Es uno de los siete pecados capitales. Consiste en una estima de sí mismo, o amor propio indebido, que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios.
Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada. Es por eso muy importante para todo el que desee avanzar en la santidad aprender a detectar estas tendencias en su propio corazón y examinarse sobre estos pecados.
El término “capital” no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados. De acuerdo a Santo Tomás “un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo un hombre comete muchos pecados todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. Lo que se desea o se rechaza en los pecados capitales puede ser material o espiritual, real o imaginario.
El diccionario define a la soberbia como la estimación excesiva de sí mismo en menosprecio de los demás, por lo que se considera que es la madre de todos los vicios en el ser humano sometido a las ambiciones de poder y riqueza en donde predomina la ceguera de los medios para conseguirlo.
“Muchos habrían sido sabios si no hubieran creído demasiado pronto que ya lo eran”. Séneca.
Se puede llegar a considerar una ofensa que nos lleven la contraria, o que nos hagan legítima competencia, o que piensen de forma distinta a nosotros y lo manifiesten públicamente.
Detrás de cualquier problema en la educación hay siempre un principio de soberbia. Son actitudes en las que se manifiesta el pequeño tirano que todos llevamos dentro.
Analizar las razones que nos llevan a discutir. La amargura que provoca toda polémica desabrida es un sabor que no vale la pena probar. Siendo más grato y enriquecedor buscar las cosas que nos unen en lugar de las que separan. Y cuando haya que contrastar ideas se haga con elegancia, sin olvidar lo que decía Séneca: “La verdad se pierde en las discusiones prolongadas”.
Los enfados son contraproducentes y pueden acabar en espectáculos lamentables, porque cuando un hombre está irritado casi siempre sus razones le abandonan.
La susceptibilidad tiene su raíz en el egocentrismo y la complicación interior. Plotino: “Todo es bello para el que tiene el alma bella”.
La soberbia es más grave que el orgullo; y el orgullo que el amor propio; pero probablemente sea más práctico utilizarlos como sinónimos, ya que es un hecho que los tres están perfectamente compenetrados. Y sin olvidar que la soberbia es un pecado capital; es decir, que está en la raíz de muchos pecados.
Esta enfermedad espiritual la podremos descubrir por los siguientes síntomas:
· Rechazo de las correcciones: El orgulloso recibe cualquier corrección como si de un ataque personal se tratase. Su respuesta es ponerse a la defensiva. No es consciente de que Dios pueda servirse del prójimo para abrirle los ojos y desenmascarar sus defectos. Todo ello puede llevar al extremo de que el soberbio pretenda ser un autodidacta, prescindiendo de la riqueza tan grande que suponen los consejos, enseñanzas, testimonios, etc.
· Cabezonería: Es la incapacidad de ceder en las discusiones. En el fondo el orgulloso mantiene sus posiciones por “propias”, antes que por verdaderas. En el fragor de la discusión, no deja un ápice a ver las razones del prójimo. En realidad, lo está sintiendo como un contrincante. Incluso aunque el orgulloso llegase a ser consciente en su fuero interno de estar en el error, mantendría su postura primera por no pasar por la humillación de reconocerse equivocado. Precisamente el problema consiste en que siente como humillación el decir “me he equivocado”.
· Decepción ante el fracaso: Cuando el soberbio fracasa en una empresa, se derrumba interiormente. Su decepción es un signo muy claro de orgullo, porque deja al descubierto que había construido en sueños su personal castillo de naipes, en el que (por supuesto), ocupaba el lugar central ; y la desesperación le invade al comprobar cómo saltan por los aires sus planes. En realidad, el problema está en que al soberbio no le interesa lo que Dios quiera de él o cuando menos está despreocupado de ello; ya que está demasiado ocupado en sus estrategias.
Estrategias a seguir para vencer este pecado:
· Fe en el valor medicinal de la humillación. Cuando uno es un orgulloso, es imposible llegar a ser humilde sin pasar por las humillaciones. El hecho de que las humillaciones nos escuezan tanto, denota que todavía no somos humildes. Sin embargo, es importantísimo tener fe en el valor medicinal de las humillaciones y en que son parte de la providencia de Dios, que nos permite purificarnos mediante esta penitencia. No olvidemos que las penitencias que no son buscadas, son las que más valor y fruto pueden llegar a tener.
· Petición de perdón: Le costará mucho al orgulloso llegar a pedir perdón con espontaneidad. Aunque su voluntad esté decidida a luchar contra su pecado capital, difícilmente podrá controlar sus primeros impulsos, que se “revolverán” contra el camino de humildad. Aunque en los comienzos del camino de humildad, al soberbio se le “escape” su impulsividad orgullosa, dispone todavía de un arma preciosa cuando vuelve la calma: la petición de perdón.
