LA HUMILDAD (VI)



II. 3. Vanidad, jactancia, presunción, ostentación.

Si el soberbio se complace en la propia excelencia, el vanidoso lo hace en el reconocimiento que los demás le tributan, y aplica su oído a todo para ver si hablan de él. Generalmente, la vanidad procede de la soberbia, pues quien se estima más de lo que vale, desea ser muy estimado por los demás. Si el soberbio es crítico y es fácil reconocerlo porque emplea en exceso la palabra “yo”. Tras él, hay una persona que no sabe aceptarse a sí misma, sin autoestima.

A quien más hace sufrir el jactancioso, después de sí mismo, es a otro jactancioso, porque cada uno se ve ninguneado por el otro, por la avidez de vanagloria que ambos precisan. Junto a ellos no cabe la paz, pues son como volcanes en erupción. El presuntuosotas pequeñas virtudes que pasan inadvertidas y busca las que destacan, porque ignora que el río ancho no hace ruido. Los hombres de verdaderos méritos prefieren ser requeridos y los presuntuosos se presentan por sí solos y sus armas favoritas son la grandilocuencia y el retoricismo hueco. Nadie está libre de proferir sentencias absurdas, lo malo es decirlas en tono solemne y académico. El intelectual usa más palabras de las necesarias para decir más cosas de las que sabe, pero entre un intelectual culto y un erudito abundantoso, existe la misma diferencia que entre un libro y un índice de materias.

Los presumidos, son hombres que falsean la verdad, porque quieren ser valorados por lo que parecen ser y no por lo que son en realidad. Habría que comprar al vanidoso y al presumido por lo que vale y volverlo a vender por lo que él dice que vale. Calza un zapato de tacón alto, pero siempre seguirá midiendo lo que mide. Todas las cosas fingidas son como flores secas y no hay falsedad que tenga larga vida. No hay cosa más ridícula en una persona que quiere parecer lo que no es.

La ostentación es jactancia y vanagloria, pero de forma exterior y visible, algo parecido a una presunción incontenida, tosca y basta. El ostentoso gasta dinero que no tiene para comprar cosas que no necesita, a fin de impresionar a gentes que no le agradan. Así, gasta mucho en palabras, olvidando que las cosas más grandes no se pueden decir más que simplemente, pues se estropean con el énfasis, por eso es necesario decir noblemente las más pequeñas, que sólo se sostienen por la expresión, el tono y la manera. Más aún, si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas.

La ostentación, radica en querer llamar la atención sobre la forma de comportarse, fastuosidad o modo de vivir, y sobre las cosas llamativas que realizamos.


II.4. Hipocresía.

¿Sabe el hipócrita que nadie puede llevar la máscara durante demasiado tiempo?. Para el hipócrita, ser sincero no es decir todo lo que se piensa, ni lo contrario de lo que se piensa, es sobre todo decir algo con doblez, algo que no pueda llegar a ser descubierto. La hipocresía consiste en adornarse con apariencias de virtud para ocultar las propias faltas y limitaciones. Hipócrita es el que profesando virtudes que no respeta, se asegura la ventaja de parecer lo que desprecia. Estamos tan habituados a ser hipócritas con los demás, que acabamos por serlos con nosotros mismos. No hay nada sagrado para el hipócrita, ni dioses ni ancianos tolera. Imposible engañar a todos y siempre, nadie más engañado que el engañador. Lo mejor para ser engañado, es considerarse el más listo. En todo caso, la hipocresía resulta muy desgastante, porque como decía Cervantes, “yo siempre creo que es más fácil ser bueno que parecerlo, porque el ser bueno sólo depende de nuestro interior, y el parecerlo se funda en el engaño que es más dificultoso de conservarse que la verdad.

(continuará)

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