EVANGELIO DÍA 27 DE MARZO



Llegó así a un pueblo de Samaria. Allí estaba el pozo que llamaban de Jacob. Cerca del mediodía, Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. En esto, una mujer de Samaria llegó a sacar agua y Jesús le pidió: “Dame un poco de agua”. Pero como los judíos no tienen trato con los samaritanos, la mujer le respondió: “¿Cómo tú que eres judío, me pides agua a mi que soy samaritana?”. Jesús le contestó: “Si supieras lo que Dios da y quien es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a Él y Él te daría agua viva”. La mujer le dijo: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es muy hondo, ¿de dónde vas a darme agua viva?. Nuestro antepasado Jacob nos dejó este pozo, del que él mismo bebía y del que bebían también sus hijos y sus animales, ¿acaso eres tú más que él?”. Jesús le contestó: “Los que beben de esta agua, volverán a tener sed, pero el que beba el agua que Yo le daré, jamás volverá a tener des. Porque el agua que Yo le daré, brotará en él como un manantial de vid eterna”. La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva yo a tener sed ni haya de venir aquí a sacarla”.
(Juan 4, 5-42)

MEDITACIÓN

Compartimos con la samaritana la sed, el desorden, la soledad, la llama que no mitiga y se enciende al oír hablar de un salvador, la alegría de que alguien conozca toda nuestra vida y no la juzgue, no la rechace y la desprecie.

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