Por tanto, la soberbia, el orgullo y el amor propio en realidad, se confunden con el mismo pecado original. La tentación de la serpiente “seréis como dioses”, incidía en la tentación del hombre de olvidar su condición de “criatura”, revelándose contra toda voluntad que no fuese la propia. Como dice San Agustín, aquí hay dos amores, dos ciudades:
“Dos amores hicieron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, hizo la ciudad del mundo; el amor de Dios, hasta el desprecio de sí mismo, hizo la Ciudad de Dios”
La soberbia se cuela por los resquicios más sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas. Sabe bien que si enseña la cara, su aspecto es repulsivo, y por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, ocultar su rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que siempre queda contaminada. Puede disfrazarse de:
· Sabiduría: De lo que podríamos llamar soberbia intelectual se manifiesta sobre una apariencia de rigor que no es otra cosa que orgullo altivo.
· Coherencia: Hace a las personas cambiar sus principios en vez de atreverse a cambiar su conducta inmoral. Como no viven como piensan, lo resuelven pensando como viven. La soberbia les impide ver que la coherencia en el error nunca puede transformar lo malo en bueno.
· Un apasionado afán de hacer justicia, cuando en el fondo lo que les mueve es un sentimiento de despecho y revanchismo. Se les ha metido el odio dentro, y en vez de esforzarse en perdonar, pretenden calmar su ansiedad con venganza y resentimiento.
· Afán de defender la verdad, de una ortodoxia altiva y crispada, que avasalla a los demás; o de un afán de precisarlo todo, de juzgarlo todo, de querer tener opinión firme sobre todo. Todas esas actitudes suelen tener su origen en ese orgullo tonto y simple de quien se cree siempre poseedor exclusivo de la verdad. En vez de servir a la verdad, se sirven de ella (de una sombra de ella), y acaban siendo marionetas de su propia vanidad, de su afán de llevar la contraria o de quedar por encima.
· Un aparente espíritu de servicio, que a aparece a primera vista muy abnegado, y que incluso quizá lo es, pero que esconde un curioso victimismo resentido.
Son esos que hacen las cosas, pero con aire de victima (“soy el único que hace algo”), o lamentándose de lo que hacen los demás (“mira éstos en cambio....”).
· Generosidad, de esa generosidad ostentosa que ayuda humillando, mirando a los demás por encima del hombro, menospreciando.
· Afán de enseñar o aconsejar, propio de personas llenas de suficiencia, que se ponen a sí mismas como ejemplo, que hablan en tono paternalista, mirando por encima del hombro, con aire de superioridad.
· Dignidad, cuando no es otra cosa que susceptibilidad, sentirse ofendido por tonterías, por sospechas irreales o por celos infundados.
La soberbia muchas veces nos engañará, y no veremos su cara, oculta de diversas maneras, pero los demás si lo suelen ver. Si somos capaces de ser receptivos, de escuchar la critica constructiva, nos será mucho más fácil desenmascararla.
El problema es que hace falta ser humilde para aceptar la crítica. La soberbia suele blindarse a sí misma en un círculo vicioso de egocentrismo satisfecho que no deja que nadie lo llame por su nombre. Cuando se hace fuerte así, la indefensión es tal que van creciendo las manifestaciones simples y primarias de la soberbia: la susceptibilidad enfermiza, el continuo hablar de uno mismo, las actitudes prepotentes y engreídas, la vanidad y afectación en los gestos y el modo de hablar, el decaimiento profundo al percibir la propia debilidad, etc.
Hay que romper ese círculo vicioso. Ganar terreno a la soberbia es clave para tener una psicología sana, para mantener un trato cordial con las personas, para no sentirse ofendido por tonterías, para no herir a los demás..., para casi todo. Por eso hay que tener miedo a la soberbia, y luchar seriamente contra ella. Es una lucha que toma el impulso del reconocimiento del error. Un conocimiento siempre difícil, porque el error se enmascara de mil maneras, e incluso saca fuerzas de sus aparentes derrotas, pero un conocimiento es posible, si hay empeño por nuestra parte y buscamos un poco de ayuda en los demás.
Hagamos un recorrido por las frases celebres de la soberbia:
· El principio del pecado es la soberbia. (Fray Luis de León).
· La soberbia es el vicio por el cual los hombres apetecen los honores que no les competen. (Ramón Llull).
