PINCELADAS EN LA VIDA ALEGÓRICA DE JESÚS (V)




El número 12 para los discípulos, nos da una clave. Este número está bien establecido en mitología. El Ra Egipcio tuvo 12 compañeros o apóstoles, como también el Mitra Persa. Los caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo fueron 12. En las ruinas de Pompeya se ha encontrado una antigua pintura que muestra a Dionisio, hijo de Zeus, rodeado por sus 12 “potestades” que mantienen o llevan símbolos apropiados.

En el A.T. se habla de los 12 hijos de Jacob, uno de los cuales fue José, el poder de razonamiento y juicio prudente, de las 12 tribus de Israel; del altar de los Israelitas levantado sobre 12 piedras, y de las 12 joyas en el escudo del Sumo Sacerdote. En el Apocalipsis aparece el Cordero en medio de la Ciudad Santa de 12 puertas, y también la mujer coronada con 12 estrellas.

Los antiguos dividieron el zodiaco en 12 signos. Tenemos las 12 horas, las 12 pulgadas por pié etc. Todos estos bien conocidos usos del número 12, indican cierta cualidad de plenitud o integridad. La cual es tan solo una etapa o cimiento sobre la cual debe seguir un propósito ulterior.

Este largo periodo de aparente inactividad entre los 12 y los 30 años de “edad”, sería inexplicable excepto por la interpretación mística de que estos números no se refieren a la edad de Jesús, sino a pasos trasmontados en la escala evolutiva. El candidato se da cuenta de que el estado de gloria espiritual que ahora está casi a su alcance, es el cielo, el Reino de Dios que está dentro de nosotros.

De ahí que las recompensas tan a menudo mencionadas en la Biblia, se dice que se encuentran en el cielo. El vuelo de la espiritualidad inegoísta, y la dura lucha por satisfacer deseos materiales egoístas, son cosas que se excluyen mutuamente. A medida que concentramos nuestras fuerzas en una de estas dos direcciones, le volvemos la espalda a la otra, automáticamente.

Así pues, a la edad de 30 años, y con los “ discípulos” reunidos para recibir instrucción, se entra en la etapa preparatoria para la última Iniciación, señalada por las curaciones y los milagros. Pero aún esta etapa avanzada no es la suma perfección, ni está exenta de pruebas.

Como lo relata Juan, el primer milagro fue convertir el agua en vino. Cuando María sugiere, que se use para ello el poder de Cristo en la boda de Caná (lugar que nunca se ha identificado), la respuesta algo ruda de Jesús es: “¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer?”. “Todavía no ha llegado mi hora”.

Esta observación es ininteligible tal como aparece. Pero esotéricamente puede interpretarse como referente a la boda del alma y el espíritu. El alma, elemento receptivo o pasivo, es la novia, y la fuerza creadora del Espíritu es el novio. Se nos recuerda que semejante boda se echa a perder si no está presente y activo el Espíritu Cristico.

María pasa por alto la ruda respuesta, y simplemente les dice a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Este buen manejo suyo de la situación produce el resultado deseado.

Otros milagros relatados tienen obviamente significados internos. De lo cual no se dice, desde luego, que nunca ocurrieron fenómenos super-normales, ya fuesen debidos a los poderes de Jesús o a otras circunstancias.

La tarea de Jesús con la formación de los 12 discípulos es una variante de las 12 famosas hazañas de Hércules. Se muestra simbólicamente que le tomó tres años, que es el número preeminente de la manifestación. Cuando esta tarea ha quedado cumplida, la meta está a la vista.

Pero, como en el caso de Hércules, el aspirante no ha alcanzado todavía la perfección. Para Hércules hubo la túnica envenenada y la pira funeraria. Para el peregrino espiritual de Cristo, el Calvario que le espera.


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