CONCILIOS Y SÍNODOS DE LA IGLESIA ROMANA (XI)

Concilios Africanos de Cipriano (II)

En el otoño del 254, el Concilio africano, recibió una instancia de dos Obispos españoles: Sabino de Mérida y Félix de León y Astorga, que habían sucedido a Basílides y Marcial, que habían sido depuestos. El primero, que no había aceptado el veredicto, se fue a Roma y consiguió del Papa Esteban para él y para Félix, la sentencia de reposición. El Concilio de Cartago, enterado del asunto, falló en sentido opuesto, confirmando la deposición de los mencionados exigiéndoles el cumplimiento de la penitencia impuesta y la aceptación de la elección de los otros dos.
En el 255 volvió a plantearse un problema que implicaba tradiciones y teologías distintas. ¿Había que aceptar como válido el Bautismo impartido por los herejes o había que exigirles una nueva Iniciación y la aceptación de la Iglesia?. Roma, Alejandría y Palestina, eran de la primera opinión, mientras que África y buena parte de Asia, compartían la segunda. Todos aceptaban que al Bautismo no era reiterable, pero discutían sobre la validez del Bautismo por parte de los herejes.

Cipriano y casi todos los Obispos africanos, no admitían el valor del Bautismo de los herejes porque lo que se hacía fuera de la Iglesia no tenía gracia alguna.

Los herejes, por el hecho de serlo, se colocaban al margen de la Iglesia y eran por lo tanto incapaces de realizar un Bautismo válido. Esteban, siguiendo la tradición romana, pensaba de otra manera y consideraba que era el Sacramento por sí mismo, el que tenía la capacidad espiritual de conceder la gracia y que ésta, no dependía en absoluto de la virtud de quien oficiase el Sacramento.
Cipriano, apoyado por todos los Obispos africanos, rechazó esta interpretación y en el Concilio del otoño del 255, los treinta y un Obispos presentes, se pronunciaron por el mantenimiento de la tradición africana e invitaron a rebautizar a los herejes y cismáticos que deseaban entrar en la Iglesia. En la primavera del 256, los setenta y un Obispos presentes en la reunión, se reafirmaron en su actitud y en el otoño de ese mismo año, la asistencia al Concilio de Cartago fue más numerosa. Esteban de Roma, no sólo no recibió a los delegados del Concilio africano, sino que los trató como herejes y les negó la comunión y la hospitalidad.

Las relaciones entre Roma y las diócesis africanas cesaron durante casi un año. Al morir Esteban su sucesor Sixto II, aunque mantuvo el uso y la doctrina romana sobre el Bautismo, reanudó las relaciones con África y Oriente y dejó que el tiempo facilitara la uniformidad de la práctica. En tiempos de Constantino, la costumbre africana persistía, hasta que fue reformada por el Canon 8 del Concilio de Arles en el 314.

El 14 de Septiembre del 257, Cipriano fue martirizado en Cartago con motivo del edicto de persecución contra la Iglesia por parte del Emperador Valeriano en el verano de ese año y gran parte de los Obispos que habían participado en los Concilios del año anterior, fueron también martirizados, cerrando así una época brillante de la Iglesia Africana.

Durante el pontificado de Cipriano, se tendió a que los Concilios fueran una institución regular en los que se debatían los problemas presentes en las diócesis. En Capadocia, existía una costumbre y era que consideraban necesario que cada año tuvieran una asamblea de sacerdotes y Obispos, para revisar los asuntos que les habían sido encomendados, con el fin de que las cuestiones importantes, fueran decididas de común acuerdo.

Como hemos observado, a partir de la mitad del siglo III, los Concilios se habitúan a examinar las cuestiones doctrinales como parte de su competencia y a partir del siglo IV, esa será su tarea fundamental.




Monograma de Cristo en Henchir Sokrine. Túnez.

(Continuará)
 
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