· Contra el feliz soberbio, apenas pueden los buenos. (Proverbio castellano).
· No hay soberbio ni arrogante, que deje de ser cobarde. (Proverbio castellano).
· La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió. (Quevedo).
· Ruin arquitecto es la soberbia, los cimientos pone en lo alto y las tejas en los cimientos. (Quevedo).
· El principio del pecado es la soberbia. Quien se exalta, es deprimido; quien se eleva, es postergado; quien se hincha revienta. (San Isidoro).
· Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; más donde hay humildad, habrá sabiduría. (Salomón).
· La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano. (San Agustín de Hipona).
· Ten compasión del soberbio. Quizá lo que hincha su pecho no es soberbia, sino angustia. (Constancio C. Vigil).
· No hay peores tiranos que los esclavos, ni hombres más soberbios que los salidos de la nada. (Lamartine).
· La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad. (Nicolás Maquiavelo).
· El oro hace soberbios, y la soberbia, necios. (Refrán).
· Más fácil es escribir contra la soberbia que vencerla. (Francisco de Quevedo y Villegas).
La soberbia es el amor excesivo de sí mismo, que por presunción, vanidad y jactancia mueve al ser humano a idealizarse a si mismo, como un ser superior a sus semejantes. La soberbia se opone a la modestia. Ésta última es la virtud que modera, templa y regla tanto las acciones externas humanas.
La soberbia niega y contradice lo que la humildad afirma y aconseja porque ésta estimula la arrogancia, la vanidad, la egolatría y la presunción de querer ser lo que no se es; la humildad es la virtud que da el conocimiento de sí mismo, de las limitaciones, debilidades y capacidades para tratar con prudencia y obrar con respetuosidad a todas.
Siempre que uno se sobreestima, se auto adora, se daña y daña a los demás; al soberbio le interesa demostrarse y demostrarle a las demás “su valor”. Por eso, rebaja y humilla a otros con sus palabras, actitudes y decisiones. El soberbio generalmente es muy hábil y ágil para “conocer” los defectos del patrón, el amigo, la esposa... pero no ve la viga que trae en su propio ojo. ¿Yo? Responsable, honrado, inteligente, decente y trabajador...., el diccionario de todas las cualidades y la enciclopedia de todas las virtudes. La soberbia comienza en el silencio del alma y termina en el estruendo público.
Guía de ayuda para las manifestaciones de la soberbia y la sensualidad.
Manifestaciones de la soberbia:
· Autosuficiencia: Creer que me basto a mí mismo, que no necesito de Dios ni de los demás.
· Autocomplacencia: Estar muy satisfecho de uno mismo y por eso gloriarse de sí mismo, auto alabarse, complacerse por todo.
· Altanería: Actitud despreciativa hacia los demás en palabras, gestos, miradas, ponerse al tú por tú con los demás.
· Vanidad: Querer aparentar lo que no se es, actuar o hablar para quedar bien, aún a costa de la verdad.
· Apropiarse de los méritos ajenos: Ante los éxitos ajenos, manejar las cosas de tal modo, que parezca que el mérito es mío y así sacar yo el provecho.
· Afán de singularidad: Buscar ser original, especial, para presumir o llamar la atención. Querer tener privilegios o derechos que los demás no tienen.
· Desaliento: Desanimarse ante los propios errores o fracasos y tomar una actitud de pesimismo y de reproche.
· Falta de aceptación personal: No estar conforme consigo mismo y por eso auto reprocharse, reprocharle a Dios por como se es y por ello ser inseguro. (En el fondo porque se sueña con una imagen ideal que no es real o porque se compara con los demás).
· Envidia: Mirar con malos ojos cualidades y éxitos de otros, que lleven a desanimarse o a desear un mal a otro.
· Orgullo: Rebeldía, querer que todo se haga como uno quiere, enojo cuando se le contradice, apego al propio juicio.
· Dureza de juicio: Terquedad, ser necio, juzgar despreciativamente a los demás, mal interpretar sus actos.
· Egoísmo: Querer ser el centro y criterio de todo, interesarse solo por sí mismo y por sus cosas.
· Imponer el propio juicio y gustos: Querer que todos aprueben, acepten y apoyen las propias opiniones, gustos, iniciativas, sin aceptar la de los demás.
· Cavilaciones: Darle muchas vueltas y vueltas a las cosas, complicándolas más de lo que son.
· Suspicacia: Complicar mucho las cosas, buscando siempre en las acciones, palabras o gestos de los demás, una intención secreta hacia uno de lastimar, ridiculizar, engañar. Etc.
