Autor: Fr. J.L.C.
“Yo te tomo a ti por esposa y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en las enfermedades, amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
Hay que tener grandes dosis de inteligencia y de virtud. Es un amor que supone una concepción en profundidad del ser humano. No se puede construir el matrimonio sobre una idea falta de amor de la misma forma que al construir un avión hay que tener en cuenta los principios de la aerodinámica que le permite volar. Si a cualquiera de nosotros puede, en algún momento costarle trabajo vivir consigo mismo, soportarse, ¿cómo predisponerse para vivir con otro?.
La idea central del amor debe ser la proyección más allá de todas las circunstancias. Amar a otro significa buscar el bien absoluto para el ser amado. La promiscuidad de uno de los componentes en el matrimonio solo puede afectar a la persona en un sentimiento de tristeza por la desesperación del cónyuge que busca, en otros, colmar la insatisfacción que encuentra en su propia morada. El amor es benevolencia. No basta la simpatía afectiva o sentimental porque el acento sigue cayendo en el propio estado subjetivo. Debe desear el bien a la otra persona. La simpatía afectiva se motiva con la emoción. Por causa de esta semejanza se cometen errores; una vez que se va la simpatía, se va el amor. El amor no crece espontáneamente, sino que necesita de una continua construcción e integración de todas las fuerzas que lo componen.
La voluntad y el amor. La voluntad es la facultad con la que cogemos lo que es bueno. Es capaz de querer cosas buenas para sí misma y para otros.
Pero también es capaz de querer el bien total e infinito porque se da cuenta de que las cosas particulares no agotan la sociedad. La percepción del bien infinito para sí y para otro constituye la máxima grandeza del amor humano. Este es el amor que funda el matrimonio. Queremos a una persona cuando buscamos para ella no solo el bien particular sino también el bien infinito. La tendencia quiere tomar, servirse de la otra persona. El amor por el contrario quiere dar, crear el bien, hacer feliz a la otra persona. Este es el rasgo Divino del amor. El deseo del amor infinito para el otro “yo”. Cuando un ser humano quiere el amor infinito para otro, quiere a Dios para esa persona porque solo Dios es la plenitud objetiva del bien. Cuando se dice “Quiero tu felicidad” quiere decirse “Quiero lo que te hará feliz” sin saber, a lo mejor, qué es la felicidad. Los creyentes dicen que la felicidad es Dios. Los no creyentes, no terminan su pensamiento, dejan do esta decisión en manos de la persona amada.” Te hará feliz lo que tú mismo deseas, eso en lo que tú ves la plenitud de tu bien. Toda la energía del amor se centra al exclamar: “Soy yo el que quiere para ti”.
Amar, en su aspecto más elevado, consiste en la auto donación de la propia persona: Regalar la vida a otro. El matrimonio es uno de los caminos, debido a que es una institución de compromiso. El amor es “totalizante”. El matrimonio otorga este mutuo compromiso.
El amor no se aprende, se descubre; no se inventa. Las características más importantes son:
“Yo te tomo a ti por esposa y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en las enfermedades, amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
Hay que tener grandes dosis de inteligencia y de virtud. Es un amor que supone una concepción en profundidad del ser humano. No se puede construir el matrimonio sobre una idea falta de amor de la misma forma que al construir un avión hay que tener en cuenta los principios de la aerodinámica que le permite volar. Si a cualquiera de nosotros puede, en algún momento costarle trabajo vivir consigo mismo, soportarse, ¿cómo predisponerse para vivir con otro?.
La idea central del amor debe ser la proyección más allá de todas las circunstancias. Amar a otro significa buscar el bien absoluto para el ser amado. La promiscuidad de uno de los componentes en el matrimonio solo puede afectar a la persona en un sentimiento de tristeza por la desesperación del cónyuge que busca, en otros, colmar la insatisfacción que encuentra en su propia morada. El amor es benevolencia. No basta la simpatía afectiva o sentimental porque el acento sigue cayendo en el propio estado subjetivo. Debe desear el bien a la otra persona. La simpatía afectiva se motiva con la emoción. Por causa de esta semejanza se cometen errores; una vez que se va la simpatía, se va el amor. El amor no crece espontáneamente, sino que necesita de una continua construcción e integración de todas las fuerzas que lo componen.
La voluntad y el amor. La voluntad es la facultad con la que cogemos lo que es bueno. Es capaz de querer cosas buenas para sí misma y para otros.
