MÍSTICA CRÍSTICA Y TEMPLARIA (IV)



Desharemos la lucha a lo inferior, a nuestro ego, y el Cristo vencerá en nosotros y nosotros venceremos con Él nuestras contrariedades, pues Él es la Luz del mundo. Tenemos nosotros que despertar en Él, en Su Espíritu, para reconocer que la fuente del Amor y de la Misericordia fluye en cada uno de nosotros, para que nademos contra la corriente, contra nuestro ego humano y así llegar a ser libres en todo lo que nos ata a la materia.

Quien llega a ser libre en sí, acercándose al origen de la Fuente eterna, ése está en medio de este mundo como una roca entre las corrientes del mar. El mundo se enfurece y ruge alrededor de ella, pero la roca se mantiene quieta en sí, pues ha salido de la Fuente eterna que fluye incansablemente hacia ella, y aunque el mundo se enfurezca, la roca, tú, ganarás, pues tu alma estará tranquila, reposando en el Cristo, en el Eterno.

El Cristo dijo y sigue diciendo: “Venid a Mi todos los que estáis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré”. No debemos dirigirnos hacia los hombres, sino hacia Él, a Su Espíritu que vive en nosotros y esto nos dará la libertad del alma. Su Espíritu está en nosotros pues somos Templos vivos de Su Espíritu. Purifiquemos este Templo y percibiremos también la voz del Padre.

Mantengamos la paz con nuestro hermano, con el prójimo en general, con todas las criaturas y con toda existencia y alcanzaremos la condición directa del Cristo, que es la Paz, el Amor y la Misericordia.


¡Que la Paz del Cristo esté con vosotros!.


Non Nobis

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