ARRAIGAR EN EL AMOR

 

 

Autora: Soror J.G.++ 

 Queridos Hermanos y Hermanas, quiero compartir con  vosotros algunas de las lecturas de las que su nutre mi ser y me tocan muy adentro; me incluyo entre los que no tenemos esa facilidad de palabra o escritura que otros si tienen, pero, que si, sabemos reconocer cuando se habla o se escribe con el corazón en Dios.

 Esto lo ha escrito  Voíllame: ARRAIGAR EN EL AMOR.

La caridad fraterna ha de llegar a desplazar el centro de gravedad fuera de ti y ponerlo en Dios y en los otros. Debes hacerte dependiente de Dios y de los hombres, y disponible para todo lo que sea un bien para ellos, aunque te cueste.

No olvides que estas llamado a  amar como Cristo nos ha amado: La caridad está marcada con el signo de la cruz. Nadie podría aprender a amar sin aceptar la prueba del sufrimiento. El amor fraterno no puede nacer ni crecer sin renuncias, sin provocar inquietudes a tu egoísmo, sin arrancarte de tu mundo, de tus ideas, de tus costumbres. Seguramente no será siempre así. Hay momentos en que te parecerá fácil amar a tus hermanos, a tu familia, porque la caridad dilatará tu corazón y lo llenara de alegría. Y, sin embargo, ten cuidado; estos sentimientos no deben cegarte: No los confundas con la verdadera caridad.

Debes amar desinteresadamente. Esto te parecerá evidente. Pero ¿estas seguro de ello?. Cierto que al amar no busca tu interés, en el sentido ordinario de la palabra. No obstante, a veces amas por la satisfacción que al amar encuentras. ¿ No sientes algunas exigencias que lo aprueban? Porque estás sujeto a desalientos que precisamente provienen de que tu amor no es del todo desinteresado. Y, óyelo bien, lo que te digo, se refiere también al amor de Dios. ¿No amas, al menos en parte, por el placer de amar?. Ciertamente es una satisfacción  legítima, casi diría vital. Pero deja de serlo si llega a ser el único móvil que te impulsa a darte. Que el placer y la alegría de amar te posean, nada mejor; incluso es necesario, con tal que el motivo último de tus actos y de tus sentimientos sea, de verdad, el bien de Dios, Dios mismo, y no la alegría propia; que sea el bien de los otros, de tus hermanos, de tu familia, de tus amigos, y no el consuelo y la satisfacción afectiva que encuentres en ello. Esta satisfacción de orden psicológico, sentimental o afectiva no puede ser regla de tu conducta, y no define el amor. Aunque con frecuencia sintamos la necesidad de ser correspondidos, y de gozar de los consuelos de Dios, o del calor humano de una amistad, no es ésta la causa de que amemos. Y cuando llegue el tiempo de sequedad en la oración, cuando la vida común se nos haga pesada y árida, o cuando aquellos a quienes nos hemos dado nos decepcionen con su indiferencia o sus miradas interesadas, entonces ha llegado el momento del verdadero amor, totalmente desinteresado.

Desconfiad de la ilusión de los que solo prodigan el amor a la gente de fuera y reservan a sus hermanos y familia dureza, inflexibilidad, total ausencia de delicadezas y cariño. Seria la prueba evidente de que su caridad es sólo una apariencia, en la que hay todavía mucho interés propio, de necesidad incontrolada de ganarse simpatías o de realizarse en una actividad siempre nueva. Nuestros hermanos y familia, a nuestro lado, no nos ofrecen siempre al aliciente renovado de una simpatía admirativa o el calor de una amistad rodeada de sensibilidad. Encontramos todo esto y mucho mas fácilmente fuera de la fraternidad.


(continuará)

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