Pero también es capaz de querer el bien total e infinito porque se da cuenta de que las cosas particulares no agotan la sociedad. La percepción del bien infinito para sí y para otro constituye la máxima grandeza del amor humano. Este es el amor que funda el matrimonio. Queremos a una persona cuando buscamos para ella no solo el bien particular sino también el bien infinito. La tendencia quiere tomar, servirse de la otra persona. El amor por el contrario quiere dar, crear el bien, hacer feliz a la otra persona. Este es el rasgo Divino del amor. El deseo del amor infinito para el otro “yo”. Cuando un ser humano quiere el amor infinito para otro, quiere a Dios para esa persona porque solo Dios es la plenitud objetiva del bien. Cuando se dice “Quiero tu felicidad” quiere decirse “Quiero lo que te hará feliz” sin saber, a lo mejor, qué es la felicidad. Los creyentes dicen que la felicidad es Dios. Los no creyentes, no terminan su pensamiento, dejan do esta decisión en manos de la persona amada.” Te hará feliz lo que tú mismo deseas, eso en lo que tú ves la plenitud de tu bien. Toda la energía del amor se centra al exclamar: “Soy yo el que quiere para ti”.
Amar, en su aspecto más elevado, consiste en la auto donación de la propia persona: Regalar la vida a otro. El matrimonio es uno de los caminos, debido a que es una institución de compromiso. El amor es “totalizante”. El matrimonio otorga este mutuo compromiso.
El amor no se aprende, se descubre; no se inventa. Las características más importantes son:
La fidelidad: No hay amores infieles; la delicadeza: No hay amores antipáticos; la generosidad: No hay amores cerrados o egoístas. El amor matrimonial es el más arriesgado y emocionante. El amor es una inclinación natural. El hombre es más feliz cuando ama. Pero no todo es amor; los hay que pactan, otros negocian… .
Existe una pedagogía del amor. Este aprendizaje tiene sus reglas. Un gran reto es saber amar con el cuerpo. El ser humano tiene un cuerpo preparado para amar con más posibilidades que tiene otro ser viviente. Conviene educar el cuerpo para que sea capaz de expresar un amor auténtico. Cuando falta esa pedagogía el hombre cae en el sexo o dependencia. Mecánica sexual. Esto hace a las personas esclavas de sus propias debilidades y caprichos. El hecho de que el hombre sea libre no quiere decir que su espíritu pueda disponer de su cuerpo de cualquier manera. Hay quien cree que el no compromiso es la libertad.
El matrimonio ha sido siempre un tema polémico que plantea cuestiones que aún hoy están por resolver. Desde el principio de los tiempos ha estado presente la lucha entre el amor y la convivencia de los contrayentes, sus familias y la sociedad. Para poder llegar a proclamar que la unión de dos personas debe hacerse por amor, ha habido que luchar y cambiar muchas normas y leyes hasta llegar al reconocimiento pleno de que las personas que han decidido contraer matrimonio deben hacerlo libremente sin más condicionamiento que su propio amor.
Retrocediendo en el tiempo, incluso a los más antiguos, encontramos el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, para la convivencia en común que ha existido en todas las culturas y sociedades. El matrimonio es una estructura de origen natural de acuerdo con la naturaleza. En la realidad del matrimonio aparecen implicados numerosos aspectos de la realidad humana como por ejemplo la necesidad afectiva que proporciona un fondo de seguridad en las personas mismas: Tanto el hombre como la mujer buscan en el matrimonio una realización personal.
El matrimonio es una realidad humana que aparece en todas las culturas aunque reviste distintas formas. En principio fue un contrato oral entre los padres de los contrayentes; otras veces eran razones de Estado las que conducían a la unión, y otras eran simplemente pactos entre familias.
Fuera como fuese la unión entre un hombre y una mujer requería forzosamente el beneplácito de la sociedad circundante para ser reconocido como tal. De esta manera, en cualquiera de sus formas, el matrimonio queda ajeno al amor. Sólo en algunas ocasiones podía llegar a suceder el encuentro entre dos personas y su enamoramiento.
Todo esto se ve reflejado desde un principio en la Biblia. Ya, en el Génesis 1, 27.28: “Y creó Dios a los hombres a Su imagen; imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó. Creced y multiplicaos, llenad la tierra…” Aquí vemos como Dios da al hombre y a la mujer el mismo mensaje que a los animales: Creced y multiplicaos.
