los más preparados puede lo que llamamos perder los papeles en un momento determinado, por causa de esa gota que acaba rebosando la copa cuando menos lo esperamos. No se puede saber cuanta humildad y paciencia tenemos, mientras todo va a nuestro gusto.

Las aves cuando quedan aprisionadas en las redes, se agitan y forcejean alocadamente para intentar salir. Lo mismo nos ocurre a nosotros; si caemos en las redes de nuestras imperfecciones, no saldremos de ellas a base de inquietud, sino que nos enredaderas más. La paciencia es pues, una virtud para los corredores de fondo, es decir, para los que saben dosificar el sufrimiento sin perder la esperanza.

Existe una relación entre paciencia y ansiedad, ya que ésta anula la paciencia, y la paciencia a la ansiedad. No basta con huir de lo que me persigue, porque puedo acelerarme tanto en la huída que puedo llegar a perseguir a mi perseguidor. ¿Huir por qué, de qué?.

“Estoy sentado al borde de la carretera.

El chófer cambia mi rueda pinchada.

No me gusta el lugar de donde vengo

ni el lugar adonde voy.

¿Por qué miro el cambio de la rueda

con tanta impaciencia?”.

Se ha dicho que el desaliento es la excusa de los débiles, la desesperación, el dolor de los morbosos y la impaciencia la inmadurez de los adolescentes.

Sin embargo, a juzgar por la abundancia de gente débil, morbosa e inmadura, podemos decir que contra esa gota que rebosa pocos estamos vacunados, por eso dice San Juan de la Cruz, que los principiantes, cuanto más propósitos hacen, tanto más caen y se enojan.

Los más pesimistas, dicen que la paciencia es una forma menor de la desesperación disfrazada de virtud y conviene hacer una recomendación serena: No atormentéis vuestro corazón aunque en algo se haya extraviado, sino que tomadlo y volvedlo a meter en vereda suavemente. Cuando más amargado tengáis el corazón, cogerlo con la puntas de los dedos, no meterlo en un puño, no tomarlo bruscamente. Es preciso tener paciencia con uno mismo y alentar al corazón y que cuando éste se desboque, como los caballos, tirarle de la brida, meterlo en cintura, sin permitirle correr tras los sentimientos desordenados.

La desesperación más profunda, es aquella en que la persona desespera de sí misma, y advierte el carácter diabólico, es decir, acusador, de esa desesperación que termina por volverse autodesesperación. No desesperéis nunca. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: La presunción de inocencia y la desesperación después de la caída, siendo esta última la más terrible. Nuestro pérfido adversario no lo ignora, por eso cuando nos ve agobiados por el sentimiento de nuestras faltas, se lanza sobre nosotros e insinúa en nuestros corazones sentimientos de desesperación que pesan más que el plomo y que si le damos acogida, ese mismo peso nos arrastra, no soltamos la cadena que nos sujeta y vamos hacia el fondo del abismo.

Almas desalentadas: Lo que alegra más al enemigo no son tanto nuestras faltas, como el abatimiento y la desconfianza en la misericordia Divina que ellos producen. Este es el mayor mal que puede sobrevenir a una persona y mientras uno puede defenderse de este mal, nada hay que no se pueda cambiar en bien y de lo que no sea fácil obtener alguna ventaja. Todo el mal que podamos haber cometido, no es nada en comparación con el que nos hacemos si nos falta confianza.

(continuará)

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