· Racionalismo: Querer entender todo con la razón y la lógica personal, incluso los misterios de fe, y no aceptar lo que “entre” por ahí.
· Ambición: Afán de triunfar, de tener éxito, para sentirse bien con uno mismo, sentirse poderoso, mejor que los demás.
· Juicios temerarios: Emitir juicios negativos sobre otros, sin fundamento en la verdad.
· Critica: Manifestar abiertamente fallos, errores, defectos de los demás, con intención de dejar mal a la otra persona, ante otros.
· Hipocresía y fariseísmo: Expresar hacia fuera sentimientos, actitudes, propósitos, etc. consciente de que no corresponde a los hechos reales.
· Espíritu calculador: Calcular siempre en todo los beneficios y perjuicios que se van a obtener y actuar según la convivencia. Por desconfianza en los demás, estarse siempre cuidando de que los otros no lo vaya a herir o engañar.
· Arrebatar la palabra.
· Centralizar en sí el juego o la conversación.
VIRTUDES A CULTIVAR
Apertura y búsqueda de Dios, apertura y valoración de los demás, reconociendo y aceptando sus cualidades opiniones, etc.
· Cultivar una sana autocrítica para reconocer con realismo las propias cualidades y defectos y atribuir lo bueno a dones recibido de Dios y a mérito personal.
· Apertura y llaneza, bondad en el trato con los demás, sencillez y flexibilidad.
· Pureza de intención y transparencia en el obrar y actuar, ser sencillamente lo que soy.
· Reconocer, aceptar y alabar los éxitos de los demás, con objetividad y libertad interior.
· Humildad para reconocerse como uno más y buscar vivir con sencillez.
· Aceptar con humildad y realismo las propias limitaciones (sin agrandarlas) y tomar una actitud de lucha y superación con confianza en Dios y sano optimismo.
· Cimentar la seguridad personal en el amor personal de Dios, aprender a ver con objetividad todas las cualidades personales, verse desde Dios y no desde la opinión de otros o de una imagen soñada.
· Valorar con sinceridad las cualidades de los demás, sin compararse, con la libertad de espíritu.
· Desprendimiento personal y flexibilidad para abrirse a lo que es diferente, a los cambios, a los demás, etc.
· Apertura de mente y de espíritu para aceptar diversidad de opiniones y criterios. Bondad de corazón para comprender a los demás. Juzgar siempre el lado positivo.
· Caridad y generosidad, apertura e interés sincero por los demás, sus gestos, necesidades, estar en actitud de entrega y servicio.
· Desprendimiento personal y actitud de escucha para acoger iniciativas, opiniones, con disposiciones de adaptarse a los demás.
· Apertura sencilla y seguridad personal. Ser lo que se es, sin cuestionar la opinión de los demás.
· Visión objetiva de las cosas, sencillez y llaneza para no complicarlas.
· Confianza en los demás, sencillez y seguridad personal.
· Fe y espíritu sobrenatural. Humildad para aceptar la limitación humana de la razón.
· Pureza de intención. Humildad para enriquecer a los demás. Buscar beneficios para otros y no solo para uno mismo.
· Hablar sólo de los hechos de los que se conozca con certeza la verdad objetiva e informarse siempre bien antes de emitir un juicio.
· Aprender a silenciar los errores ajenos y saber descubrir y alabar las cualidades o virtudes y saber defender a los demás cuando se presencia una crítica.
· Autenticidad y transparencia en el hablar y en el obrar.
· Sencillez y generosidad. Confianza en los demás, apertura sencilla y llana.
Manifestaciones de la sensualidad:
· Comodidad: Buscar siempre lo más fácil, lo que implique menos esfuerzo y por ello hacer las cosas a medias.
· Pereza: Dejarse llevar por la apatía, perder mucho el tiempo sin hacer nada, hacer el mínimo esfuerzo posible en todo.
· Irresponsabilidad: No cumplir con el deber, los encargos o compromisos, con la puntualidad y totalidad que se debe, por apatía o despiste.
· Falta de disciplina: Vivir según el sentimiento o impulso del momento, sin someterse nunca a un horario o a una orden.
· Inconstancia: Ser incapaz de mantener fiel a unos propósitos, o a unos compromisos contraídos.
· Divagación de la mente: Vivir con la mente dispersa, pensando en mil cosas sin concentrarse en lo que se está haciendo.
· Huida del sacrificio: Huir y sacarle la vuelta a todo lo que cueste o exija desprendimiento personal.
· Sentimentalismo: Vivir al vaivén de los sentimientos dejándose manejar por ellos, ver siempre las cosas a través del sentimiento del momento, sin objetividad.