El siguiente relato del Génesis 2. 22, es más humanizarte y cercano a la naturaleza humana cuando narra que “…el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre, entonces éste exclamó: Ahora sí, esto es hueso de mi hueso y carne de mi carne...”. Y por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre y se une a una mujer y los dos se hacen uno solo.
En la exclamación de Adán se percibe el reconocimiento de alguien tan próximo a él y a su entorno y con quien puede compartir la vida. En este relato ya aparece el matrimonio con un enfoque desde el amor, contraponiéndose al primer relato en el que solo se enfatiza el aspecto biológico de la unión.
El libro bíblico más significativo desde la perspectiva del amor que es ensalzado en todos sus ámbitos, es el Cantar de los Cantares: Se omite el amor a Dios para realzar a sus más altas cuotas la belleza del amor humano. Aquí, hombre y mujer son considerados como iguales, la mujer deja de ser pertenencia exclusiva para convertirse ambos hombre y mujer en pertenencia mutua; viven el amor terrenal en todo su esplendor y plenitud.
Aunque desde un principio parece muy marcado el carácter monogámico del matrimonio, también en otros libros como Los Patriarcas o los Jueces o Deuteronomio existe un reconocimiento a una poligamia masculina. Además, en este último libro se reconoce el derecho al divorcio, que se concederá siempre que exista motivo.
En los Profetas, se usa la imagen del matrimonio para demostrar el amor de Dios a su pueblo. No hay un amor más fuerte que pueda servir como signo de este amor. Desde el punto de vista del Antiguo Testamento el matrimonio es la perfección más importante del amor. Y en el Nuevo Testamento, en la carta a los Efesios 5, San Pablo explica el matrimonio diciendo: “El matrimonio lo que representa es el amor de Cristo a su Iglesia”. De este modo, en el Nuevo Testamento no se asigna ni tampoco se reconoce el matrimonio como Sacramento, palabra que entra en el cristianismo con el doble sentido: Sagrado y culto.
Este hecho queda patente en la traducción de algunos pasajes Paulinos donde se trata de desvelar designios divinos que son revelados o manifestados como en Efesios 1,3 y 3,3-9 o también en Colosenses 1. 26-27. Para Pablo el gran Sacramento es Cristo, el gran misterio cuya revelación será causa de nuestra salvación.
Siguiendo en el Nuevo Testamento, encontramos numerosos episodios en los que tanto de boca de Jesús como de sus apóstoles se menciona el matrimonio otorgándole una gran importancia pero negando a su vez que posea un valor absoluto. En el Evangelio de Marcos 12. 18-25 en la parábola de la mujer casada siete veces con siete hermanos, cuando los saduceos increpan a Jesús sobre cual de todos ellos acompañará a la mujer en el Reino, éste les responde que en el Reino ya no habrá matrimonio, dejando así constancia del carácter efímero y terrenal del matrimonio.
Con respecto al papel que juegan la mujer y el hombre en el matrimonio, San Pablo, en la Carta de los Corintios 7.2, dice que: “…Tenga cada hombre su mujer y cada mujer su marido”. No se reconoce la sumisión de la mujer al hombre, sino que se tienen por igual. Esta igualdad de derechos entre hombre y mujer se reconoce de nuevo en Corintios 7. 3-4: “El marido de a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido”
El matrimonio, como Sacramento, no está recogido en ningún pasaje del Nuevo Testamento. Jesús no hace referencia al matrimonio como institución pero sí hace muchas referencias al matrimonio conminando a los esposos a cumplirse mutuamente la promesa dada. Jesús condena abiertamente el adulterio y el divorcio con autoridad y sin paliativo, haciendo una llamada constante a la fidelidad y a la indisolubilidad del mismo (Dt. 24, I; Mateo 19, 3-9; Lucas 20,34; Marcos...Corintios).
San Agustín es el que abre las puertas a la teología sacramental al poner de relieve la gran simbología de los Sacramentos. Es el primero que formula las teorías del simbolismo sacramental cristiano, siendo su doctrina definitiva para interpretar el contenido del mismo.
Los Sacramentos son símbolos y causa de la gracia a la vez; la escolástica encuentra aquí el camino para definir el número exacto de Sacramentos, siendo siete los de nueva Ley dándose en cada uno de ellos la doble condición de símbolo y causa de la gracia. Es entonces cuando el matrimonio se introduce en la categoría sacramental y cuando deja de pertenecer al reino puramente humano.
