EVANGELIO DÍA 30 DE DICIEMBRE



En aquel tiempo estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana. Se había casado siendo muy joven y vivió con su marido siete años, pero hacía ya ochenta y cuatro que había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Cuando ya habían cumplido con todo lo que dispone la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio y gozaba del favor de Dios.

(Lucas 2, 36-40)



MEDITACIÓN



Ana no reconoció solamente al niño como Hijo de Dios o Mesías que había de venir, sino que anunció a la gente la bondad y la bendición que la presencia de Jesús nos traía. Nosotros, también podemos convertirnos en profetas de Su presencia, dejando fluir en nosotros el amor y la misericordia que Dios nos tiene.



© Todos los derechos reservados. Orden del Temple, 2.010