· Sensiblería: Valorar las cosas solo en la medida en que producen sentimientos bonitos, sin buscar los sólidos, lo consciente.
· Castillos en el aire: Vivir siempre como evasión, en posibles sueños y deseos irreales, buscando en ello compensación o satisfacción.
· Curiosidad: Querer saber siempre todo, estar enterado de todo, leer escritos o escuchar conversaciones que no me competen.
· Superficialidad: Vivir sin profundizar en el verdadero sentido de la vida y de las cosas, buscando solo el disfrute y la diversión fácil. Estar muy pendiente del chisme, de las novedades, etc.
· Vida de los sentidos: Buscar satisfacción en verlo todo, experimentarlo todo, no poder vivir sin ruido, sin el “disfrute de la vida”.
· Gula: Comer o beber en exceso, por puro placer, o como manifestación de insatisfacción o desfogue.
· Búsqueda del placer físico: Buscar todo aquello que produzca placer corporal, en posturas, en relación con los hombres o mujeres, masturbación, etc. (como compensación de algunas carencias).
· Afectividad excesiva: Ser exagerada en las manifestaciones y en la búsqueda de afecto de manera descontrolada y sin estabilidad.
VIRTUDES A CULTIVAR:
· Cultivar el espíritu de trabajo, formar una voluntad firme, escoger siempre lo mejor no lo más fácil, ni lo más cómodo.
· Cultivar un espíritu de militancia en todo, poner medios concretos par formar la voluntad mediante pequeños retos o mortificaciones. Aprovechamiento del tiempo.
· Madurez para tomar con seriedad los compromisos que se tienen y sus exigencias. Formarse en el orden, poner medios concretos para acordarse de las cosas.
· Imponerse un “orden de vida” tener un horario, un sistema de orden, de trabajo y de organización, evitando las improvisaciones o las apatías y desganes.
· Empezar por ponerse pequeños propósitos y exigirse fidelidad a ellos, e ir incrementando la exigencia. Cumplir puntualmente las exigencias de los propios deberes y compromisos, desterrando todos los sistemas.
· Disciplina mental, exigencia consciente, estar donde debo estar con los pensamientos. Formar el hábito de la concentración.
· Formarme en la reciedumbre y firmeza de carácter, afrontar lo costoso, como muestra de madurez y coherencia.
· Ser persona de principios y actuar siempre conforme a ellos. Dominio y voluntad, para manifestarse firme y coherente a pesar de un sentimiento negativo. Aprender a juzgar los hechos con objetividad, “desde fuera”.
· Madurez: Juzgar las cosas, los acontecimientos, las personas, según su valor objetivo, independientemente del atractivo sensible que tenga.
· Formarse en el realismo: Vivir con madurez y coherencia el momento presente. Aceptar y proyectar la propia persona en el marco del realismo.
· Preocuparse e interesarse únicamente de lo que realmente competa o sea de importancia personal. Mortificar los sentidos, dominio personal. Convencerse de la inutilidad y pérdida de tiempo que implica la curiosidad.
· Fomentar el hábito de la reflexión profunda. Ahondar en los valores e ideales auténticos de la vida. Dar tiempo a reflexionar sobre la propia vida, el sentido que se le quiere dar. Dar respuesta a estos interrogantes y vivir coherentemente.
· Descubrir el valor de la auténtica vida interior y de la solidez interior. Buscar momentos de silencio, de oración, de reflexión personal, para alimentar los ideales profundos y no dejar que se “sofoquen”.
· Fomentar la voluntad y el dominio personal para ser dueños de sí, ponerse pequeños propósitos. No darle más importancia a la comida de la que tiene. Cimentar una profunda y auténtica seguridad personal y afrontar con decisión los problemas, sin buscar escapes que no solucionan nada.
· Espíritu de mortificación y dominio personal, empezando con pequeñas privaciones con el fin de incrementar los valores espirituales más profundos y centrar en ellos la propia vida. Si hay carencias afectivas, profundizar en el valor del verdadero amor, en el amor de Jesús...., para buscar el verdadero amor y no una mera compensación que llene momentáneamente un hueco.
· Aprender a encauzar y dominar los impulsos de la afectividad. Valorar y buscar nuestras más ecuánimes e incluso “espirituales”. Poner el peso del amor en las actitudes interiores, y en la donación afectiva, en la entrega al otro y no tanto en lo externo.
Después de todo lo dicho, hay que caminar hacia y con la humildad, de una forma individual y colectiva con todos los miembros de la Orden. Que nos conozcan por nuestras obras.
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