ARRAIGADOS EN EL AMOR (VII)

 

 

Autora: Soror J.G.++

 

Las conversaciones son reflejo del alma y de las preocupaciones de una fraternidad, cuyo testimonio de caridad comprometen. No debes, por tanto, dejar que tu hermano falte a la caridad con sus palabras sin intervenir, sea cambiando de conversación, sea defendiendo a los que son juzgados o reprendiendo a tu hermano en el mismo instante, o por lo menos en una revisión de vida. Cualquiera que sea la persona que hable mal del prójimo, no tienes el derecho de aprobárselo o de parecer consentírselo.

 Refrenar la libertad que creas tener de expresar en voz alta juicios desfavorables sobre el prójimo no es hipocresía ni falta de franqueza: es sencillamente obedecer a un precepto del Señor. Seria tener un falso concepto de la franqueza pensar que es mejor expresar toda clase juicios. Añadiré, además, que el Señor ha sido particularmente explícito en este punto; “no juzguéis” Mt 7-1, no solamente con palabras, sino en vuestro corazón.

 No es menos verdad que nuestra actitud al prójimo y nuestras relaciones con él sufrirán el dominio incontrolado de nuestra sensibilidad si no le juzgáramos a la luz de nuestra experiencia, de nuestras obligaciones y de las realidades sobrenaturales comprometidas en el destino de cada uno. Desde este punto de vista tenemos que juzgar al prójimo, sus capacidades  y sus defectos, para determinar prudentemente nuestra actitud con él, con el fin de saber,  por ejemplo, que confianza podemos tener en él, y para poder ayudarle eficazmente. Tal juicio, sin pretender nunca llegar al fondo del alma, debe ser verdadero, claro y seguro. No lo formules mientas no te veas obligado por los necesidades de la vida social y fraterna  o las de tu cargo. Procede entonces con humildad, porque “el hombre mira las apariencias, mientras que Yahvé mira en el corazón” y sabe que no puedes comunicar un juicio desfavorable, sin razones serias, sino a los que tienen que conocer en virtud de su cargo  o por deber de estado. En estas materias debemos buscar el verdadero bien del otro, sin olvidar que toda persona tiene derecho a su reputacón.

 La expresión “formular un juicio” tiene dos sentidos muy distintos, según se emplee en el terreno moral o en el psicológico.

 En el aspecto moral no solo no debes juzgar el fondo de los corazones, sino tampoco emitir juicios precipitados, fáciles, arrogantes, teñidos de propia satisfacción, de critica amarga o de desestima de los hombres, de los países o de los hechos.

 En el aspecto psicológico no hay conocimiento sin juicio, y tendrás que formular juicios, sobre todo, por el hecho de vivir entre los hombres – para conocer las cosas con justicia, evitar errores y percibir mejor las verdaderas necesidades de las almas - . sin olvidar nunca el espíritu del evangelio, y sin hacerlo en público, en materias – como la política , por ejemplo – en las que no eres competente .

 También debes expresar tus sentimientos hacia el prójimo con hechos. Estar atento a hacer un favor, molestarte para ayudar a un hermano, adivinar lo que le gusta, son hechos a veces más importantes que las palabras para hacer felices a los otros y crear la alegría a nuestro alrededor.

 Hay que saber aprovechar las ocasiones. No pienses que un estilo de vida austero exige cierta dureza, y que no hacen falta las pruebas de afecto, o se suponen. Con el tiempo, fácilmente tenderás a apoltronarte en las posturas cómodas del célibe; el mejor modo de evitar esta tendencia es adquirir el hábito opuesto de servicio, de disponibilidad, de acogida a los otros. Procura adaptarte, alterar tus costumbres, antes que esperar de los otros que se conformen con tus gustos.


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