PEREGRINACIONES EN EL JUDAÍSMO. Historia (VI)






En los tiempos de esplendor de Jerusalén, incluso cuatro siglos más tarde de la vida del rey Salomón, el Templo era el centro israelita por excelencia a cuyas fiestas principales acudían millares de peregrinos. Éstas eran las de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos y que debían celebrarse justo en el templo y no en otro lugar. Allí había que acudir, realizar los sacrificios y llevar las ofrendas. Los habitantes de Jerusalén, debían ser acogedores con los peregrinos y asistirlos en sus necesidades.

La más importante de las tres festividades era la de los Tabernáculos, y los peregrinos ponían tiendas y cabañas, que simbolizaban las que tuvieron que hacer los israelitas en su peregrinar por el desierto durante cuarenta años hasta alcanzar la Tierra Prometida. Por ello, hasta los habitantes de la ciudad trasladaban su ajuar a una tienda en aquellos días, para vivir realmente como vivieron sus antepasados. Esta fiesta, eran días de alegría no sólo por la conmemoración, sino porque además era el tiempo de la recolección: El trigo ya estaba en los graneros, las uvas pisadas en los lagares para el mosto o vino nuevo, y todos los frutos secos se habían recogido, faltando sólo el aceite. Por eso las plegarias eran de acción de gracias y de ruego para que las próximas lluvias hicieran fructificar los campos en las cosechas venideras.

Todos los peregrinos, llevaban el ramo de palma que nunca abandonaban y en uno de los rituales de la liturgia, el Sumo Sacerdote derramaba agua en una bandeja junto al altar, llevada por un sacerdote en una jarra de oro desde la fuente de Siloé. El octavo día de la fiesta de los Tabernáculos, se ofrecían setenta bueyes a favor de las setenta naciones. Al cesar los sacrificios por hallarse el Templo destruido, no quedaba otro recurso, aparte de ir en peregrinación a las ruinas, cosa difícil ante la diseminación de la población hebrea por el mundo, la importancia y la eficacia del día de las expiaciones fue acrecentada. No sólo el arrepentimiento sino la caridad, era un camino para la expiación y la ofrenda, y mientras había ese sentimiento, el Templo existía, un hombre ofrecía su contribución con un siclo y sus pecados eran así expiados.

La destrucción del Templo supuso para el pueblo hebreo una catástrofe espiritual mayor que estar en el exilio, porque el Templo y el rito tenían un importante papel en la vida familiar y las peregrinaciones en las fiestas anuales significaban la continuidad de la tradición. También quedaba el valor de la caridad, la justicia y el estudio de la Torá. A partir de la destrucción del Templo, los judíos en la Diáspora, conmemoraron con un día de duelo la destrucción de Jerusalén. Así el día 9 del mes de Ab, tenía carácter de lamentación pública. Toda manifestación jubilosa como bodas, circuncisión, etc., quedaban suspendidas como muestra de luto, donde hasta los artesanos y comerciantes suspendían sus labores y cerraban las tiendas. Había una dieta a base de berenjenas, huevos y queso con rajas de melón, y no se podía salir de ella.

Los hombres iban a orar a las Sinagogas y las mujeres en sus casas hacían lo mismo, con plegarias, cantos y relatos, en relación a las lamentaciones por la destrucción de Jerusalén. Los judíos dispersos, continuaron conmemorando sus fiestas principales, y así se agrupaban todos los que estaban por el mundo en torno a su religión.

Esta añoranza subsiste ya en la Edad Media, en la que se hizo famoso el viaje de un judío español de Tudela, Benjamín Ben Zona que va a realizar la peregrinación a la Tierra Prometida. Éste inicia su ruta por la costa de Cataluña y continúa a través de Francia. Va camino de Palestina con lentitud, porque quiere visitar las Sinagogas europeas de todas las ciudades por las que va pasando, tomando contacto con los rabinos que dirigen las pequeñas comunidades de exilados. El va tomando nota de todas las incidencias que nos lega en una obra que se llama Itinerario desde Tudela a Jerusalén, visita las tumbas de los Patriarcas y estudia con detalle, no sólo los lugares clásicos de peregrinación en Palestina, sino las grandes ciudades que él conocía solo a través de los relatos bíblicos.

Su gran afición de geógrafo, le hace compaginar lo religioso y lo científico y va desde Asia hasta China e India, y después retornando a Egipto, va a conocer Abisinia, embarcando luego hacia Italia, volviendo finalmente a Tudela después de varios años de viajes. Hubo también otro proceso parecido con la peregrinación de un juez musulmán Moavia de Córdoba o el cristiano Martino de León de la misma época, o el que cuatro siglos después, hizo un aragonés llamado Pedro Cubero, cuando esta necesidad psicológica de peregrinar nacida de impulsos religiosos, se une a la necesidad de acrecentar la cultura, que lleva a observar y anotar, con un afán de legar sabiduría a las generaciones futuras.



(continuará)



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