La primera ceremonia establecida del matrimonio aparece en el Concilio de Nicea en el siglo IV, no apareciendo como obligatoria. El carácter de obligatoriedad aparece en el siglo XI y desde este momento, hasta el siglo XIII, la Iglesia toma la jurisprudencia tanto en el aspecto religioso como en el civil: De esta manera queda impuesta la ceremonia y la misa nupcial. Desde esta perspectiva el único enfoque del matrimonio es la procreación y la educación de los hijos.
Es en el Concilio de Florencia de 1.439, cuando se define al matrimonio como uno de los Sacramentos que confiere la gracia. Más tarde, en el Concilio de Trento, queda fijada la doctrina católica acerca del matrimonio ratificando que confiere la gracia y manteniendo la sacramentalidad de éste con los otros seis Sacramentos. En este Concilio se define el matrimonio como… “El Sacramento que conduce a la perfección en el amor natural y mutuo de los cónyuges”. Confirma que el vínculo es indisoluble y santifica a los contrayentes. Esta visión perdura hasta el Concilio Vaticano II en el que se ratifica, esclarece y engrandece el Sacramento del matrimonio.
Tras este efímero recorrido por los orígenes y el desarrollo del matrimonio, comprobamos que en todas las épocas, sociedades y culturas los hombres y las mujeres han sentido la necesidad de unirse, vivir y compartir sus vidas en amor y plenitud, a la vez que han ido evolucionando las normas y Leyes para la realización del mismo. Unas veces ha sido como rito religioso y otra como simples pactos.
En la religión católica, cuando dos personas se aman y se unen en matrimonio, son ellas mismas los propios ministros del Sacramento. El sacerdote es un testigo de Dios que ratifica y bendice en nombre de Dios la voluntad de ambos.
La cuestión implícita es que si Dios pone el amor en dos personas por qué posteriormente lo hacen desaparecer. Cómo consecuencia, si el amor entre ellas no es eterno ¿cómo se le puede pedir que el matrimonio lo sea?. Si por las causas que sean ya no existe el amor entre los esposos, estos deben poder tener la oportunidad de rehacer sus vidas dentro de la Iglesia.
Una vez que la Iglesia, no debemos olvidar que actúa como testigo, acepta la posible disolución del matrimonio, esta no se basa únicamente en la carencia de amor sino que busca entre otros aspectos más banales, terrenales y materiales. De hecho, la evolución de las leyes del matrimonio dentro de la Iglesia no va pareja con respecto a la unión y la ruptura. Se ha legislado mucho sobre el matrimonio pero no sobre las separaciones. Casi no se contemplan porque la constitución GPS. no reconoce esta posibilidad. Este vacío está llevando a muchos cristianos a una separación de la Iglesia aun en contra de sus creencias y sentimientos.
En la actualidad vemos demasiadas cosas sobre este tema que nos lleva a la reflexión si no va siendo hora que la Iglesia se cuestione una nueva legislación sobre el matrimonio: Sus causas y sus consecuencias. Todo ello para que aquellos que deben optar por la separación matrimonial puedan seguir llevando y viviendo el mensaje de Cristo y realizar la justicia a todos los niveles, para que todos los cristianos creyentes puedan llegar a separarse cuando ya no existe el amor entre ellos.
Existe una pedagogía del amor. Este aprendizaje tiene sus reglas. Un gran reto es saber amar con el cuerpo. El ser humano tiene un cuerpo preparado para amar con más posibilidades que tiene otro ser viviente. Conviene educar el cuerpo para que sea capaz de expresar un amor auténtico. Cuando falta esa pedagogía el hombre cae en el sexo o dependencia. Mecánica sexual. Esto hace a las personas esclavas de sus propias debilidades y caprichos. El hecho de que el hombre sea libre no quiere decir que su espíritu pueda disponer de su cuerpo de cualquier manera. Hay quien cree que el no compromiso es la libertad.
El matrimonio ha sido siempre un tema polémico que plantea cuestiones que aún hoy están por resolver. Desde el principio de los tiempos ha estado presente la lucha entre el amor y la convivencia de los contrayentes, sus familias y la sociedad. Para poder llegar a proclamar que la unión de dos personas debe hacerse por amor, ha habido que luchar y cambiar muchas normas y leyes hasta llegar al reconocimiento pleno de que las personas que han decidido contraer matrimonio deben hacerlo libremente sin más condicionamiento que su propio amor.
