LA TRADICIÓN DE LOS MAYORES EN EL PUEBLO JUDÍO (V)



Dada la actitud de los saduceos, los sacerdotes, ancianos y letrados, los desencuentros y disidencias de esos días, se cifrará con ellos especialmente, como jefes del Templo y el Sanedrín. Una de las cautelas que empleaba Jesús, consistía en no quedarse a dormir con sus discípulos a en la ciudad. Así lo corroboran varios testimonios. “Cuando Jesús entró en Jerusalén, fue al Templo y observó todo a Su alrededor, pero como ya era tarde, se fue a Betania con los doce”. Igual al día siguiente: “Cuando se hizo de noche, salieron de la ciudad”. “Y dejándolos, a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley, salió fuera de la ciudad y fue a Betania donde pasó la noche”.

También el Evangelio de Juan, en la última visita a Jerusalén, confirma esta táctica de Jesús, ante la decisión de darle muerte y porque los jefes de los sacerdotes y los fariseos, habían dado órdenes terminantes, de que si alguien sabía dónde se encontraba Jesús, les informarse para poder ir a detenerlo.
  
Por eso, Jesús dejó de andar públicamente entre los judíos, se marchó a la región de Judea y se fue a un pueblo llamado Efraín, muy cerca del desierto, y se quedó allí con sus discípulos; y lo mismo tras un discurso en Jerusalén: “Después  de decir esto, Jesús se retiró, escondiéndose de ellos”.

Algunos episodios muestran un intento caso desesperado por pillar a Jesús, desautorizarlo ante  la gente, para justificar una condena que ya estaba decidida. Pero cada vez que lo intentaban se contenían por temor a la gente.  Siempre se repite en los Evangelios, como en un estribillo, en las últimas controversias de la vida de Jesús, el miedo cerval al pueblo. Por ello buscaban detenerlo con astucia y engaño, y por eso, con la oportuna complicidad de Judas, uno de los doce, prenderán a Jesús entre las sombras de la noche, con nocturnidad y alevosía.

Un primer intento es dialéctico, y pretendían dejar a Jesús sin respuesta, ante un ejemplo que parecía incontrovertible para los caduceos, negadores de la resurrección. La creencia de la resurrección en el pueblo bíblico fue bastante tardía. Habrá que llegar a la persecución de Antioco IV Epífanes, para que con motivo del martirio de los judíos piadosos, se proclamara la necesidad de una retribución post morten, como una exigencia de justicia, y aún así, la resurrección no se afirma como universal.

El libro segundo de los Macabeos, hacia el año 100 a.C., que responde a la mentalidad fariseo, narra como Judas Macabeo hizo una colecta para ofrecer un sacrificio por el pecado de sus guerreros, obrando noblemente , pensando en la resurrección, pues de no esperar que los soldados resucitarían, había sudo superfluo y necio rogar por los muertos. Más si se consideraba que una recompensa está reservada a los que duermen piadosamente, era un pensamiento sano y piadoso, y manifiesta una esperanza en el reconocimiento de Dios.

Los saduceos pues, recordaron a Jesús la Ley del Levirato. “Moisés nos dejó escrito que si el hermano de un hombre muere, dejando a su mujer sin hijos, su hermano debe casarse con la mujer para dar descendencia a su hermano”. Y seguidamente, le expusieron el caso de los siete hermanos que sucesivamente fueron muriendo sin tener hijos con la mujer del primer hermano a quien debían dar descendencia.
                                        
Todos la tuvieron por mujer, en cumplimiento de la Ley. Y a ahora llegaba decisiva la pregunta: “En la resurrección ¿de quién de ellos será mujer?, porque los siete estuvieron casados con ella”. Hermosa la catequesis de Jesús ante la imaginación primaria, bastante infantil, de los caduceos, en representarse la resurrección. ¿Es fruto de su ignorancia, dado su rechazo, o simplemente arrogancia fatua, dada su certeza?. Lo cierto es que Jesús les ofreció una magnífica oportunidad de reflexión y profundización en una temática que consideraba esencial. Rehuirá por ello la polémica, para recurrir a la parenética. Tres puntos fundamentales sobresalen en Su respuesta:
 
Ø     La resurrección no debe entenderse como una mera prolongación de las situaciones de la vida presente espacio-temporal, situacional y relacional. La eternidad no reproduce las instituciones presentes.
Ø     La resurrección, en consecuencia, supone una “transformación” al modo de lo superior, que es el espíritu, para la contemplación de Dios. Los resucitados viven al modo de los ángeles. Ya no pueden morir y ya no se casan.
Ø     La resurrección, implica que Dios es Dios de vivientes. Ha creado por amor y no destruye lo que ama. Por eso, por Él, todos siguen viviendo. No es un Dios de muertos. Es Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

Se les habían acabado los ejemplos y argumentos. Habían fracasado una vez más en sus pretensiones.

(continuará)

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