LA PASIÓN DEL SEÑOR. DE JERUSALÉN A SEVILLA

Atravesaron Su costado con una lanza

     Había una Ley en el Deuteronomio que decía: “Es maldito de Dios el que cuelga de la cruz, y de ninguna manera debe contaminar la tierra, que Dios, tu Señor, te ha dado en posesión”. Se mandaba en esa Ley, que el cuerpo fuera sepultado el mismo día y los sacerdotes quisieron cumplir la Ley, sepultándole ese mismo día y además había otra razón y era que el día siguiente era sábado, un día muy solemne por ser sábado y el primer día de la Pascua, y ese día era llamado “sagrado”. Por lo cual, los judíos le rogaron a Pilato que les quebraran las piernas a los crucificados y los retiraran, ya que quitaba brillantez a la fiesta y se contaminaba la tierra con su presencia.

Como habían venido muchos a Jerusalén y cada uno hablaba según su criterio de la muerte de Jesús, a la que habían acompañado señales tan prodigiosas, preferían los sacerdotes que no se hablaran. Comentaban como la gente se había vuelto del Gólgota compungida y asustada, que los soldados habían creído en Él como Hijo de Dios y eso hacía enfurecer a los sacerdotes y escribas, que querían que hasta se olvidara el nombre de Jesús. Por estas razones, pidieron que se le sepultara, incluso antes de saber si estaba realmente muerto. Los romanos dejaban morir a los ajusticiados en la cruz y una vez muertos, seguían allí para ser pasto de las aves de rapiña. Pero a los judíos se lo prohibía la Ley y mandó Pilato que fueran a quebrarles las piernas para abreviarles la vida, ya que una vez hecho esto, el cuerpo se desplomaba bruscamente provocando la asfixia inmediata y paro cardiaco.

No hicieron mella en los sacerdotes de duro corazón, los prodigios del Sol ni el temblar de la Tierra ni tampoco que el Velo del templo se rasgara solo. Todos los demás en cambio, se persuadieron de que esas cosas fueron ordenadas por Dios para probar que Jesús era inocente. “Y esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No le quebraréis ningún hueso”, a pesar de que sus enemigos pedían lo contrario.

El Señor murió cuando Dios quiso y se adelantó a los sacerdotes a pesar de su prisa, y cuando fueron los soldados, quebraron las piernas del primero y el otro crucificado, pero al llegar a Jesús, como le encontraron ya muerto, no le quebraron las piernas.


  
       Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza con el fin de asegurar Su muerte. Muchos creen que atravesó Su costado derecho porque lo que pretendía el soldado era rematarle traspasando Su corazón de parte a parte. De este modo, nuestros yerros atravesaron Su corazón cuando vivía y muerto, el hierro de una lanza lo atravesó. Fue una crueldad sin motivo ni respeto para un cuerpo muerto, más el soldado tenía que certificar Su muerte ante Pilato, aunque sus compañeros ya se lo decían.


       Longinos hirió Su corazón, fuente de Vida, de agua eterna, pero esta lanza, al abrir Su corazón, nos abrió la puerta del Amor porque Él nos quiere así: Con Su corazón herido. Longinos dio el clásico golpe de la esgrima del “latus apertus”, golpe que aseguraba la muerte y se hacía siempre sobre el lado derecho. El instrumento de la lanzada fue el “hasta” romana el “pilum casio”.



       Aunque la espantosa tortura duraba dos o tres días, Jesús murió a las seis horas de ser crucificado, lo que llamó la atención del pretor. El “exactor mortis”, tenía que estar seguro, así que arrancó la esponja y clavó la lanza en Su costado derecho haciendo pasar la ancha hoja entre la quinta y sexta costilla hasta el corazón. Retiró el arma dejando un gran agujero. Ésta, se abrió paso a través de la pleura, atravesó el pulmón y el pericardio, llegando hasta la aurícula derecha y quedó vibrando el palo por el efecto del golpe.

(Continuará)

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