Retrocediendo en el tiempo, incluso a los más antiguos, encontramos el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, para la convivencia en común que ha existido en todas las culturas y sociedades. El matrimonio es una estructura de origen natural de acuerdo con la naturaleza. En la realidad del matrimonio aparecen implicados numerosos aspectos de la realidad humana como por ejemplo la necesidad afectiva que proporciona un fondo de seguridad en las personas mismas: Tanto el hombre como la mujer buscan en el matrimonio una realización personal.
El matrimonio es una realidad humana que aparece en todas las culturas aunque reviste distintas formas. En principio fue un contrato oral entre los padres de los contrayentes; otras veces eran razones de Estado las que conducían a la unión, y otras eran simplemente pactos entre familias.
Fuera como fuese la unión entre un hombre y una mujer requería forzosamente el beneplácito de la sociedad circundante para ser reconocido como tal. De esta manera, en cualquiera de sus formas, el matrimonio queda ajeno al amor. Sólo en algunas ocasiones podía llegar a suceder el encuentro entre dos personas y su enamoramiento.
Todo esto se ve reflejado desde un principio en la Biblia. Ya, en el Génesis 1, 27.28: “Y creó Dios a los hombres a Su imagen; imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó. Creced y multiplicaos, llenad la tierra…” Aquí vemos como Dios da al hombre y a la mujer el mismo mensaje que a los animales: Creced y multiplicaos.
El siguiente relato del Génesis 2. 22, es más humanizarte y cercano a la naturaleza humana cuando narra que “…el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre, entonces éste exclamó: Ahora sí, esto es hueso de mi hueso y carne de mi carne...”. Y por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre y se une a una mujer y los dos se hacen uno solo.
En la exclamación de Adán se percibe el reconocimiento de alguien tan próximo a él y a su entorno y con quien puede compartir la vida. En este relato ya aparece el matrimonio con un enfoque desde el amor, contraponiéndose al primer relato en el que solo se enfatiza el aspecto biológico de la unión.
El libro bíblico más significativo desde la perspectiva del amor que es ensalzado en todos sus ámbitos, es el Cantar de los Cantares: Se omite el amor a Dios para realzar a sus más altas cuotas la belleza del amor humano. Aquí, hombre y mujer son considerados como iguales, la mujer deja de ser pertenencia exclusiva para convertirse ambos hombre y mujer en pertenencia mutua; viven el amor terrenal en todo su esplendor y plenitud.
Aunque desde un principio parece muy marcado el carácter monogámico del matrimonio, también en otros libros como Los Patriarcas o los Jueces o Deuteronomio existe un reconocimiento a una poligamia masculina. Además, en este último libro se reconoce el derecho al divorcio, que se concederá siempre que exista motivo.
En los Profetas, se usa la imagen del matrimonio para demostrar el amor de Dios a su pueblo. No hay un amor más fuerte que pueda servir como signo de este amor. Desde el punto de vista del Antiguo Testamento el matrimonio es la perfección más importante del amor. Y en el Nuevo Testamento, en la carta a los Efesios 5, San Pablo explica el matrimonio diciendo: “El matrimonio lo que representa es el amor de Cristo a su Iglesia”. De este modo, en el Nuevo Testamento no se asigna ni tampoco se reconoce el matrimonio como Sacramento, palabra que entra en el cristianismo con el doble sentido: Sagrado y culto.
Este hecho queda patente en la traducción de algunos pasajes Paulinos donde se trata de desvelar designios divinos que son revelados o manifestados como en Efesios 1,3 y 3,3-9 o también en Colosenses 1. 26-27. Para Pablo el gran Sacramento es Cristo, el gran misterio cuya revelación será causa de nuestra salvación.
Siguiendo en el Nuevo Testamento, encontramos numerosos episodios en los que tanto de boca de Jesús como de sus apóstoles se menciona el matrimonio otorgándole una gran importancia pero negando a su vez que posea un valor absoluto. En el Evangelio de Marcos 12. 18-25 en la parábola de la mujer casada siete veces con siete hermanos, cuando los saduceos increpan a Jesús sobre cual de todos ellos acompañará a la mujer en el Reino, éste les responde que en el Reino ya no habrá matrimonio, dejando así constancia del carácter efímero y terrenal del matrimonio.
