Durante el siglo VIII, las ansias políticas asirias destruyeron el sueño del reino del Norte. El reino de Israel fue borrado del mapa y Judea se quedó sola para defender el patrimonio israelita. Jerusalén, se convirtió en la ciudad donde todo ocurriría.
Volvemos a situarnos a finales del siglo VII a.C. Un joven rey, Josías, reina en Judea, y tiene la misión de conquistar el reino perdido de Israel; cree que posee tanto los medios como la obligación de salir airoso. El Imperio asirio estaba marchitándose y no era posible reunir los reinos mientras éste permaneciese en el Norte, pero cuando los asirios se retiraron, ese ideal fue alcanzable y Josías se embarcó en esa gran idea y planeó recuperar del ahora destruido Imperio del Norte para así reunificar el reino de Israel bajo un solo rey en Jesuralén.
Aquí la historia de Josué, del gran Imperio de David y Salomón, desempeñan un papel importante, porque la conquista de Josué perfilaba los territorios que Josías quería ocupar. El Imperio de David y Salomón era un modelo a seguir para el gran Imperio israelita. Casi hemos llegado al final de esta historia; la saga bíblica de la conquista del pasado, contiene una promesa para el futuro, un ideal. La conquista de Josué, es de la hecho la conquista que Josías esperaba conseguir.
Así que aunque la historia de Josías es muy breve en la Biblia, no hay duda de que el narrador quiere presentarlo como un nuevo David. Desde el principio de la historia, vemos que dice que Josías hizo lo correcto a los ojos del Señor, y más tarde caminó como digno sucesor de una monarquía y se dejará al lector un solo pensamiento posible: Que estamos ante un nuevo David. Según la Biblia, el compromiso diario con la dinastía de David era absoluto y esa promesa, documentada en el texto bíblico, convierte la misión de su descendiente Josías en ineludible, su plan, conlleva la realización de esa promesa. Pero nuevamente el destino decidió otra cosa. En Meggiddo se fraguaba una tragedia.
Egipto, a la que habían olvidado, volvía a la escena con sed de venganza. El faraón Nikao II, mandó llamar a Josías y le asesinó, por lo que su muerte cambió el concepto del Mesías. Hasta su reinado, todos los sucesores de David eran conocidos como el Masiah, el ungido, y ese era un signo de su legitimidad como herederos al trono de Judea, pero con la muerte de Josías, todo cambió. Todas las promesas encarnadas por Josías, fueron superadas por los acontecimientos que acabaron con las esperanzas del pueblo en la estirpe real y el tipo de cambio que diese pie a una esperanza de futuro.
Para los pueblos de la antigüedad, que las épocas venideras podrían ser mejores que lo que era su vida diaria; de que la historia tuviera un significado y un fin, era un concepto tan revolucionario como nuevo. Hoy día, la fe en la llegada del Mesías se encuentra en la base de la liturgia judía; un rey de la casa de David llegará un día para realizar el sueño de Josías, un rey no terrenal, que llevará a cabo una misión Divina.
David, rey de Israel, vive para siempre y este credo ha generado una forma de fe inquebrantable, es el tercer pilar del judaísmo.
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