Con respecto al papel que juegan la mujer y el hombre en el matrimonio, San Pablo, en la Carta de los Corintios 7.2, dice que: “…Tenga cada hombre su mujer y cada mujer su marido”. No se reconoce la sumisión de la mujer al hombre, sino que se tienen por igual. Esta igualdad de derechos entre hombre y mujer se reconoce de nuevo en Corintios 7. 3-4: “El marido de a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido”
El matrimonio, como Sacramento, no está recogido en ningún pasaje del Nuevo Testamento. Jesús no hace referencia al matrimonio como institución pero sí hace muchas referencias al matrimonio conminando a los esposos a cumplirse mutuamente la promesa dada. Jesús condena abiertamente el adulterio y el divorcio con autoridad y sin paliativo, haciendo una llamada constante a la fidelidad y a la indisolubilidad del mismo (Dt. 24, I; Mateo 19, 3-9; Lucas 20,34; Marcos...Corintios).
San Agustín es el que abre las puertas a la teología sacramental al poner de relieve la gran simbología de los Sacramentos. Es el primero que formula las teorías del simbolismo sacramental cristiano, siendo su doctrina definitiva para interpretar el contenido del mismo.
Los Sacramentos son símbolos y causa de la gracia a la vez; la escolástica encuentra aquí el camino para definir el número exacto de Sacramentos, siendo siete los de nueva Ley dándose en cada uno de ellos la doble condición de símbolo y causa de la gracia. Es entonces cuando el matrimonio se introduce en la categoría sacramental y cuando deja de pertenecer al reino puramente humano.
La primera ceremonia establecida del matrimonio aparece en el Concilio de Nicea en el siglo IV, no apareciendo como obligatoria. El carácter de obligatoriedad aparece en el siglo XI y desde este momento, hasta el siglo XIII, la Iglesia toma la jurisprudencia tanto en el aspecto religioso como en el civil: De esta manera queda impuesta la ceremonia y la misa nupcial. Desde esta perspectiva el único enfoque del matrimonio es la procreación y la educación de los hijos.
Es en el Concilio de Florencia de 1.439, cuando se define al matrimonio como uno de los Sacramentos que confiere la gracia. Más tarde, en el Concilio de Trento, queda fijada la doctrina católica acerca del matrimonio ratificando que confiere la gracia y manteniendo la sacramentalidad de éste con los otros seis Sacramentos. En este Concilio se define el matrimonio como… “El Sacramento que conduce a la perfección en el amor natural y mutuo de los cónyuges”. Confirma que el vínculo es indisoluble y santifica a los contrayentes. Esta visión perdura hasta el Concilio Vaticano II en el que se ratifica, esclarece y engrandece el Sacramento del matrimonio.
Tras este efímero recorrido por los orígenes y el desarrollo del matrimonio, comprobamos que en todas las épocas, sociedades y culturas los hombres y las mujeres han sentido la necesidad de unirse, vivir y compartir sus vidas en amor y plenitud, a la vez que han ido evolucionando las normas y Leyes para la realización del mismo. Unas veces ha sido como rito religioso y otra como simples pactos.
En la religión católica, cuando dos personas se aman y se unen en matrimonio, son ellas mismas los propios ministros del Sacramento. El sacerdote es un testigo de Dios que ratifica y bendice en nombre de Dios la voluntad de ambos.
La cuestión implícita es que si Dios pone el amor en dos personas por qué posteriormente lo hacen desaparecer. Cómo consecuencia, si el amor entre ellas no es eterno ¿cómo se le puede pedir que el matrimonio lo sea?. Si por las causas que sean ya no existe el amor entre los esposos, estos deben poder tener la oportunidad de rehacer sus vidas dentro de la Iglesia.
Una vez que la Iglesia, no debemos olvidar que actúa como testigo, acepta la posible disolución del matrimonio, esta no se basa únicamente en la carencia de amor sino que busca entre otros aspectos más banales, terrenales y materiales. De hecho, la evolución de las leyes del matrimonio dentro de la Iglesia no va pareja con respecto a la unión y la ruptura. Se ha legislado mucho sobre el matrimonio pero no sobre las separaciones. Casi no se contemplan porque la constitución GPS. no reconoce esta posibilidad. Este vacío está llevando a muchos cristianos a una separación de la Iglesia aun en contra de sus creencias y sentimientos.
En la actualidad vemos demasiadas cosas sobre este tema que nos lleva a la reflexión si no va siendo hora que la Iglesia se cuestione una nueva legislación sobre el matrimonio: Sus causas y sus consecuencias. Todo ello para que aquellos que deben optar por la separación matrimonial puedan seguir llevando y viviendo el mensaje de Cristo y realizar la justicia a todos los niveles, para que todos los cristianos creyentes puedan llegar a separarse cuando ya no existe el amor entre ellos.
Copy Right. Todos los derechos reservados. Orden de Sion, 2.009